Opinión

Cuando todo se tambalea

No demonicemos la realidad y sus noticias: asumámoslas y hagamos honor a aquella inteligencia despejada que nos ayudaba en tiempos menos borrascosos

  • Felipe VI y Pedro Sánchez en Marivent

Es muy difícil mantener la cabeza fría cuando los frentes abiertos son tantos que a uno le entra una cierta congoja. No tenemos donde agarrarnos y algunos se comportan como si estuvieran en el mejor de los mundos, el del desmoronamiento general, donde todo cabe y sólo es posible intuir que lo vamos a pasar tan mal que lo de ahora solo es el comienzo. Una crisis económica que nos vuelve a décadas de oprobioso recuerdo, una insólita situación constitucional que parece extraída de mentalidades adolescentes, un transitar de la clase política como en la playa, sudorosos de sol y abundantes de adrenalina. Eso sin entrar por lo menudo. ¿Quién da más?

No importa la edad; todos jugamos en juveniles y asumimos como podemos que nos han incorporado al batallón de los ancianos, sin paliativos, a pelo, y que aguante el que a buena hora tenga suerte. No demonicemos la realidad y sus noticias: asumámoslas y hagamos honor a aquella inteligencia despejada que nos ayudaba en tiempos menos borrascosos. Empecemos pues por admitir que no entendemos nada. Contemplo al presidente Sánchez moviéndose, ataviado con una sonrisita recién adquirida, paseándose entre reunión y reunión, como si acabara de ser convocado para recibir una buena noticia. Ya me gustaría saber por qué parece pasárselo tan bien ahora que todo el mundo arrastra una jeta de estar sufriendo lo suyo. A lo mejor es porque le importa un carajo todo lo que no le afecte personalmente y, conociéndole ya un poco, no hay nada que pueda afectarle si no se refiere al poder absoluto que maneja. Sería adecuado un gesto de conmiseración, una cierta empatía hacia la gente que está sufriendo porque todo se le ha puesto a la contra, pero sería como pedirle peras al olmo.

La monarquía zozobra en el silencio, la oposición no existe porque ni se le concede el derecho a trasmitir qué puede hacer. No es que no hable: es que sus voces no llegan"

Nunca estuvo tan seguro de sí mismo, de su prepotencia, que ahora que no hay nadie capaz de hacerle sombra ni de ponerle en un brete. Un presidente del gobierno es por principio el primer responsable de lo que sucede en la sociedad que asegura dirigir. Pues bien, no: se van cayendo las piezas del castillo de naipes y él observa la carta recién caída como si se tratara de un juego que hacen otros y que él se limita a observar, eso sí, con la sonrisita de satisfacción que últimamente le domina la cara. Se va el Rey Emérito, pues que con su pan se lo coma; no es de su incumbencia porque ya le ha explicado el dueño de la casa de los truenos, Iván Redondo, que no tiene por qué afectarle. ¿Acaso no se trata de dos instituciones diferentes? Pues la suya es la otra y a todos los efectos se queda contemplando el disparate. ¡Que Felipe VI peche con la responsabilidad y sus efectos! ¿Quien podía pedirle a él, el Jefe entre los jefezuelos, que pronunciara una palabra, aunque fuera tan falsa como las que acostumbra y en la que orientara a la ciudadanía sobre el temblor de tierra que se avecina? Él a lo suyo, que nada empañe su escrupuloso sentido del cinismo.

La monarquía zozobra en el silencio, la oposición no existe porque ni se le concede el derecho a trasmitir qué puede hacer. No es que no hable: es que sus voces no llegan. El cerco a la información es tan férreo que habría que echar mano al pasado para encontrar esas palabras sin eco. Tenemos la impresión de que no hablan, y no sabemos si es cierto o no, solo que da lo mismo. Con escucharle a él tenemos suficiente. Como Moisés a veces baja del monte y enuncia sus verdades reveladas. Como no hay otras, o las tomas o las dejas.

Él sigue impertérrito mientras sus cotorras se matan a picotazos, por eso ha cambiado el juego y ha sumado a Ciudadanos"

Lo mismo ocurre con sus aliados. Hasta ayer era Podemos, pero como los ha atado con el hilo grueso del presupuesto y todos cobran sus haberes, ya no son una inquietud. Son otro partido. Es verdad que en el juego de masacre en el que se han ido metiendo cada día que pasa son más una banda de barriada que un instrumento político. Nadie se pregunta cómo ha sido posible que en un par de años hayan convertido su equipo directivo en una chusma, reducidita, pegada a los altos cargos, liquidados los adversarios internos hasta defenestrarlos a la vieja usanza. Que su abogado Calvente haya pasado de asesor a presunto acosador sexual otorga un aire de sospecha siempre remachado por el argentino de Zaragoza, Echenique, que instrumenta su minusvalía para convertirse en un vestigio de Los Miserables de Víctor Hugo. Todo disidente es un enemigo potencial y como estamos en el grupo del feminismo de piel fina y altos presupuestos, hay que tener cuidado extremo ante cualquier expresión que pudiera ser interpretada como no suficientemente adicta. O sea que las cloacas eran tan necesarias que cuando faltaron ellos las crearon. La sombra del FRAP paterno del viejo comunismo estalinista aparece ahora con el populismo y la creencia de que el mundo económico, el perverso capitalismo, está pendiente de ellos. Los capitalistas españoles de los últimos años se descojonan de risa ante estos aventureros de fortuna que no les queda más que la voz tertuliana que machaca al que los quiera mal. Quieren ser ricos y además estimados. Les amenaza un futuro más cutre que su trayectoria.

Pero Él sigue impertérrito mientras sus cotorras se matan a picotazos, por eso ha cambiado el juego y ha sumado a Ciudadanos. Son casi vírgenes y muy pocos. Podrá hacer una nueva improvisación… eso sí, sin perder a nadie en el camino del olvido y el presupuesto.

Es verdad que el fantasma de la gran crisis económica asoma ya sus garras, pero confían en que no les pillará a todos, que algunos gracias a su servilismo de estricta observancia, podrán salvarse. No hay que inquietarse: sacará de la manga otro comodín y nos dirá que no es responsabilidad suya, que es el mundo entero el que se desmorona mientras él sigue como el gran timonel, ojo avizor del horizonte, pendiente de todo, último recurso para los sin fe en él, en Sánchez, en el hombre que ha sabido mantenerse incólume cuando todo se venía abajo. Debería quitarse esa sonrisita que no logra ocultar la mascarilla y preparar su próxima aparición en sociedad con la buena nueva al borde del sarcasmo: estamos en la buena vía, yo lo aseguro. El hambre y la economía no son más que manifestaciones de la ausencia de fe. Yo represento otra cosa que todo eso. Los partidos pasan, los cínicos sobreviven.  

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