Flaco favor hacen los monárquicos metiendo a Felipe VI en su discurso político. Lo peor que le puede pasar al monarca es que se perciba como un rey de partido; es decir, que el electorado de la derecha lo utilice como argumento político contra la izquierda, y viceversa. Si Felipe VI es un elemento más de la argumentación política, y se usa para hacer oposición al gobierno socialcomunista, será un éxito de la izquierda republicana y de los nacionalistas.
La virtud de una institución hereditaria como la monarquía, que procede de una convención política votada, es que se quede al margen de las disputas políticas. Solo así se favorece el cumplimiento de su misión no escrita: ser símbolo de la unidad y la continuidad, de un proyecto común que, a pesar de las discrepancias, no se ha convertido en un campo de batalla sin cuartel.
El sueño de Pablo Iglesias, Otegi y Rufián, y más de uno del PSOE, es que las palabras “Rey” o “Felipe VI” no se les caigan de la boca a los dirigentes del PP y de Vox. Su propósito es cavar trincheras, convertir todo en un conflicto, desestabilizar y quebrar. La derecha puede hacer dos cosas: seguir su juego por electoralismo o torpeza, o mostrar su confianza en el sistema política del 78, en su conjunto, sin la pretensión de encontrar un titular fácil con la mención a Felipe VI. Es una cuestión de responsabilidad y de coherencia con el fondo de las palabras.
Su propósito es convertir todo símbolo español en un problema: la bandera, el himno y el rey. Lo han conseguido con los dos primeros
La izquierda y el nacionalismo quieren que la monarquía sea un tema de debate político al nivel de cualquier otro. Tirarse la figura del Rey unos a otros, desgastarlo cambiando su imagen de garante del sistema por una bien diferente: la de fuente de conflictos. Su propósito es convertir todo símbolo español en un problema: la bandera, el himno y el Rey. Lo han conseguido con los dos primeros gracias a que la derecha quiso apropiarse de ambos porque la izquierda los despreciaba. Era un desprecio calculado, de marketing político, y lo lograron. Falta el Rey.
Es cierto que Juan Carlos I no ayuda. Enaltecer su figura ahora tampoco es muy inteligente. Felipe VI ha renunciado a su herencia y se niega a pagar una pensión a su padre, quien ha regularizado su situación con Hacienda y tuvo que pedir perdón en 2014. “No volverá a suceder”, claro que no. Jaime Alfonsín, de la Casa del Rey, y Carmen Calvo negociaron la salida de don Juan Carlos. Portugal y algunas monarquías europeas no quisieron acogerlo. Mal síntoma. Todavía el PSOE se opone a la formación de una comisión parlamentaria de investigación que sirva de teatro a podemitas y nacionalistas. Pero que nadie se equivoque: eso forma parte de la negociación para mantener los intereses del Rey y del Gobierno.
Con la princesa de Asturias
La Casa Real está intentando activar de nuevo la adhesión a la Corona, crear un 'felipismo' como en su día hubo un “juancarlismo”; es decir, tratan de convencer de la conveniencia de mantener la monarquía parlamentaria frente a aventuras extrañas y conflictivas. De ahí también que el Rey se presente con la Princesa de Asturias, para mostrar la continuidad, modernidad, puridad de principios y de conducta.
Es poco leal con la monarquía, en definitiva, manosear la figura de Felipe VI. Incluirla en el debate político es permitir el avance del republicanismo rupturista, que parcela el régimen que quiere demoler, lo ataca y derriba por partes, para que su tarea destructora sea más sencilla. Si se quiere defender el sistema del 78 ha de sostenerse el edificio completo, sus instituciones y espíritu, la separación de poderes, la independencia judicial, la igualdad ante la ley, las autonomías, el pluralismo en ejercicio, y los derechos individuales. Lo importante es el conjunto, porque todos y cada uno de esos elementos son diques de contención de totalitarios y rupturistas.