Opinión

La recesión que viene

Será duro, eso es indiscutible, y pagará la gente del común, no los políticos y banqueros centrales que, una vez más, nos han metido en esto, pero es inevitable que suceda

  • Fachada de la Bolsa de Nueva York en Wall Street -

Es poco menos que imposible que, a estas alturas de año, no hayamos oído ya una o varias veces que vamos directos a una crisis, y no una crisis cualquiera, sino una de grandes dimensiones equivalente o superior a la de 2008. No es que lo diga nuestro vecino, es algo que está tan en el ambiente que hasta esos futurólogos que no suelen dar una (se hacen llamar economistas) están empezando a señalar la posibilidad de que en cuestión de unos meses estaremos ya en crisis y hay que prepararse. También apuntan hacia esa posibilidad los empresarios, que suelen ser los primeros en ver las orejas al lobo porque saben de primera mano lo que les cuesta mantener su empresa funcionando. Si miramos Google Trends y buscamos el término recesión nos encontraremos con que se busca hoy mucho más que hace un año o que hace sólo tres meses.

No es casualidad que se haya instalado este pesimismo. Desde hace tres o cuatro meses todas las noticias son malas o peores. Tenemos la guerra en Ucrania que, lejos de acabarse, pinta que va para largo, a eso hay que sumar los problemas que traemos del año pasado como el atasco en la cadena de suministro global, la escasez de semiconductores o los cortes en la producción en China. Para colmo de males, la energía está más cara que nunca, algo que comprobamos personalmente cuando nos llega la factura de la luz o tenemos que llenar el depósito de gasolina.

El remate es la inflación, el impuesto de los pobres, algo que nos está empezando a hacer la vida imposible. En EEUU, Europa o el Reino Unido no nos acordamos de la última vez que la inflación fue tan alta. Sólo los mayores de 60 años recuerdan haber visto una inflación de dos dígitos, fue a finales de los años 70 en un mundo muy diferente al actual. Esto ha ocasionado malestar generalizado porque vemos como en la cesta de la compra cada vez hay menos productos por el mismo dinero, algo con lo que argentinos, venezolanos o turcos están familiarizados, pero no los estadounidenses o los europeos.

A cambio el mercado laboral funciona. El desempleo está en mínimos incluso en países como España donde la tasa de paro es tradicionalmente muy alta por la rigidez del mercado laboral y la gran cantidad de cargas sociales que se amontonan sobre los salarios. Más de uno podría decir que ni tan mal. Que a cambio de tener los precios un poco más altos más gente trabaja y todos contentos. Pero la economía no funciona así. La inflación alta destruye tejido productivo y sin tejido productivo no hay empleo.

Lo que vamos a terminar en unos días será la primavera y la inflación está en máximos con perspectivas de seguir creciendo y ponerse en dos dígitos como ha hecho ya, por ejemplo, en Holanda

Pero vayámonos al año pasado. Tanto la Reserva Federal como el BCE se pasaron 2021 insistiendo en que el repunte inflacionario que empezó a sentirse tan pronto como en febrero era algo transitorio. Decían muy campanudos que en verano volvería todo a la normalidad, luego que en otoño, luego que después de Navidad, luego que al finalizar el invierno. Lo que vamos a terminar en unos días será la primavera y la inflación está en máximos con perspectivas de seguir creciendo y ponerse en dos dígitos como ha hecho ya, por ejemplo, en Holanda, donde el mes de mayo cerró con una inflación del 10,2%

Ya no pueden negar que hay demasiado dinero en el mercado y que se necesita una política monetaria más estricta. La pregunta es cómo de estricta y, por lo tanto, cuánto podría sufrir la economía. Cuanto más suban los tipos, más liquidez se retirará del mercado y antes entraremos en recesión, una recesión que, por lo demás, es inevitable en tanto que no es más que una consecuencia de los errores cometidos a lo largo de los últimos años, más concretamente de los dos últimos años en los que han abierto el grifo como si no hubiera mañana.

Si, por ejemplo, Estados Unidos entra en recesión, ¿qué pasaría exactamente? No tenemos ni idea, pero si sabemos lo que sucedió en el pasado y eso nos puede ayudar, al menos en cierta medida. Estados Unidos ha sufrido doce recesiones desde 1945. Muchos analistas señalan parecidos entre la situación actual y la de principios de la década de 1980 cuando la Reserva Federal de Paul Volcker acabó de un plumazo con la inflación provocando una profunda recesión en el proceso. Otros miran algo más atrás, hacia la recesión que siguió a la crisis energética del 73 en tanto que el petróleo y el gas se han disparado. Algunos puestos a comparar se han ido al año 2000 y el dot-com crash de aquel año. Lo hacen porque este año las tecnológicas están sufriendo mucho, pero esa comparación no es muy adecuada. Las puntocom en el año 2000 estaban en pañales y hoy son gigantes. Además, en el año 2000 quitando lo de las puntocom, el resto iba todo bien.

En 1980 venían de una crisis energética y de gran inestabilidad política en el plano internacional, pero no habían pasado una pandemia

Todos estos eventos del pasado nos pueden orientar, pero no hay dos crisis iguales porque la historia no se repite jamás punto por punto. Aunque los seres humanos somos idénticos a los de hace cien o cincuenta años, los elementos sobre el tablero o son distintos o están repartidos de diferente manera. En 1980 venían de una crisis energética y de gran inestabilidad política en el plano internacional, pero no habían pasado una pandemia y, mucho menos, los Estados habían disparado el gasto y la deuda como se ha hecho entre 2020 y 2021. Esto es lo que marca la diferencia con recesiones anteriores.

El problema, por lo tanto, son los estímulos continuos que todos los Gobiernos sin excepción con la participación entusiasta de los bancos centrales han ido inyectando en la economía. Estamos hablando de miles de millones de dólares en menos de dos años que se han canalizado o bien directamente mediante subsidios o bien indirectamente a través de programas muy ambiciosos de gasto público para sostener la actividad. Quizá aquello pudo tener explicación los tres primeros meses, pero una vez concluidos ya no tenía sentido seguir monetizando deuda como posesos, que es exactamente lo que hicieron.

Podían convertir cualquier cosa en oro sin esfuerzo y sin consecuencias. Así de contentos se les veía en las cumbres internacionales esas que montaban por videoconferencia

Para los políticos era el paraíso en la tierra. Emitían bonos y corría el banco central a crear dinero para comprarlos. Todos contentos. Los políticos porque tenían para gastar y clientelizar. Los ciudadanos porque sospechaban que algo les caería y los bancos centrales porque, a pesar de esa expansión monetaria tan brutal como insensata, los precios se mantenían más o menos planos. Durante unos meses entre 2020 y 2021 creyeron haber encontrado la piedra filosofal de los alquimistas. Podían convertir cualquier cosa en oro sin esfuerzo y sin consecuencias. Así de contentos se les veía en las cumbres internacionales esas que montaban por videoconferencia. Se sentían heraldos de una nueva era en la que habría fondos ilimitados para gastar, precios estables y empleo por doquier.

El año pasado descubrieron que su piedra filosofal era un pedrusco sin valor alguno que les colgaba del cuello y que cada vez pesaba más. Ahora estamos en estas. No saben realmente qué hacer más allá de ir subiendo los tipos para desanimar el gasto, encarecer los créditos y ralentizar la demanda. Eso y acabar con las compras indiscriminadas de deuda, a la que le pusieron el piadoso nombre de flexibilización cuantitativa durante la última crisis. El temido tapering que tendrán que llevarlo a cabo sí o sí por más que lleven meses resistiéndose.

Cuando eso suceda, y sucederá este mismo año porque la cometa ya no tiene más hilo, entraremos en recesión. No tenemos ni idea cómo de dura será ni cuánto durará. Ambas cosas dependerán de lo dispuestos que estén a dejar que el mercado se ajuste solo y de manera natural. Las cosas desagradables es mejor hacerlas rápido y del todo. Tirarse a una piscina de agua helada es mejor que lo hagamos de un golpe y sin pensarlo mucho. Lo otro sería ir metiendo poco a poco los pies, las piernas y el resto del cuerpo. Entre medias, y como lo estamos pasando mal, es posible que desistamos y no nos decidamos a sumergirnos, que era el objetivo inicial. Pues lo mismo sucede con esto. Si tienen que subir los tipos, cuanto antes lo hagan mejor para todos. Quebrarán las empresas que tengan que hacerlo. Su negocio era simplemente inviable o, mejor dicho, sólo parcialmente viable con el precio del dinero por los suelos. A los Gobiernos les forzará a reducir gasto, cuadrar las cuentas y acometer las reformas que han pospuesto porque el banco central les estaba regalando el dinero.

Será duro, eso es indiscutible, y pagará la gente del común, no los políticos y banqueros centrales que, una vez más, nos han metido en esto, pero es inevitable que suceda. De lo contrario tendremos que aprender a vivir con una moneda inflada y depreciada que cada vez vale menos. Nos cuesta mucho salir adelante cada día, muchas horas de trabajo y renuncias personales, por lo que es natural que aspiremos a convertir esas horas y esos sacrificios en dinero de verdad que guarde bien el valor de nuestro esfuerzo. La soberanía monetaria no es que los Estados gasten sin medida monedas que no valen nada, la soberanía monetaria es que el fruto de nuestro trabajo se transforme en una divisa fuerte. Esto algunos lo han olvidado. Quizá la crisis que seguramente de comienzo en los próximos meses se lo recuerde.

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