Siempre resulta difícil acertar ante una elección. Creo, sin embargo, que en esta ocasión hay poco nivel de incertidumbre: la cosa saldrá mal de todas todas. Es difícil que una militancia empujada a una elección banderiza después de lo ocurrido en los últimos meses opte por la solución menos mala: la que suponía Patxi López como oportunidad para ganar tiempo, ordenar el interior de la casa y pacificarla, y proceder a celebrar un congreso sin tensiones personalistas y sacar de allí algunas ideas cabales y de futuro. No ocurrirá eso porque todo está preparado para una elección a muerte sobre la nada. Por eso, ocurra lo que ocurra, todas las perspectivas apuntan mal.
Hacia el interior del partido, el proceso reciente ha tensado exageradamente a este. Estaba de alguna manera previsto también: el fin del monopolio de la izquierda y la distribución de resultados en sucesivas elecciones a Cortes obligaba al PSOE a tener que optar un día por una alianza aritméticamente imposible con “el resto del mundo” o dejar pasar al Partido Popular para no bloquear las instituciones del país. Otra cosa es cómo se podía hacer lo primero y lo segundo. Lo primero se hizo con demostración de impericia por parte de su entonces máximo dirigente y lo segundo se hizo de manera gratuita para Rajoy y a cargo de la Gestora. Pero la elección la tenía que acabar haciendo el PSOE y de ahí su crisis anunciada. Mejor hubieran resuelto zanjar una decisión, la que fuera, una tarde noche de agosto, ponerse una vez rojos y tirar para adelante con ello. Sin embargo, se han empeñado en transmitir la crisis durante meses, emponzoñando más la relación interior y haciendo mayor demostración si cabe de debilidad y desunión hacia el exterior. Vamos, que ni hecho por su enemigo.
En esta ocasión hay poco nivel de incertidumbre: la cosa saldrá mal de todas todas
A partir del lunes, por eso, gane quien gane se enfrentará a la cotidianidad de una mitad del partido en su contra y obstaculizando sus movimientos. Es un enfrentamiento personal, sin duda, pero que evidencia dos miradas coyunturales del socialismo español: la que pretende renovarse empalmando con una cultura de izquierdas distinta de la suya, con el riesgo de aparecer como sucedáneo de lo genuino, y la que pretende tomar nuevo aire devolviendo seriedad a la organización y defendiendo el patrimonio histórico de lo hecho por la socialdemocracia en este país, con el riesgo de dirigirse solo a los ya ancianos que conocieron esos felices años, ante la apatía o ajenidad de un voto más joven, dinámico y urbano al que todo eso no le dice nada. Como se puede apreciar, un conflicto más de fondo que una simple querella personal entre dos líderes y sus respectivos seguidores.
Por eso lo auténticamente crítico es el hecho de que no hay discurso ni disposición hacia el exterior y este esfuerzo de las primarias no ha servido sino para evidenciarlo y proyectarlo entre la ciudadanía. No es solo la socialdemocracia española la que está en crisis: es la crisis de toda la izquierda reformista mundial, de Hillary Clinton a Martin Schultz. La crisis económica de 2008 ha demostrado ser una crisis global, de valores y paradigma, y el socialismo democrático no sabe qué decir. Se mueve entre volver a las recetas clásicas productivistas que posibiliten un cierto reparto social o responder a los cantos de sirena de un izquierdismo que es carne de su carne, pero que como tal no tiene otra posibilidad que despreciarlo y odiarlo, como se hace con el padre al que se trata de superar. Es un problema de estrategia de alianzas porque ya no puedes soñar con mayorías suficientes como para gobernar, pero sobre todo es un problema de hacia dónde ir, en pos de qué trabajar, qué metarrelato de pasado, presente y futuro construir.
A partir del lunes, gane quien gane se enfrentará a la cotidianidad de una mitad del partido en su contra y obstaculizando sus movimientos
Es decir, hay que reconstruir o innovar una ideología del igualitarismo para el siglo XXI, y eso es muy complicado cuando se está en el agujero de una profunda crisis. Los otros tampoco saben qué hacer, pero su huída hacia adelante está todavía mejor vista: los conservadores defienden su privilegio en el reparto actual con sumo egoísmo y magnífico dividendo electoral, y los izquierdistas proclaman objetivos lejanos que creen pueden hacerse realidad con su simple evocación. (Los nacionalistas insisten en el calor de la tribu y en buscar la llave perdida bajo la luz de la farola donde se sabe que no está, pero también les va muy bien con semejante necedad). Nadie está a salvo, como se puede ver, pero la diferencia en este caso es que estos socialistas son los únicos que de momento se están hundiendo. Y de la elección del domingo no creo que salga ningún flotador, desgraciadamente.