Las hogueras revolucionarias que por las noches han iluminado las calles de Barcelona son la imagen que ha dado la vuelta al mundo y la que quedará del episodio independentista que estamos viviendo cuando ya no quede de él nada más. Un contenedor ardiendo es informativamente mucho más irresistible que mil manifestantes pacíficos y, por eso mismo, resulta invencible. Solo a los que marchaban en paz, emocionados al verse rodeados de otros como ellos, les pasaba desapercibido que lo que sucedía en la calle de al lado era lo que ocuparía las portadas, y no ellos. La violencia gana los titulares y quien tiene los titulares, establece lo que se cuenta.
Los “listísimos” constructores del relato de un país oprimido que se levantaría en una revolución de sonrisas, o de pijamas, cometieron, entre muchos otros, también el error de pensar que su habilidad les permitiría controlar la ira que se afanaban día tras día en fomentar. Una ira apoyada en décadas de mentiras y de manipulaciones cotidianas con las que el supremacismo catalán había ido envenenando a la misma sociedad a la que su gran líder, de paso, robaba a espuertas.
Primero se dieron cuenta, asombrados, de que dependían -ellos de toda la vida del Liceu- de unos antisistema medio anarquistas de la CUP, que tenían la llave del poder que habían creído siempre suyo por derecho natural. Después perdieron el control de las asociaciones “cívicas” creadas para que fuesen la infantería del procés. Pronto empezaron éstas a acusarles de blandura y a exigirles que tirasen para adelante en las promesas de unilateralidad y declaración efectiva de la independencia prometida. Los pasos adelante y atrás, los juegos de manos políticos, tan jugosos para los iniciados que creían reírse así de España, se veían como simples titubeos cobardes por aquellas huestes a las que se había mentido con tanta fruición y tan poco disimulo.
Las fotos de contenedores ardiendo son las nueces que la burguesía independentista está recogiendo tras agitar irresponsablemente el árbol de la manipulación y la mentira
La sentencia del Supremo puso negro sobre blanco lo mismo que los miles y miles de independentistas sospechaban desde aquella Declaración Unilateral de Independencia de 56 segundos: que los condenados sabían que se trataba de un “señuelo para una movilización que nunca desembocaría en la creación de un Estado soberano". De nuevo una imagen, la de aquella inolvidable foto de la decepción, obra de Ivan Alvarado (Reuters), valía informativamente más que las palabras expresadas por el Tribunal.
Perdido por fin el control de todo, serán las hogueras y las columnas de humo sobre el skyline de la ciudad las imágenes que vencerán la batalla informativa en todo el mundo. Las fotos de contenedores ardiendo son las nueces que la burguesía independentista está recogiendo tras agitar irresponsablemente el árbol de la manipulación y la mentira y en esos fuegos nocturnos se abrasa irremisiblemente el pretendido relato de una Cataluña democrática y moderna que se alzaría cívicamente contra España.
Mayoría pacífica
Por si quedase algún charco por pisar, la actitud de condenar de forma renuente y siempre con la boca pequeña los actos vandálicos amarra a los lideres independentistas con los muchachos del contenedor ardiendo y de las piedras contra mossos, policías y guardias.
Las víctimas del relato ya no son los políticos condenados, que pronto estarán en la calle, sino Iván Álvarez y los demás policías heridos por el independentismo, los vecinos aterrorizados, ahumados y amenazados por el independentismo, los tenderos arruinados por el independentismo al que tal vez un día hasta votaron. Y lo peor para los líderes de la quimera, es que el fuego no puede esconderse ni ignorarse como han hecho siempre con la mayoría, esa sí que pacífica, de catalanes no independentistas.
Una vez sembrado el odio y avivado después con dinero, exageraciones y mentiras, era de una ingenuidad absolutamente culpable pensar que no saltaría la chispa de la violencia que, como cualquier fuego, tiene vida propia y una vez iniciado ya no hace sino buscar algo que quemar y que destruir; en este caso abrasará también la causa del procés. Las hogueras urbanas y la violencia terminarán de consumir los últimos restos de su naufragio definitivo.
De todos modos, las cenizas más difíciles de retirar serán las que han quedado en la intimidad de una sociedad catalana fracturada irresponsablemente hasta la locura solo para ver lo que se pescaba. Esas quemaduras durarán mucho más que las de papeleras y contenedores. Pueden creerme en eso.