En 1974, una catedrática de Mainz revolucionó las ciencias de la información con un artículo en el Journal of Communication. Se llamaba Elisabeth Noelle-Neumann y el texto The Spiral of Silence: A Theory of Public Opinion. Era el colofón de años de trabajo en los que la alemana se había resistido a asumir la investigación de Lazarsfeld, Berelson y Gaudet que, décadas antes, había postulado que los medios tenían un poder “limitado”.
Noelle-Neumann nunca lo creyó. Porque sabía de lo que hablaba. Había vivido en Alemania antes de ir a EE. UU. y había podido comprobar la eficacia de la propaganda. Ella misma, militante en su juventud del Partido Nacionalsocialista, había publicado escritos en prensa a favor de la ideología del gobierno.
La llegada de los 60 reforzó su intuición. Los mensajes acumulativos, omnipresentes y consonantes de la televisión, hacían ya imposible escaquearse de su influencia. Como probó otro autor, McCombs, el poder de los medios no era tanto manipular el comportamiento, sino dictar los temas sobre los que pensar (o no). Pero no sólo. Noelle-Neumann se dio cuenta de que eran los grandes generadores de opinión pública, la más potente herramienta de control social para modular los comportamientos de la ciudadanía.
En cualquier comunidad, el “discrepante” (quien expresa posiciones contrarias a las asumidas como mayoritarias) es condenado al aislamiento. En la sociedad de la información, la opinión “publicada” se interpreta habitualmente como mayoritaria. Por mera supervivencia, evitamos contrariarla. Por eso, los medios adquieren un enorme poder.
Si nos alineamos con el “percibido” sentir mayoritario, nos atrevemos a expresarnos. De no ser así, nos cohibimos
Los seres humanos somos gregarios: tememos el ostracismo. Por eso, disponemos de una especie de “sentido” que nos empuja a sondear el clima de opinión. Necesitamos contrastar nuestras convicciones, actitudes y comportamientos con los del espacio público para saber a qué arriesgarnos. Si nos alineamos con el “percibido” sentir mayoritario, nos atrevemos a expresarnos. De no ser así, nos cohibimos.
Este sentir puede responder a la realidad o ser un simple espejismo (a veces intencionalmente fabricado). En cualquier caso, hace enmudecer a quienes discrepan mientras anima a hablar a quienes se ven incluidos en la colectividad. Se genera así una espiral, la espiral del silencio: las ideas que se manifiestan se van haciendo cada vez más fuertes y las áfonas, más débiles. Pero el proceso puede romperse en seco cuando algún hecho provoca que la voz de un grupo de valientes, reafirmado en sus posiciones, se escuche.
Los dominantes se revuelven para tratar de recuperar el control. Sin embargo, sus espasmos coléricos refuerzan el impulso de cada vez más individuos rebeldes
Entonces, como un castillo de naipes, la falacia (si la opinión presentada como “mayoritaria” no era realidad) se puede empezar a desmontar. Quienes permanecían mudos reaccionan y quienes se adherían, gregariamente, ante planteamientos que no compartían, dejan de hacerlo. Obviamente, los dominantes se revuelven para tratar de recuperar el control. Si embargo, sus espasmos coléricos refuerzan el impulso de cada vez más individuos rebeldes.
Como en Canet. Lo paradójico estriba en que lo que ha hecho reaccionar no ha sido tanto la firmeza de esos padres en defender los derechos lingüísticos de su hijo, como la asquerosa campaña de acoso promocionada por la Generalitat. Esta reacción rabiosa ha sido la gota que ha colmado el vaso.
La polémica no tiene que ver con el catalán. Tiene que ver con la exclusión y con el señalamiento del que no se siente radical ni politizado, del que no piensa como ellos, del “discrepante”, condenado hasta ahora al silencio. Tiene que ver con el respeto a los derechos fundamentales y con el acatamiento del Estado de Derecho.
Noelle-Neumann comprobó sus ideas empíricamente con más de 3.000 encuestas en un experimento. Concluyó, entre otras, dos cuestiones importantes. Cuando una minoría percibe la posibilidad de ser mayoría, crecerá. En segundo lugar (aviso a navegantes), cuando hay inseguridad sobre lo que es o puede ser la creencia dominante, se está produciendo un profundo cambio de opinión.
Los partidos constitucionalistas han votado, unidos, mociones a favor del respeto a la sentencia del TSJC en el Parlament. Illa, que de tonto no tiene un pelo, se ha abstenido de defender la inmersión
Centenares de familias han iniciado los trámites para exigir que se imparta el 25% de castellano en sus centros escolares. Esta semana, además, los partidos constitucionalistas han votado, unidos, mociones a favor del respeto a la sentencia del TSJC en el Parlament. Illa, que de tonto no tiene un pelo, se ha abstenido de defender la inmersión. El PSC, que se expresaba gregariamente ante planteamientos inasumibles, parece que empieza a dejar de hacerlo…
Mientras, Sánchez en el Gobierno sigue poniéndose de perfil. Tirando de argumentario, esta semana se ha limitado a instar a Casado a "no politizar la lengua" (él, un presidente de Gobierno que negoció con ella los presupuestos en la ley Celaá). Parecería que, en estos momentos, tiene dudas de qué le va a ser lo más rentable a la hora de pronunciarse.
Cambio en el clima de opinión
La opinión pública española necesita urgentemente una declaración suya, sin ambigüedades, a favor de los derechos de los menores, de los derechos lingüísticos y del Estado de Derecho. Una declaración exigiendo a Pere Aragonès cumplir con la legalidad. Un compromiso de que el Gobierno va a actuar para proteger a todos los catalanes (que son españoles).
Es normal que Sánchez sienta inseguridad sobre lo que es o puede ser la opinión dominante: se está produciendo, por fin, un cambio en el clima de opinión. Con el espíritu de Canet, la espiral del silencio se rompe. Si Sánchez no puede posicionarse por convicción, que lo haga al menos por supervivencia. Que lea a Noelle-Neumann