Hace más de veinticinco años, durante la guerra del Golfo, tomé contactos en el puerto de Yibuti con un grupo de jóvenes franceses que daba clases de lengua e historia francesas en un instituto de la capital del territorio de los Afar y los Isas. La conversación discurrió a lo largo de la tarde por muchos caminos, como suele pasar cuando los tertulianos son unos desconocidos y buscan encontrar lo que tienen de común, lo que les une.
Por aquel entonces, el servicio militar era obligatorio tanto en Francia como en España. Su existencia era tema de controversia en los medios de comunicación españoles. Tanta mediación entre la realidad y la imagen creaba una opinión manoseada y prejuzgada de lo que suponía prestar un servicio a la sociedad en la milicia. Por ello resultaba interesante conocer la visión de quienes lo observaban más allá de nuestras fronteras, por aquello de la neutralidad de sus juicios.
Ante la obligatoriedad de prestar un servicio a Francia, aquellos varones habían optado por otra modalidad: convertirse en profesores de lengua e historia francesas en el extranjero
Ante la obligatoriedad de prestar un servicio a Francia, aquellos varones habían optado por otra modalidad: convertirse en profesores de lengua e historia francesas en el extranjero; a pesar de que tal prestación suponía un periodo más prolongado de tiempo que el servicio militar. A diferencia de lo que se planteaba en España, en ningún momento objetaron sobre el servicio que prestaban, ni sobre el servicio que otros compatriotas suyos daban en las fuerzas armadas francesas destacadas también allí. La razón que aducían era profunda y sencilla: "Francia nos da tres cosas por las que debemos pagar: una tierra donde vivir, un idioma con el que poder comunicarnos y una historia con la que poder ser reconocidos en el mundo como franceses".
Tres elementos suelen servir para definir otro completamente nuevo. Sirvan de ejemplo los tres puntos que pueden definir un plano o las tres dimensiones que conforman un espacio. Aquellos tres elementos: tierra, lengua e historia; me definieron al ciudadano francés. Cuando ahora reverdece en algunas naciones el servicio militar, confronto la situación en España con aquella “Raison d’Etat” francesa, me viene a la mente que en esto del servicio social, los españoles vivimos en el gratis total que contrasta con la conciencia del deber que tienen los ciudadanos de otros países. Se olvidó la conciencia de que ser ciudadano conlleva deberes para con la comunidad y no sólo derechos personales. Aquí se quiere que las instituciones, administraciones u organizaciones se hagan cargo de todo y para todos, los de aquí y los de allá, y se exige sin límite con tendencia al infinito: recibir cada vez más, hasta llegar al todo.
Algunos españoles desprecian por gratis la variada geografía por la que pueden transitar y disfrutar, la riqueza de un idioma universal y la historia que amontona las hazañas de sus compatriotas en todo el mundo
Por demás, lo que se recibe gratis, en un buen número de ocasiones, se considera despreciable. Así, algunos españoles desprecian por gratis la variada geografía por la que pueden transitar y disfrutar, la riqueza de un idioma universal y la historia que amontona las hazañas de sus compatriotas en todo el mundo y a lo largo de siglos, lo que hace que desconozcan lo que es ser español. Para ello, tratan de hurtar un trozo de tierra a muchos y negar su propiedad al resto, crear una frontera lingüística donde nunca la hubo, y ocultar una historia real, universal y grandiosa, para inventar una ensoñación, ficticia y cateta.
Así, me da que la clave está en que nadie le dice al español lo que significa ser español. Hoy se le explica que es ser lugareño, ya sea de un pueblo, una ciudad o de una región, en lugar de ciudadano de una gran Nación, se enseña en una lengua particular para ocultarle que puede aprender en un español universal que hablan andaluces, bonaerenses, castellanos, limeños, catalanes, chilotas, andinos, etc., para de esta forma aislarlo y confinarlo geográfica y comunicativamente. Además se le hurta la grandeza de una historia que le sitúa en el mundo como miembro de una gran nación.
Hay que poner precio a lo que somos, españoles, y exigir el pago. Puede ser poco, escaso incluso, pero hay que ponerlo
Por eso creo que hay que poner precio a lo que somos, españoles, y exigir el pago. Puede ser poco, escaso incluso, pero hay que ponerlo. Hay que retomar a un servicio social universal por unos pocos meses, para hombres y mujeres, sea en la milicia o en otras instituciones o administraciones del Estado, nunca en organizaciones no gubernamentales. Para empezar, no estaría de más establecer una prueba única de lengua e historia de España como parte esencial para obtener el pasaporte, no se puede mandar por ahí fuera a quien no sabe lo que fue y es España, o para acceder a cualquiera de las administraciones públicas, ya sean locales, autonómicas o del Estado, y así hacer posible un trato igual entre los españoles dentro del territorio nacional al suprimir las incipientes barreras lingüísticas que le limitan geográficamente y recobrar el sentido de lo que es ser español. Como en el juego, se trata de poner territorio, lengua e historia, los tres en raya.
(*) Javier Pery Paredes es Almirante retirado y miembro de “Foro de la Sociedad Civil”.