Una semana después, el Gobierno ha decidido, con el mismo criterio ‘científico’ que siguió para colar su prórroga en un texto de revalorización de pensiones, que las mascarillas dejarán de ser obligatorias en la calle a partir del próximo miércoles. ¿Para este viaje hacían falta semejantes alforjas?
Pedro Sánchez y su Gabinete, con una estrategia que sería incapaz de descifrar el mismísimo Fernando Simón –a quien la sexta ola se ha tragado, para desesperación de los buscadores de titulares- montaron un embrollo monumental, escondieron la medida entre las subidas a los pensionistas, encolerizaron a socios y oposición… y todo para mantenerla apenas una semana.
Desde el primer momento, la medida de obligar a llevar las mascarillas en la calle –el único ratón que parió la última conferencia telemática de presidentes, la próxima la hace Su Sanchidad el día 25 a los pies del ya extinguido volcán de La Palma para darse lustre y ocupar telediarios mientras las ayudas a los afectados llegan con cuentagotas- la medida, insisto, fue tildada de inútil por la mayoría de epidemiólogos y criticada por casi todos los presidente autonómicos.
De hecho, las policías locales que debían hacerla cumplir ya avisaron que no pondrían ningún empeño en perseguir la obligatoriedad de una medida que nacía marcada por su inutilidad.
Una semana de prórroga
¿Por qué, entonces, esta obsesión del Gobierno, montar esta trampa para prorrogarla y, apenas una semana después, retirarla? No ha habido ninguna consulta a los expertos, ni para imponerlas ni para levantar la prohibición. Como tampoco hubo actas de las reuniones semanales del comité covid para evaluar la pandemia. Como fueron declaradas inconstitucionales por "infundadas y faltas de coherencia" las prórrogas de los estados de Alarma...
Es lamentable el daño que este Gobierno está haciendo al parlamentarismo, amparándose unas veces en la emergencia de la pandemia y, otras, sencillamente en el concepto utilitarista que tiene del Legislativo, subordinándolo al Ejecutivo a su conveniencia y a sus intereses puntuales. En ello, en el deterioro de la imagen del Congreso, desgraciadamente, cuenta con la connivencia de la mayoría de fuerzas políticas, como hemos podido comprobar con el bochornoso espectáculo del jueves de esta semana que termina en la sesión berlanguiana que desnudó muchas de las vergüenzas de nuestra clase política.
La resistencia de los materiales tiene un límite, y cuando se fuerza el funcionamiento institucional en exceso –con trampas para sacar medidas de tapadillo, con compra y venta de votos a cambio de distintos intereses, cuando se negocia el sentido del voto entre direcciones y se hace lo mismo, pero con distintos partidos, con dos diputados- el resultado suele ser, a la larga, de consecuencias irreparables.
Cuando el sistema falla, ganan los antisistema. Cuando el ciudadano, que vive desde hace dos años agobiado por la pandemia, zarandeado por un ir y venir de medidas -la mayoría sin criterio aparente y anuladas posteriormente en los tribunales-, acorralado por la crisis económica no ve ejemplar el comportamiento de quienes deben gestionar la cosa pública desde la comodidad que da un (buen) sueldo público, el resultado es que ese ciudadano, hastiado y en muchos casos empobrecido, acabará refugiándose como castigo en los antisistema.
Y en España, hoy, el mayor partido antisistema se llama Vox. Porque, no lo olvidemos, en la izquierda Podemos ya es casta, lleva un par de años en el Gobierno y no es refugio para el voto de castigo
Y en España, hoy, el mayor partido antisistema –hasta ahora- se llama Vox. Porque, no lo olvidemos, en la izquierda Podemos lleva ya un par de años en el Gobierno, es casta, no es refugio de ese voto de castigo como lo fue antes. Ahora, la izquierda antisistema no tiene más remedio que irse, en la mayor parte de España, a la abstención.
Pero Vox, que no ha entrado aún en Gobierno alguno en parte por el propio cordón sanitario de la mayoría de fuerzas políticas ‘del sistema’, será el gran beneficiado de todo este mal uso de las instituciones y del espectáculo vivido en un Ejecutivo y un Legislativo que España no se merece. Luego, cuando se abran las urnas -en poco más de una semana hay las primeras, no nos llevemos las manos a la cabeza.