La aparición del mambo significó un cambio en la música moderna. El ritmo lo marcaba la orquesta convertida en voz colectiva. No había un solista sino un conjunto de músicos que interpretaban la melodía que en los momentos más altos de los metales se paraban para acompañar al director con un grito: “¡Mambo!”. El jefe, el director, el que marcaba con su gesto el momento estelar de la pausa rítmica se llamaba Pérez Prado, para los suyos “don Dámaso”. Había nacido en Cuba, nada menos que en Matanzas, donde la música es tradición, y aunque su arrolladora carrera trascurrió sobre todo en México, su música dominó la década de los cincuenta. Federico Fellini le llevó a la gloria en La dolce vita con el mambo más mambo de todos los mambos, cuando ya empezaba otra época.
Allí donde hay un director de orquesta que da la espalda al público y hace el gesto para que el conjunto grite ¡mambo!, allí aletea el espíritu de Pérez Prado, el Rey del Mambo. Lo estamos viviendo. El supuesto “presidente en funciones” -mejor sería decir presidente “in pectore”- de vez en cuando hace una pausa en su ajetreada vida presidencial, se vuelve a los suyos, y estos responden al unísono con un ¡mambo! Están solos en el escenario, han pasado de la angustia por un futuro inquietante, casi vergonzoso, a un sentimiento de absoluto descaro, a una prepotencia tal que, en vez de ganar unas elecciones por los puntos y sin mayoría para consumarla, parece que hubieran obtenido la mayoría absoluta y estuvieran dirimiendo sobre los posibles aliados mirándoles los dientes, la testuz, las ubres para saber si convendría comprarlos ahora o mejor dejarlos que reposen hasta quitarles las callosidades.
Sánchez ha colocado el cartón, las chapas y la bolita, pero no levanta nada: sólo admite las apuestas, las posturas, que se diría en política; y en el póker
Lo tienen todo menos lo que les es imprescindible. Los votos mayoritarios, las tramas para ir colocando a los suyos en los puestos claves del inmediato futuro, por demás también los medios de comunicación, entregados a azuzar a los adversarios y sacarles las costuras, también la opinión pública, ese ente tan indefinible, ¡ay!, que no sabemos qué fue antes, si el huevo o la gallina. En ocasiones les gusta ser de centro, otras se ponen el embozo de izquierdas, pero no les gusta nada que les metan en el cajón del centro-izquierda. Porque ellos son únicos e intransferibles, momento en el que echan mano del siglo y pico de vida de partido.
Como ni conocen ni les interesa su pasado, viven al día. Son el PSOE de Sánchez, como antes fueron el PSOE de Zapatero, que de tan puro, simple e incompetente acabará convertido en el cuentachistes sin gracia que se niega a bajar del escenario. Quedará Zapatero, el payasete sonriente, pero el PSOE no lo tendrá registrado entre los líderes que marcaron territorio: lo suyo fue terreno baldío que no puede contemplarse ni por su paisaje ni por su paisanaje. Sus salidas de niño consentido trajeron tantas consecuencias que se pueden resumir en la estelar carrera de su ministra Bibiana Aído y demás miembros y miembras.
Un trilero de la política
La paramera de nuestros liderazgos políticos -ampliable a otros gremios- ha convertido a Pedro Sánchez en un líder incontestable. La derecha económica se rinde, la derecha política se acoquina, la izquierda recién incorporada a la casta quiere garantizar sus emolumentos y que les ayude a parar la sangría. A los recién llegados al centro, Ciudadanos, les parecía poco ser bisagra y aspiraban a convertirse en puertas al mar, y les han hecho entender que haber sido los únicos, junto al PSOE, que triunfaron en las urnas, no sirve de nada si no tienes los recursos para imponerte. Cayeron en la trampa de Vox sin calibrar las consecuencias y se hicieron socios de un lupanar donde ellos no dejaban de exclamar que eran vírgenes. Si no era por el negocio, por qué se metieron. No evaluaron que las pequeñas victorias pueden ser una evidente derrota en manos del que maneja la historia del relato, esa tontería léxica que pretende sustituir, en tiempos de lo políticamente correcto, a la manipulación de la realidad.
Nadie está en condiciones de competir con la hiperactividad de Pedro Sánchez y más teniendo su esplendorosa cabeza de hombre hecho a todo -que es como se llama al capaz de todas las perrerías-, bien pertrechado de testosterona, que habla inglés y lo suficientemente alto como para jugar al baloncesto, desvergonzado, amén de monarca, que no secretario general, del PSOE. Además, te jalean por tierra, mar y aire. Inaugura la línea del Ave Madrid-Granada, que no es AVE aunque lo diga el profeta Ábalos, el que habla por inspiración directa del Espíritu que lo cubre todo, que lo sabe todo, que lo decide todo, cuando la verdad es que no cubre nada, ni parece querer saber nada, pero navega viento en popa. Me recordaban las inauguraciones del Caudillo y los No-Do de antaño. Ya viene, ya viene, las cámaras lo recogen, entra el primero seguido de su séquito, se sienta y sonríe: ya puede empezar el viaje de ida hasta Granada. La vuelta la hará en Falcon; no hay que exagerar el entusiasmo, sería populismo.
La inauguración del AVE Madrid-Granada me ha recordado las inauguraciones del Caudillo y los No-Do de antaño
No creo que importe mucho que la primera sesión de investidura se celebre a finales de este mes y la segunda en septiembre. Todo pasa por él. Decidirá cuando sus adversarios estén sedientos de una oportunidad de poder. Incluso Pablo Iglesias, en su callejón sin salida, afirma que esperará dos meses y medio para formar ese gobierno de coalición que se llamará de cooperación y que tiene tantos visos de realizarse conforme a sus previsiones como lo de hacer una peregrinación a Jerusalén y creerte que estás emulando a los cruzados de la fe.
Pedro Sánchez, un trilero de la política, ha puesto el cartón, las chapas y la bolita, y como jugador avezado no levanta nada: sólo admite las apuestas, las posturas, que se diría en política y en el póker. Lo que más me revuelve las tripas es que de vez en cuando recuerdan el mantra sobre el que asientan sus vacuidades: España necesita… El país requiere… Los trabajadores demandan… Lo que la gente pide es que le quiten la inseguridad de encima, o al menos que se oculte, que no la vean, como si eso significara que dejarán de sufrirla.
De todas formas, lo que sí conmueve hasta el pasmo son los tribunos de la Todología que intuyen que Pedro Sánchez pueda convertirse en la nueva encarnadura de la socialdemocracia. Por favor, seamos modestos; serviciales, pero modestos. Jugamos en la liga de Bettino Craxi y Pérez Prado. La del mambo.