Opinión

Secuestrados por Cataluña

Cataluña no solo consume recursos y energías, sino que ha resucitado el sempiterno debate sobre el ser de España como coartada para que Mariano Rajoy intente agotar una legislatura

  • Imagen del Parlament de Cataluña

¿Qué hará hoy Puigdemont? ¿Cuál será la próxima maniobra de los secesionistas? El reloj de España se quedó parado en el momento en que los soberanistas catalanes decidieron construir su Arcadia étnica sin reparar en los daños que iban a ocasionar con su proyecto de construcción destructiva y excluyente, características consustanciales al independentismo, que padece una incapacidad manifiesta para construir sin destruir y para existir sin oposición al ‘otro’. Para construir el Estado de Cataluña, sus mesiánicos promotores necesitan destruir España, que dejaría de ser tal con la amputación de una de sus partes, y en ello se afanan con una imaginación que ya quisieran para sí los constitucionalistas.

España reclama a gritos un liderazgo político más fuerte que el de Rajoy, que nunca ha sabido anticipar soluciones a los problemas"

Ha bastado con la infección de Cataluña para que todo el cuerpo de España haya enfermado, como corrobora la decisión del FMI de excluirnos de entre los países con mejores perspectivas económicas por la “incertidumbre política”. No hay en estos momentos otra incertidumbre política real en España que la solución del desafío separatista porque incluso las que pesan sobre la estabilidad del gobierno de Mariano Rajoy, sin votos suficientes para aprobar unos nuevos Presupuestos, derivan de aquella y de la incapacidad de los líderes políticos para sacarnos del laberinto en el que hemos sido secuestrados todos los españoles.

Se trata de un secuestro colectivo porque no solo consume recursos y energías que deberían destinarse a mejorar el bienestar general del conjunto de los ciudadanos, sino también porque  ha resucitado el sempiterno debate sobre el ser de España como coartada para que Rajoy intente agotar una legislatura marcada por el bloqueo y la consiguiente inacción política. El secesionismo catalán ha logrado borrar de la agenda nacional los demás problemas, pero no la realidad cotidiana de una recuperación económica que no llega a millones de ciudadanos (catalanes incluidos), muchos de los cuales se han quedado definitivamente en la cuneta de la Gran Recesión, por más que crezca el PIB, baje la prima de riesgo y mejoren las calificaciones de la agencias de rating, a las que rápidamente se ha perdonado su miopía ante la crisis.

El independentismo padece una incapacidad manifiesta para construir sin destruir, y para existir sin oposición al ‘otro’"

Mientras que Cataluña lo acapara todo, el Gobierno se conforma con la mejora de la macroeconomía en un nuevo mundo en el que crecimiento económico ya no es sinónimo de empleo, ni empleo lo es de una retribución que permita vivir dignamente. Bajo el brillo de las estadísticas, la España dual resultante de la crisis sigue siendo una cruel realidad. Y la fractura es múltiple: generacional (con millones de jóvenes sin horizonte de un futuro mejor que su precario presente), territorial (regiones enteras como Castilla y León están sumidas en un proceso continuado de desindustrialización y despoblación) y de cohesión social (con los derrotados por la crisis abandonados a su suerte y sin perspectiva alguna de rescate).

Por suerte, como se cuenta que dijo a mediados del siglo XIX el canciller Otto von Bismarck, fundador del Estado alemán moderno, “España es el país más fuerte del mundo” porque “lleva siglos queriendo destruirse a sí misma y todavía no lo ha conseguido”. Se non è vero, è ben trovato. Pero España reclama a gritos un liderazgo político más fuerte que el de Mariano Rajoy, que lo ejerce de forma pasiva al dejar que los problemas encuentren su solución en lugar de anticiparse a ellos, como hace el liderazgo activo. Si nadie piensa en el futuro, España está abocada a vivir pensando en lo que fue o pudo haber sido.

 

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