Ha vuelto Papá Noel en plena primavera. Ha regresado el hombre de los regalos navideños con presentes para todos los gustos. En el saco sin fondo del olentzero socialista hay obsequios de todos los colores. Dádivas para todos los gustos. Hay ingreso mínimo vital, fin del copago farmacéutico, matrícula universitaria gratuita, dentista con cargo al Estado, plazas gratis de guardería, hay todo eso y mucho más, que está el hombre que lo tira. Pedro es uno de esos granujas que sigue pensando que la sociedad española es tonta de baba, es aquel país que Claude G. Bowers, embajador americano en España entre 1933 y 1939, retrató compasivo en su libro de memorias ("Mi misión en España") labrando el campo yermo o sirviendo cochifrito en fondas de carretera, que no sabía leer ni escribir y que sigue sin saberlo, una sociedad fácilmente manipulable a la que se puede seguir engañando con collares de cuentas. Pedro es como aquellos caciques que en los bautizos de los pueblos salían al pórtico de la iglesia y lanzaban a la pobre gente allí congregada caramelos a puñados veteados con monedas de a perra gorda, y cómo reía el miserable viendo el espectáculo de aquella turba de pillos peleándose a cuatro patas por las migajas que su opulencia desparramaba por el suelo.
Pedro no dice una palabra del desafío separatista en el programa electoral del PSOE, ni de cómo va a pagar esa noria de regalos, pero tampoco lo necesita, porque todos lo imaginamos o, mejor, lo sabemos de sobra. Freír a impuestos a las clases medias, y ahogar un poco más a las empresas, sobre todo a las pymes, que las grandes ya se apañan. El control del déficit, el freno a la deuda pública, el saneamiento de la Seguridad Social, las pensiones, etc., son pájaros volando en la mentalidad cuarteada por la ambición de quien se cree llamado al poder por derecho propio. El rédito electoral que supone ocupar la Moncloa, el reparto de renta vía gasto público, la caída en el abismo del marqués de Galapagar y, sobre todo, la división de la derecha en tres bloques parecen augurar la victoria de este atrabiliario personaje a quien el PSOE serio, el de siempre, descabalgó en otoño de 2016 de la secretaría general por miedo a que hiciera lo que precisamente terminó haciendo a su regreso a Ferraz. Ahora podría volver a gobernar a lomos de entre 120/130 escaños, dicen encuestas difíciles de creer, una cifra que ahora parece logro fastuoso pero que, comparada con los 202 de González en 1982, o los 186 de Rajoy en 2011, es en realidad una porca miseria.
El PSOE de Sánchez es una escombrera similar a la que Rajoy dejó como herencia en el PP. Constatación de la abisal profundidad de la crisis política española
Que puede no le sirva para formar Gobierno. El sorprendente anuncio de Rivera en La Coruña, lo más relevante de la semana, ofreciendo a Casado un Gobierno de coalición “para echar a Sánchez”, ha venido a cegar la vía, a taponar la brecha de un posible acuerdo postelectoral entre socialistas y Ciudadanos. Cierto que todo el mundo tiene derecho a sospechar, pero, a falta de prueba en contrario, hay que creer a Rivera y su decisión de ligar el futuro de C’s al de la derecha política. Y gobernar reeditando el pacto de la moción de censura con comunistas y separatistas se antoja un imposible metafísico, porque inimaginable resulta asumir que España, país desarrollado miembro destacado de la UE, acepte suicidarse a cámara lenta durante los próximos años con un nuevo Gobierno Sánchezstein. Más allá del populismo ramplón, del izquierdismo trasnochado de este ágrafo ahíto de poder, en el PSOE de Sánchez no hay nada. Nada que suene a proyecto de país. Muchas bolsas de caramelos salpimentadas con monedas de a perra gorda. Obviada la manipulación que de este vuelo gallináceo hacen todos los días los medios afines (con RTVE y Prisa en cabeza), el PSOE de Sánchez es una escombrera similar a la que Rajoy dejó como herencia en el PP. Constatación de la abisal profundidad de la crisis política española.
Abocados probablemente a otra legislatura tan breve como miserable, con Gobierno en funciones y eventuales nuevas elecciones en otoño. Podemos se ha estrellado con su idea-monopolio de reinar en la izquierda sobre las cenizas del PSOE, y C’s ha comprobado ya los límites de su ascensión a los cielos de la derecha, fusión por absorción del PP mediante. Es la esencia de la crisis española: la ausencia de recambio para la difunda Transición. Nada en el horizonte. Simples juegos malabares cargados de malos presagios. Imposible imaginar ahora al líder capaz de rescatar al PSOE de la garras de este aprendiz de tiranuelo para reconstruir un partido socialdemócrata al uso, comprometido con la unidad de España, la libertad y prosperidad de sus ciudadanos a largo plazo. No menos complicado es el viacrucis que le espera al PP. Aquella derecha capaz de representar a la mitad del censo electoral que levantó Aznar, decidió un día suicidarse sola. En realidad, nuestra izquierda exquisita y progre no necesitó poner en práctica las prédicas al alimón de Felipe y Cebrián (“El discurso del método”, mayo 2001; “El futuro no es lo que era”, abril 2002), porque ella misma se encargó de situarse fuera de juego con sus groseros errores, su congénita cobardía y, por qué no decirlo, su tendencia a meter la mano en la caja.
Expulsar a liberales y conservadores
La estocada se la dio el propio Aznar cuando decidió apuntar con su divino dedazo al peor de los delfines que aspiraban a la sucesión. De la puntilla se encargó Mariano cuando, Congreso de Valencia, junio de 2008, apenas un mes después de su segunda derrota electoral a manos de Zapatero, decidió expulsar del PP a liberales y conservadores, gente sospechosa que molestaba en la tarea de achatar ideológicamente al PP hasta convertirlo en un mero gestor de los eventos consuetudinarios de la mano de listísimos tecnócratas duchos en aprobar oposiciones a los cuerpos de élite de la Administración. Conservadores y liberales terminaron por hacerle caso. Ya se han ido: se agrupan en Vox, y ahora el PP tiene muy difícil volver a ser lo que fue escindido en dos mitades, que en realidad son tres porque, a resultas de su incapacidad para defender la unidad de España, traicionando su razón de ser, en Cataluña brotó con fuerza Ciudadanos, una derecha más centrada en lo social y en lo que a derechos y libertades individuales se refiere.
Mariano dejó el PP convertido en un barbecho, un páramo sobre el que Casado está intentado construir una nueva alternativa capaz de volver a agrupar a la familia ahora dividida. Es la gran tarea que tiene por delante: resetear el centro derecha, darle un cuerpo doctrinal, liberarle de atavismos del pasado e insertarle en el mundo globalizado que vivimos enarbolando las banderas de las grandes reformas que el país tiene pendientes. La derecha gobernará en España mientras sea capaz de abanderar unas reformas que jamás emprenderá la izquierda, empeñada en el reparto equitativo de la miseria. Mucho antes de las bombas del 11-M, el PP había empezado a perder el poder cuando, en los dos últimos años de Aznar, se olvidó de las reformas. Sobre los miedos de Rajoy y su posterior mayoría absoluta, poco que añadir. Su labor reformista se frenó en seco a finales de 2013, segundo año de Gobierno. Luego fuese y no hubo nada, salvo desencanto.
El sueño húmedo de muchos socialistas consiste en imaginar un Gobierno de coalición PSOE-Ciudadanos. Desafiando las rotundas manifestaciones en contra de Rivera. Haciendo de tripas corazón
No será tarea fácil. Lo más probable es que tenga que pasar algunos años por el desierto de la oposición antes de volver a Moncloa. La formación de Gobiernos municipales y autonómicos –obligadamente de coalición en muchos lugares- tras las elecciones de mayo podría ser el momento adecuado para el inicio a ese proceso de acercamiento entre PP y C’s, que solo el tiempo dirá si acaba en boda. Muy difícil, por no decir imposible, que haya noticias sobre eventuales alianzas para el Gobierno de la nación antes del 26 de mayo. En contra de lo que machaconamente pronostican las encuestas, todo parece muy abierto. Mucho voto oculto. En el espectro de la derecha, Vox es ahora mismo el rey del mambo. El partido de Abascal está experimentando el mismo boom que registró Podemos en 2015. El riesgo evidente de Vox, hoy excelsa representación de la España cabreada, es que, como le ha ocurrido a Podemos, termine también desinflándose tras el fogonazo de este irrepetible 2019, para quedarse en un partido con una representación equivalente a la que Podemos-IU podría ostentar en el otro extremo.
Idéntico paralelismo, con vuelta del revés, podrían registrar los resultados de PSOE y PP la noche del 28 de abril. Ábalos apuntaba esta semana esa curiosa circunstancia, asegurando ante amigos que el PSOE podría lograr los mismos escaños que ahora tiene el PP (137), mientras que el PP quedaría algo por encima de los que ahora mantiene el PSOE (entre 90 y 100). Llamativa vuelta a la tortilla. Al margen del infatuado Sánchez, el sueño húmedo de muchos socialistas consiste en imaginar un Gobierno de coalición PSOE-Ciudadanos. Desafiando las rotundas manifestaciones en contra de Rivera. Haciendo de tripas corazón. Sería una solución, el mal menor, a la que le obligarían sus propios votantes, o una parte importante de los mismos, puestos en el brete de evitar el horror que para el futuro del país supondría un nuevo Gobierno PSOE prisionero de comunistas y separatistas. El riesgo es real. La separación de Cataluña de España, referéndum mediante, es para Sánchez una mera cuestión de tiempo. Para ser más precisos: es cosa de 10 años, el tiempo que Iceta estima necesario para que el cuarenta y tantos de voto independentista de hoy se convierta en un imparable 65% -con ración extra de educación supremacista y mucha TV3-, lo que supuestamente obligaría a la democracia española a abrir la puerta de salida a la élite separatista catalana. Una década que coincide, más o menos, con el tiempo que Sánchez se imagina residiendo en Moncloa con el apoyo del independentismo. Mientras llega el santo advenimiento, Iceta recomienda más autogobierno y más dinero. Ponérselo fácil, vamos. Es lo que está en juego el 28 de abril.