Opinión

La revolución de las sonrisas era reírse en nuestra cara

A los ciudadanos no nos suele gustar que se rían de nosotros, menos aún cuando lo estamos pasando mal y ellos no paran de meter la pata

  • Irene Montero en su polémico selfie durante su visita a Nueva York con su equipo

He dejado de preguntarme qué hay que hacer en este país para que los políticos que nos gobiernan respondan. La respuesta es tan sencilla como cruel: no hay nada que hacer porque no van a responder. Da exactamente igual que se lance media España a la calle a manifestarse en contra del Gobierno, a exigir la dimisión del presidente. A este tipo le da igual, no se alteraría, aunque se lo gritáramos a la oreja todos los españoles.

¿Qué se congrega una multitud frente al Ministerio de Igualdad pidiendo la dimisión de la ministra? ¿Qué más de 70 asociaciones feministas exigen su dimisión? No importa, la señorita no solo no dimite, sino que sigue repitiendo que se aplica mal su ley, la que ella se ha sacado de la manga y por la que ya vamos camino de los 300 violadores beneficiados.

He visto a ministros europeos dimitir porque les recriminaron que habían hecho un uso indebido de algo que solo debían usar por trabajo y debido a su cargo. Aquí el señor Sánchez se monta en el Falcon para ir a un concierto, que no pasa nada. Hay políticos en Europa que han dimitido porque les pillaron mintiendo en su currículum. En España este gobierno y su amado líder tuvo a Madrid "castigado" durante las famosas "fases de desescalada de la pandemia", porque así lo indicaba el comité de expertos. ¿Y qué pasa cuando se descubre que el dichoso comité de expertos nunca existió? Pues qué va a pasar, nada. Aquí nadie dimite, nadie admite responsabilidad alguna, nadie pide perdón y nadie rectifica. Ni diciendo el Tribunal Constitucional que los decretos del estado de alarma eran inconstitucionales se hace nadie responsable de tal barbaridad.

¿Qué pasa cuando a este presidente se le ponen sus mentiras delante de la cara? ¿Cuándo se le recuerda que no iba a pactar con estos ni aquellos, que no hacía falta repetirlo 20 veces, porque además no dormiría tranquilo, y ahora los mete en su cama para que le canten nanas? Pues que se ríe en tu cara. ¿Te resulta familiar ya esa sonrisita narcisista e hipócrita o todavía no la has visto suficiente?

Cada vez que veo reírse a alguno de estos, me pregunto si con tantos asesores a dedo que tienen revoloteando alrededor no hay alguno que les diga que no es momento, que a los ciudadanos no nos suele gustar que se rían de nosotros, menos aún cuando lo estamos pasando mal y ellos no paran de meter la pata y echar la culpa a fantasmas inventados. Ingenua de mí, pensé que la revolución de las sonrisas era otra cosa.

Me vais a llamar exagerada, pero es que yo me imagino a un ministro japonés, al que le digan que por una ley que es su responsabilidad se están sacando a violadores de la cárcel y reduciéndoles las penas o que por su política de inmigración se han llenado las calles de delincuentes salvajes que se dedican a asesinar gente a machetazos y a violar mujeres, niñas e incluso ancianas, y a mí lo que me viene a la cabeza es al señor japonés cogiendo una catana y haciéndose el harakiri. No me lo imagino dado una charla con sus coleguitas y haciendo chistes.

Si hasta el rey emérito se supo poner colorado cuando le tocaba. Que el perdón fuera sincero y que no lo volviera a hacer, ya es otro cantar

No digo yo que la señorita ministra de Igualdad, sus amiguitas asesoras y secretarias varias o incluso el propio presidente tengan que abrirse el vientre y esparcir sus entrañas por el suelo para limpiar su honor. Ni siquiera tengo claro que sepan lo que es el honor. Pero pedirles un poquito de decencia, aunque sea a través de un "perdón, me he equivocado, no lo volveré a hacer", no es tanto pedir. Si hasta el rey emérito se supo poner colorado cuando le tocaba. Que el perdón fuera sincero y que no lo volviera a hacer, ya es otro cantar. Pero es que estos, con lo bien que saben mentir, ni siquiera son capaces de hacerlo para entonar un "mea culpa" o borrar las puñeteras sonrisas de la cara.

Los que no iban a cobrar más de tres salarios mínimos, te dijeron luego que no podían bajarse el sueldo, que no les dejaban y se lo subieron. Yo con esto no necesito más para saber que esta gente tendría que estar en su casa sentada en el rincón de pensar unos 50 años, pero podemos hablar también de la factura de la luz que ellos iban a reducir, de que se les ha puesto a todos cara y bolsillo de la casta que venían a expulsar de la política, de que, siendo condenados por delitos varios, los vuelven a recolocar por aquí y por allá para que sigan chupando del bote…

Y, nuevamente, no pasa nada. Da igual que se lo eches en cara, que se lo recrimines, que exijas la dimisión de toda esta panda de mentirosos a los que lo único que les importa es llenarse los bolsillos mientras dicen que se preocupan porque Mercadona sube el precio de la leche. Debe ser que en el resto de los supermercados ha bajado y no nos hemos enterado, pero menos mal que tenemos a este gobierno tan preparado para decirnos dónde tenemos que comprar y a quién, a qué periodista tenemos que escuchar y creer, a qué presentador de televisión tenemos que hundir y a qué youtuber tenemos que odiar. Lástima que ya no tenemos un vicepresidente dándonos la matraca con las películas y las series que tenemos que ver.

Llevamos en ese puente 40 años y no hay manera de cruzar al otro lado. Que nos han robado a lo grande y les pagamos unos sueldazos por seguir robándonos

Así que decidme qué opción tenemos con esta gente. Qué podemos esperar como ciudadanos. ¿A las urnas? ¿A votar a otros esperando que releven a estos? ¿Y si luego tampoco cumplen con lo prometido? ¿Y si no dimiten, aunque en su programa llevaran a Gandhi y luego desayunen con Franco, merienden con Hitler y cenen con Stalin?

Ya lo sé, que ya cruzaremos ese puente cuando lleguemos. Pero es que, señores, que ya hemos llegado. Que llevamos en ese puente 40 años y no hay manera de cruzar al otro lado. Que nos han robado a lo grande y les pagamos unos sueldazos por seguir robándonos, mintiéndonos y arruinando nuestras vidas. Nada cambia.

Pero que da igual, que no pasa nada. Que son lentejas, que diría mi abuela. Si yo ya me estoy acostumbrando al sabor amargo de la resignación, porque recordar cómo es eso de la guillotina con los dirigentes que te toman el pelo, aún me cuesta. Además, a Sánchez le veo capaz de mantener la sonrisita incluso con la cabeza en un cesto y eso sí que me da miedo.

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