Opinión

Sánchez y Biden, el síndrome del presidente gagá

Desorientado y sin argumentos, Sánchez se aferra a los viejos hechizos, a las palabras desgastadas que un día le funcionaron con eficacia. Deambula como un zombi rumbo al trastazo andaluz

  • El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, conversa con el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, durante la cumbre del G20

Cuando terminó su comparecencia, se giró hacia la derecha del estrado y alargó la mano con ánimo de estrechársela a alguien. Allí no había nadie. Un vacío desolador. Joe Biden saludó a un fantasma y buscó luego, como un sonámbulo, la puerta de salida ante la estupefacción de un público atónito. El presidente de los Estados Unidos protagoniza escenas de este tipo, entre el despiste circunstancial y la descoordinación mental. Transmite la imagen de estar algo gagá. En la Casa Blanca, naturalmente, se le quita importancia. "Algunos achaques propios de esa edad". El problema aparece cuando esa persona está al frente de la primera potencia mundial en uno de los momentos terribles e inquietantes de la Historia contemporánea. Así no se pude gobernar ni Estados Unidos ni la guardería de la Casa Blanca.

Cuando Pedro Sánchez, en su entrevista en A3, se giró hacia un lado del plató para saludar a "la extrema derecha", ese espectro fantasmal al que siempre recurre cuando huele a urnas, se topó con la nada. El vacío. Eso de la 'extrema derecha' es un truco que ya no rula. Esa historieta apesta a guisote recalentado, a patraña desportillada e intragable. En su amigable charla con Susana Griso, el presidente del Gobierno dejó al descubierto dos flancos que evidencian sus debilidad. Por un lado, cuando habló de gobernar 'con lo representa Yolanda Díaz', lo que quiera que eso sea, asumió por vez primera vez el hecho de que no se ve ganador y que va a precisar de la pastorcilla de Pablo Iglesias para redondear una mayoría parlamentaria. "Yo solo no puedo", le faltó decir. Jamás se contempló semejante rapto de humildad, y aun de encendida modestia, en el personaje político más soberbio, altanero y narcisista que recuerdan los tiempos. Y lo más importante, evidenció un vacío argumental tan escandaloso que altos dignatarios del socialismo han empezado a contemplar con preocupación la labor del muy gris Bolaños y los famosos Migueles (Barroso y Contreras), el núcleo duro de la estrategia propagandística del presidente.

Sánchez deambula ya con cara de zombi rumbo al gran trastazo de las elecciones andaluzas. Toda su artillería dialéctica se reduce, en estos momentos de zozobra mundial y de angustia nacional, a juguetear con esos viejos clichés ya desgastados

Sánchez, inseguro y vacilante en su comparecencia televisiva, se esforzó en su desempeño habitual como rey del 'manzanas traigo', esto es, responder cualquier cosa menos a lo que se le pregunta. En esta ocasión, sin embargo, sus regates resultaron un esfuerzo estéril. La evidencia de un desgaste sin paliativos.

-¿Por qué no baja los impuestos como han hecho otros gobiernos europeos?'

-Puff lo de Rato, pues anda que lo de Montoro.

-Tenemos la mayor inflación de Europa aunque 'la guerra de Putin' es igual para todos.

-Ya pero mire, el PP es el partido de la corrupción y los recortes.

-España padece el mayor desplome del PIB de la órbita occidental.

-Ah!, la extrema derecha, en fin, ya sabe, la extrema derecha.

El reloj de la Moncloa atrasa unos cuantos años. Sánchez deambula con cara de zombi rumbo al gran trastazo de las elecciones andaluzas. Toda su artillería dialéctica se reduce, en estos momentos de zozobra mundial y de angustia nacional, a juguetear con esos clichés desgastados, esa retahíla de eslóganes tumefactos sobre Vox, el fascismo, la alerta democrática y hasta la Gurtel. ¿Se puede ser más mediocre? ¿Se puede estar más despistado? Semejante actitud pone de manifiesto su absoluta desorientación mental y su enorme confusión política. Alcanzada la velocidad de crucero de sus incoherencias, llegó incluso a airear con singular desparpajo los casos de las mascarillas y las comisiones en Madrid, a lo que le recordó Núñez Feijóo, con su natural ponderación, quien tiene entre sus filas a unos cuantos imputados es el Gobierno.

¿Nadie en su entorno de confianza es capaz de advertirle de que con semejante palabrería inconexa y desnortada, transmite la imagen de un dirigente marciano, fuera del mundo, ajeno a la realidad? Atacado ferozmente por el llamado síndrome de la Moncloa, del despacho al Falcon, de running matinal por los jardines de palacio al descanso estival por las playas de Doñana, alejado de la gente, ni siquiera puede acudir este fin de semana al estadio junto al Rey porque le abroncan y le chiflan. El jefe del Ejecutivo se manifiesta negado para percibir las urgencias que tiene planteadas España, que muy poco tienen que ver con si el PP pacta con Vox o si el alcalde tiene un primo que una día le pasó un mail a un comisionista hortera.

"El negro batallón avanza por la llanura", advierte Séneca. El presidente, temeroso de que su tiempo concluye, se revuelve en forma desordenada contra su destino. Desprovisto de armas poderosas, de recetas infalibles, se aferra a tres viejas fórmulas, potriñosas y oxidadas, que en su día funcionaron como eficaz hechizo: Recortes, corrupción y Vox. Todo eso ya pasó. Sólo le queda, Junto a Biden, emprender al arte de la huida, si es que atendieran el consejo de Plutarco.

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