El orden mundial se ha abierto en canal. Estamos viendo en directo cómo un liberticida se apropia de un país hasta ahora libre, independiente y soberano, sin que ninguno de los organismos internacionales mueva un dedo para evitarlo. Tampoco ninguno de los países que lideran el mundo. La decepción no puede ser mayor.
Si uno repasa las declaraciones de los “grandes hombres” que nos lideran, observa que consumen un innecesario tiempo en condenar la agresión del genocida -innecesario por reiterar lo obvio y unánimemente compartido-, para a continuación declarar solemnemente que su agresión “no le va a salir gratis”. Lo que desearíamos haber escuchado es que se le iba a impedido la invasión de Ucrania y no que, tras permitírselo se le iba a poner un castiguito.
Pero no, para justificar la lacerante pasividad del mundo libre recurren a todo tipo de criterios justificativos: Que Ucrania no es miembro de la OTAN; que la Unión Europea no es una organización militar; que intervenir suponía un alto riesgo. Si en 1939 se hubieran utilizado estos mismos criterios justificativos el mundo libre no hubiera parado a Hitler, como ahora no ha parado a Putin. Esto es así.
Como camuflaje para la indigna inacción con la que han consentido que el nuevo imperialismo ruso campe a sus anchas enarbolan las sanciones económicas que el viernes decidieron imponer a Rusia, sanciones que a Putin le importan tanto como el resultado de un partido de fútbol de la Segunda División española. Entre otras cosas, porque los propios “líderes del mundo” han minimizado el alcance sancionador. Biden lo explicitó de forma grosera al manifestar que el objetivo era que su efecto fuera mínimo para la economía norteamericana, condición que provoca que también sea menor para la rusa.
También se ha desechado la prohibición del tráfico comercial con Rusia -importaciones y exportaciones-, o la expulsión inmediata de las empresas rusas del territorio de los países libres
Con la restricción auto impuesta, se ha desechado expulsar a Rusia del sistema Swift sólo parcialmente, para no dificultar en exceso los cobros de las empresas norteamericanas y europeas. En la misma dirección, también se ha desechado la prohibición del tráfico comercial con Rusia -importaciones y exportaciones-, o la expulsión inmediata de las empresas rusas del territorio de los países libres. ¿En qué nivel se han impuesto las sanciones? Moderado, extremadamente moderado.
Resulta innegable que los organismos internacionales y los países que los dirigen han puesto un precio a la libertad -un “precio sombra” en la jerga de los economistas-, y lo han fijado por debajo del atribuido a nuestro actual nivel bienestar económico. Han entregado aquella para salvaguardar éste. Quiera Dios que no se cumpla la profecía de Churchill que sí resultó cumplida y, al final, perdamos una y otro.
Expongo una reflexión adicional sobre el juego estratégico previo a la invasión perpetrada por Putin. Si nos retrotraemos a hace unas semanas, nadie -tampoco el liberticida- conocía si en su invasión podría encontrarse frente a tropas de la OTAN o de alguno de los “grandes” países. Es lógico imaginar que la incertidumbre provocara una duda en el dictador. Las reiteradas manifestaciones aclarando que no sería así, que su posible invasión de Ucrania solo iba a tener un coste económico le han dado alas. Conociendo así que su anexión iba a ser un paseo militar, Putin ha agradecido que le despejaran la incógnita y no ha dudado en pasearse.
¿Han jugado bien sus bazas los demócratas? Parece que no. Desde luego, Putin juega exactamente al revés, pues no pierde ocasión de amagar con apretar el botón nuclear, como hemos visto al menos en dos ocasiones, la última referida al posible ingreso de Finlandia y Suecia en la OTAN. La diferencia táctica es obvia. Nosotros le garantizamos nuestra inacción, él nos siembra la duda de hasta dónde puede llegar. En ese escenario, él avanza y nosotros nos retiramos.
Visto con perspectiva de futuro, todo parece apuntar a que el mundo libre tiene la batalla perdida. Se enfrenta a un triple riesgo (Rusia, China y el Islam) y no está demostrando la capacidad necesaria para afrontar ninguno de los tres. Valoramos tanto a la sociedad del bienestar que hemos construido, que por intentar mantenerla estamos dispuestos a perder las bases y los valores sobre los que se han construido. Delenda est libertad.