Opinión

Sánchez, la amnistía y Don Quijote

Este es un país capaz de encumbrar a los piratas que engañan al pueblo con trucos y mentiras. No es una afirmación o reflexión mía, no, pertenece a una de las muchas sabias lecciones que impartió Don Quijote a su fiel escudero Sancho. Es como si Cerva

  • Imagen de la manifestación del 8 de octubre en Barcelona -

Este es un país capaz de encumbrar a los piratas que engañan al pueblo con trucos y mentiras. No es una afirmación o reflexión mía, no, pertenece a una de las muchas sabias lecciones que impartió Don Quijote a su fiel escudero Sancho. Es como si Cervantes hubiera sido capaz de prever antaño lo que está pasando hogaño en España, porque de mentiras y trucos está lleno el proceso mediante el que nuestro particular pirata hoy encumbrado engaña y quiere engañar al pueblo español.

Me voy a permitir referirme ahora a una mentira o truco en concreto que ha tenido menor repercusión de la que debiera. Para explicar y justificar Pedro Sánchez por qué en escasas semanas ha pasado de demonizar la amnistía para los golpistas del procés a abrazarla con fervoroso entusiasmo, ha recurrido a comparar su “cambio de opinión” con el que se operó en Felipe González en los años ochenta del siglo pasado en relación con la OTAN. No cabe mayor evidencia del cóctel de indigencia intelectual y de desfachatez moral que acompaña al autor de la comparanza. Es así por varios motivos.

Primero, porque el tránsito de Felipe González desde el “¡OTAN no, bases fuera!” esculpido desde la oposición hasta consolidar desde el Gobierno la presencia de España en el citado organismo se fraguó a lo largo de varios años, entre 1982 y 1986, sin que tuviera el carácter exprés que ha tenido la conversión de Sánchez sobre la amnistía. Condición de exprés que, por cierto, es una característica que ha concurrido asimismo en otros también vertiginosos “cambios en la opinión” mantenida por nuestro peculiar pirata.

Su abrupto “cambio de opinión” no trae más causa que su deseo de seguir en La Moncloa y el inexcusable requisito que para ello le exigen los golpistas en orden a resultar amnistiados

Segundo, porque entre las motivaciones que llevaron a González a modificar su posición no se encontraba el deseo de obtener ningún voto en proceso alguno de investidura, en tanto que este objetivo es lo único que alimenta el “cambio de opinión” acaecido en Sánchez. Es fácil colegir que, de no ser por la carambola parlamentaria resultante de las elecciones del 23-J, nuestro presidente en funciones y candidato a serlo con plenitud, seguiría opinando que la amnistía no resulta ni deseable políticamente, ni justificable moralmente, ni posible jurídicamente. De modo que su abrupto “cambio de opinión” no trae más causa que su deseo de seguir en La Moncloa y el inexcusable requisito que para ello le exigen los golpistas en orden a resultar amnistiados. En este caso, estamos ante un dejá vue porque, curiosamente, los “cambios de opinión” de Sánchez vienen siempre precedidos de la necesidad de contar en el Parlamento con los votos de los que se benefician del carácter cambiante de su opinión. Una delicia ética y estética del pirata.

Tercero, porque consciente González de que su posterior postura de querer consolidar desde el Gobierno nuestra pertenencia en la OTAN significaba una innegable contradicción con la que había mantenido anteriormente en la oposición, tuvo la integridad ética de someter al juicio de los españoles su rectificación. Y con dicho fin, tuvo el coraje político y la decencia moral de convocar un referéndum consultivo dando a la sociedad española la posibilidad de emitir una opinión que aprobara o suspendiera su proceso de reflexión y cambio de criterio. Los españoles acudimos a las urnas y, aunque no fuera a tener la consulta efectos legales por su carácter exclusivamente consultivo, aprobamos colectivamente la conducta de Felipe que resultó así legitimada. Nada parecido se le ha ocurrido al hoy candidato a presidente de Gobierno. Sin duda porque la ética no forma parte de la matriz de variables empleada por Sánchez para su acción política.

Sánchez pasará a la Historia como el mayor pirata de la política española, como el que más mentiras y trucos fue capaz de inventar y como el que engañó al pueblo español en mayor medida

Es así porque si -en los términos de la cita del Quijote- el pirata que nos gobierna tuviera un mínimo de ética, política y humana, condicionaría cualquier compromiso con los delincuentes del procés a la opinión del pueblo español. Podría hacerlo mediante la convocatoria de un referéndum consultivo sobre la aprobación de la amnistía que le exigen los secesionistas catalanes, asumiendo que solo cedería a lo exigido si la mayoría de los españoles dieran su conformidad a la medida. O lo podría hacer renunciando a la investidura y presentándose a las consecuentes elecciones con la concesión de la amnistía como primer punto de su programa electoral.

Con cualquiera de las dos opciones expuestas, podría resultar legítimo el “cambio de opinión” articulado por Sánchez. Por el contrario, sin recurrir a ninguna de ellas y pactando ahora aplicar después lo que inmediatamente antes rechazaba de modo tajante, la actitud de Sánchez pasará a los anales de la historia de la ilegitimidad política. No cabe mayor engaño al pueblo, no cabe mayor truco o mentira y, por seguir con los términos de la lección impartida a Sancho Panza, no caber mayor acción de piratería por más que el que la pertreche sea un pirata ahora encumbrado por sus trucos y mentiras anteriores.

Así hablan los apesebrados

Por eso, respondiendo a la pregunta que, según cuentan las crónicas, él mismo se auto formula respecto a cómo se hablará de él después de muerto -se entiende que políticamente-, la respuesta es incontestable: Sánchez pasará a la Historia como el mayor pirata de la política española, como el que más mentiras y trucos fue capaz de inventar y como el que engañó al pueblo español en mayor medida. Así se hablará de él, y así hablamos ya los que no vivimos de su pesebre, otra cosa es cómo hablan los que sí viven apesebrados. Pero éstos, los que modulan su opinión en función de lo que reciben, son tan indignos y tan inmorales como el pesebrista que los alimenta.

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