El pueblo está más por la playa que por la política. Al vecino le importa que en el hotel del año pasado ya no haya sitio, y le importa que en los partidos del Mundial ya no esté España y que el chico se haya presentado en casa con un pendiente en la oreja. No me jodas. Déjale, si todos lo llevan. Uno mismo tiene también las prioridades propias de los hombres tomados de uno en uno: limpiar de yerbas el corral, leer algo, qué sé yo, tomarse una cerveza y mirar a esa chica de ahí enfrente, el culo en respingo y la sonrisa como difuminada. Cuando la moción de censura unos amigos organizaron una cena. Uno de ellos, medio en broma, dijo cómo se os ocurre, con la que está cayendo en España. Enseguida salió el sentido común: aquí cada uno a lo suyo. El pueblo, aun sin saberlo, intuye que está hecho de genes egoístas.
El pueblo, los de abajo, el magma informe en que los individuos desaparecen, es cosa de filósofos y poetas: aquel pueblo sabio de García Calvo, que sonaba hasta bonito en sus versos forzados, pero olía a sudor en cuanto te arrimabas. La patraña lírica suele funcionar bien, o al menos antes, pues servía muchas veces para beber gratis y estar con chicas. Pero luego llegaban los hechos, llegaba la realidad a estropearlo todo, y entonces el vate entre patillas debía tanto a Hacienda y aquella preciosidad que recitaba se ha hecho vieja y lleva un pañal porque se mea sin querer. Mientras mira una foto dice esa era yo. Pero aún le queda su coraje: con la cuidadora, a la que paga en negro, habla a veces de política. Y ambas están ahora muy preocupadas por los gemelitos de Podemos. Calla a ver si dicen algo.
El pueblo vive con mucha comodidad en una democracia liberal, aunque no sepa qué es una democracia liberal y aunque, si se pone, brame incluso contra la democracia liberal. El pueblo ha interiorizado, por ejemplo, que los políticos son corruptos y que los jueces se pliegan a los intereses políticos. Una mujer se lo decía a otra mientras desayunaban, sin conocer siquiera a Montesquieu ni todo eso. El Urdangarin a la calle en cuatro días, lo vas a ver. ¿Y qué te parecen los catalanes esos? Salía en la tele el furgón de la Guardia Civil con los políticos rebeldes camino de su nueva prisión patriota. En cuanto han entrado los nuevos, les han llevado para allá, porque allí mandan otra vez los independentistas. Y las cárceles son suyas. Un palacete, les pondrán. Hasta que el juez ceda y diga hala, ya podéis salir. Como héroes. Pero el pueblo va a lo suyo, tras un sorbito de café y un bah generalizado: como me dé la neura voy y me compro una Thermomix.
El pueblo vive calentito en una democracia liberal, pero ve la política como una lejanía. Es una lejanía gustosa e irresponsable, porque el pueblo nunca tiene responsabilidad
El problema este año era que los dos hijos trabajaban en verano y no se podían ir una semana a Benidorm. Aunque Dios aprieta, pero no ahoga. Al pequeño le dan al final una semanita, la semanita justa para que los papás se la pasen entre la arena, la terraza y el self-service. El pueblo sabe que esto es corto y que allá cargos quién salga en el PP, porque ellos solos se lo guisan y ellos solos se lo comen. El joven Casado es un piquito de oro y la Soraya, ay Dios mío, la Soraya. Y espérate a ver lo del Máster. ¿Qué es un Máster? No sé, pues como una carrera o algo que le dieron. Te juro que este año no como tanto, que a la mínima me pongo como una vaca. El que mejor lo ha hecho ha sido Rajoy: tan a gusto que ha quedado, otra vez ahí de registrador como si no hubiera pasado nada. Chica, es que encima puedes repetir lo que te dé la gana y a ver quién se aguanta. ¿Y no se jubila? Que sí, hombre, se ha puesto para la foto, como aquel Gerardo Iglesias que se vistió de minero el día ante de cobrar, ¿no te acuerdas?
El pueblo vive calentito en una democracia liberal, pero ve la política como una lejanía. Y no le importa, mientras pueda seguir con sus cosas, entre las que precisamente está poder seguir hablando así de los políticos. Es una lejanía gustosa e irresponsable, porque el pueblo nunca tiene responsabilidad. Si en Cataluña los independentistas vuelven a estar en el poder y a gozar de todas sus prebendas, se debe a varios motivos, pero uno muy importante es que ha recibido un par de millones de votos.
Posiblemente los votos más irresponsables en lo que va de democracia liberal. Pero no valen lamentos, porque el pueblo tiene inmunidad: le gusta un poco de barullo y le gusta al tiempo mantener su orden propio, le gusta estar en misa y repicando. El pueblo no quiere, por eso, descomponerse en hombres que puedan tomarse de uno en uno. Es el fin de todos los privilegios que proporciona la vida en bande. El pueblo se salva siempre porque esconde la mano, como oficio propio. En Funchal había una tienda con un nombre escandaloso: “O pobo pasa”. Y era verdad que por delante, en una calle principal, pasaba la gente en tropel. Pero el nombre era una máxima que ya habrían querido para sí los griegos, allí en el frontón de Delfos. El pueblo pasa y, como en un botellón, quedan luego bolsas de plástico y cascos rotos.