En el mundo de la cultura no cae bien la derecha. Ciertamente, las generalizaciones contienen siempre un margen de error, pero cualquiera que haya tenido algún contacto con este ámbito del arte, el espectáculo, lalentejuela y la farándula habrá apreciado este sentimiento de rechazo a veces visceral. Lo hemos visto en las sucesivas ediciones de la gala de los Goya con mayor o menor intensidad. Ir contra corriente en estos foros es de héroes, porque inmediatamente quedas señalado como el disidente facha.
Nos recuerda bastante el ambiente insano que ha asfixiado durante años (y continúa, aunque en menor medida) a los que se consideraban españoles en el País Vasco o en Cataluña. El miedo a la marginación social o profesional es libre, resulta más cómodo acatar el pensamiento único imperante.
Tanto en el cine como en el teatro, actores y directores andan a vueltas con la ficción. Este ámbito de la imaginación es fácilmente maleable y se presta a proyectar en él anhelos y esperanzas, por muy idealizados que sean estos propósitos. Otra cosa es la ardua realidad. Cuando al abordar un asunto se confunden ambos planos, tenemos un serio problema, ni se acierta en el diagnóstico ni en la solución. Nos lo advirtió el exquisito poeta de la Generación del 27 Luis Cernuda con el elocuente título que reúne su obra, La Realidad y el Deseo.
Moro aboga por la abolición de la propiedad privada, todo es de todos, los productos se depositan en almacenes comunes donde cada uno puede coger lo que necesite
Indagando en las raíces del pensamiento utópico tan asentado en los círculos del arte, nos topamos con Tomás Moro y su Utopía (1516). Según el filósofo marxista Ernst Bloch, “es posiblemente la primera descripción en la Edad Moderna del sueño democrático-comunista”. En su obra, Moro aboga por la abolición de la propiedad privada, todo es de todos, los productos se depositan en almacenes comunes donde cada uno puede coger lo que necesite. Propone también la república como forma de gobierno, donde todos los ciudadanos poseen los mismos derechos y las mismas obligaciones.
Cuando el marxismo, asumiendo en gran medida este ideario, ha intentado llevarlo a la práctica, los resultados son de sobra conocidos: una élite dirigente todopoderosa podrida por la corrupción y un pueblo empobrecido resignado a vivir sin libertad. Pero los camaradas del mundillo del cine en España no quieren enterarse de esto, siguen anclados en un mundo imaginario. Para entender cómo degeneró la revolución rusa desde sus orígenes, bastaría con ver Doctor Zhivago, la excelente película basada en la novela homónima de Borís Pasternak.
Del ideario utópico de base al sectarismo ideológico se llega por la ausencia de espíritu crítico y la convicción ciega de estar en posesión de la razón, unido a la carencia de lecturas provechosas. Basta con mencionar El señor de las moscas (1954), de William Golding en la que el Nobel de literatura nos muestra la evolución de un grupo de niños que sufren un accidente aéreo y quedan abandonados en una isla desierta a la espera de ser rescatados. Lejos de convivir en una Arcadia feliz, pronto la tentación de poder y la falta de autoridad sustituyen el civismo inicial por el salvajismo más primitivo.
Esto nos lleva al reduccionismo simplista: si algo viene de la derecha, es malo; si viene de la izquierda, es bueno. Todos contra el capitalismo
En ese sectarismo ideológico grupal (porque marchar en grupo es más fácil que tener ideas propias), la izquierda política es la depositaria de los valores supremos del hombre y la gestora de la salvación pública. Haga lo que haga y proponga lo que proponga, la izquierda siempre contará con un nutrido apoyo entre los representantes de la cultura. Esto nos lleva al reduccionismo simplista: si algo viene de la derecha, es malo; si viene de la izquierda, es bueno. Todos contra el capitalismo.
¿Se imaginan ustedes el abaratamiento de penas a delincuentes sexuales con el PP en el Gobierno, o la rebaja de la malversación o los sucesos de la valla de Melilla? ¿O la misma guerra de Ucrania? ¿Qué habría pasado en la gala de los Goya? Así, el tema recurrente fue la sanidad pública madrileña en vísperas de una manifestación. Está bien preocuparse por la sanidad, pero el problema con la atención primaria lo tenemos a nivel general en España y aquí solo interesa crucificar a Ayuso.
Lo que entendemos por cultura no puede quedar en manos de la izquierda más sectaria, es precisa una apertura ideológica por pura higiene democrática. Joaquín Sabina, una vaca sagrada en este ámbito, declaró sorprendentemente no hace mucho: “Ya no soy tanto de izquierdas porque tengo ojos y oídos y cabeza para ver lo que está pasando”. Abramos todos los ojos.
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Si estos son los argumentos que pone la derecha sobre la mesa, no es de extrañar que la farándula se apegue a la izquierda. La crítica al capitalismo no significa, excepto en ciertos casos extremos, una defensa del comunismo soviético. Que el capitalismo cuanto menos ha de ser reformado para que sobreviva lo saben hasta los editorialistas del Financial Times. Defender la sanidad pública teniendo seguro privado no te hace comunista hipócrita, te hace ciudadano consciente y sensible a las necesidades de los demás. Pero bueno... La cultura no se identifica en general con la derecha por varios motivos, como por ejemplo la rebeldía frente al status-quo propia del arte y las vanguardias (con la excepción del futurismo fascista italiano), una visión no mercantilista de la vida o el hecho de que el conformismo conservador no es un terreno especialmente creativo. Además, aunque no tenga correlación con el cine, según demuestran numerosos estudios cuanto mayor es el nivel cultural, mayor es la tendencia hacia la izquierda. Quizás también sucede que en España el cine de derechas malo o desconocido, falta un Clint Eastwood o un Mel Gibson para llevar la testosterona de hombre blanco y de orden enfadado a las pantallas, o ya puestos, una Leni Riefenstahl para proyectar la Gloriosa Historia de nuestra Patria en nuestras asombradas y siervas retinas. O quizás, lo que sucede es que los actores, artistas e intelectuales nunca han sido gente de bien. Desde luego la gente de bien hace bien en no acercarse a estos entornos de vicio y libertinaje. Lo que no puede ser, señor de derechas, es quererlo todo, no se puede ser un aferrimo defensor de la norma y del capital, y a la vez querer ser un artista desprendido e idealista. Elija usted. Y vivan Jane Fonda, Susan Sarandon y todas las maravillosas rojas del cine.