Perdidos en plena arboleda, seguimos sin poder ver el bosque. ¿Elecciones sí o elecciones no? Después del espectáculo protagonizado el sábado pasado por los notables del PSOE con el asalto a la sede de Ferraz para decapitar al bello Pedro, esa ya no es la cuestión. El partido socialista está ahora mismo abierto en canal, y en modo alguno puede plantearse un nuevo examen en las urnas en diciembre. El PSOE se va a abstener, porque para otro viaje no hubieran necesitado tales alforjas. Cosa distinta es cómo va a facilitar la investidura de Mariano Rajoy y quién va a cargar con semejante mochuelo, quién va a asumir en las filas del socialismo el coste de imagen que esa abstención tiene en un partido infectado por el virus del izquierdismo radical al que le ha conducido un aventurero sin escrúpulos como Pedro Sánchez, empeñado en salvar su culo contra la evidencia de toda clase de catástrofes electorales.
A día de hoy sería muy aventurado afirmar que lo ocurrido el sábado es agua pasada. Pedro Nono ha perdido una batalla, pero no la guerra. Al menos no de momento. El personaje ha dejado una herencia envenenada al socialismo democrático, a esa socialdemocracia con vocación de representar los intereses de las clases medias que cabe suponerle al PSOE, con el pérfido “O Mariano Rajoy o yo” que presidió su discurso de despedida de la noche del viernes 30, cinco palabras que encierran la esencia del discurso cainita que durante 8 años sembró Rodríguez Zapatero tratando de resucitar el fantasma de las dos Españas, el odio de ese frentismo rancio que tanto daño ha hecho a esta pobre democracia nuestra y que durante buena parte de la Transición creímos superado. Las huellas de semejante herencia se manifiestan por doquier, tal que en la decisión del PSC de no respetar la decisión del partido si decide abstenerse. Una quincena de diputados se ha comprometido ya con el no, cifra que sin duda irá creciendo, porque el virus podemita ha echado raíces sólidas en un partido que hace tiempo perdió su estrella polar.
Díaz descabalgó de la secretaría general a Rubalcaba y maniobró para colocar en su lugar a un tipo joven que aparentemente enlazaba al partido con las nuevas generaciones
Poco se ha escrito sobre una realidad que algunos expertos demoscópicos apuntaban antes incluso de las generales de diciembre de 2015, como que, en la franja de edad comprendida entre los 35 y los 55 años, el segundo partido en intención de voto, tras el PP, ya era Podemos por delante del PSOE, un Podemos que ya había sobrepasado a los socialistas en las grandes ciudades y que era líder absoluto en la franja entre los 18 y los 35, seguido de Ciudadanos, PSOE (tercera fuerza) y PP. Los males del socialismo español ya estaban ahí. Susana Díaz se encargó de descabalgar de la secretaría general a Rubalcaba tras los malos resultados de noviembre de 2011, y maniobró para colocar en su lugar a un tipo joven y apuesto, que aparentemente enlazaba al partido con las nuevas generaciones que habían convertido la Puerta del Sol en el Campo de los Indignados. Una solución de compromiso hasta que la Reina del Sur se decidiera a salvar Despeñaperros para instalarse en Madrid. Pero la criada salió respondona. El bello Pedro engañó a todos convirtiéndose en un cínico, un gran traidor dispuesto al final a formar Gobierno con Podemos y los independentistas catalanes, un Gobierno de España con quienes pretenden acabar con España, además de con el bienestar de millones de españoles de derechas y de izquierdas.
En el fondo, eso fue lo que ocurrió en la sede de la calle Ferraz el primer sábado de octubre. Un auténtico golpe de mano destinado a abortar la posibilidad de ese Gobierno de izquierda radical que probablemente hubiera cambiado la historia de España. "A finales de 2015 el populismo había penetrado profundamente en el Sistema, como una consecuencia del desgarro social provocado por la crisis y de los escándalos de corrupción de la derecha. Era cuestión de tiempo que, si no se hacía algo, Podemos llegara a hacerse con el poder”, asegura una fuente muy cercana al CNI. Fue esta corriente de fondo lo que llevó a Rajoy el 23 de diciembre de 2015 a ofrecer al PSOE la formación de un Gobierno de coalición para abordar juntos las reformas que necesita el país tanto en lo político como en lo económico. Con todos sus riesgos, hubiera sido una iniciativa de alcance histórico. Fue imposible, porque el PP de la corrupción contamina ahora todo lo que toca, y por aquel frentismo infantil y enfermizo que se apoderó de un Sánchez dispuesto a confundirse con Podemos.
El país parece haberse vuelto loco
Nos hallamos ante una situación muy delicada. Todo se va pudriendo. El país parece a punto de saltar por las costuras de nacionalismos enajenados, regionalismos rancios e intereses personales bastardos. Un país dominado por mediocres, cuando no retrasados mentales, en el que parece haberse establecido una dura competición por ver quién va más lejos, quien hace la declaración más estrambótica, quién se lleva la palma en la cerrera por atentar, de palabra y obra, contra los intereses colectivos a medio y largo plazo. Sin nadie que mande "aparar". Lo del nacionalismo catalán se ha convertido en un permanente desafío a la legalidad vigente, un golpe de estado que no obtiene respuesta de los encargados de defender la unidad de España. Puigdemont propone crear 7.000 nuevas plazas de funcionarios en una Cataluña con una deuda que supera los 70.000 millones y que no podría pagar a sus funcionarios sin la ayuda del Estado. Iceta, el capo bailarín del PSC, propone que "España sea una federación plurinacional". Javier Lambán, presidente socialista de Aragón, reclama al Estado [debate sobre el estado de la Comunidad] el pago de "la deuda histórica que arrastra Aragón desde hace 30 años, mediante el establecimiento de una comisión bilateral Aragón-Estado capaz de actualizar nuestros derechos históricos por ley". La alcaldesa de Madrid se niega a asistir al desfile del 12 de octubre, y otro tanto hace su jefe de filas, Pablo Iglesias, de nuevo en brazos del radicalismo más extremo. Estos romanos se han vuelto locos.
Se hace necesario un gran "pacto por la convivencia" capaz de mantener bajo siete llaves a nuestros tradicionales demonios históricos
El final de la Transición se ha convertido en un circo infecto donde cabe cualquier esperpento. Se han cumplido ya dos años largos desde la abdicación de Juan Carlos I, piedra miliar del final del periodo histórico que arrancó con la muerte de Franco, y lo nuevo no acaba de nacer, ese nuevo periplo de paz que debería llevar a las nuevas generaciones de españoles hasta el año 2050 no acaba de ver la luz ni con fórceps, sacudido por tormentas que ponen en riesgo todo lo alcanzado. Más que nunca se hace necesario un gran "pacto por la convivencia" capaz de mantener bajo siete llaves a nuestros tradicionales demonios históricos, hoy dormidos pero no desaparecidos, arrojando algo de luz sobre un mañana colectivo perdido en la niebla. ¿Peras al olmo? El futuro inmediato parece en manos de dos hombres prudentes (uno de ellos en exceso): Mariano Rajoy y Javier Fernández, uno como capo indiscutido del PP y otro como presidente de la gestora encargada de acometer la travesía del desierto del PSOE hasta el próximo congreso, y cuyo poder real se desconoce en un partido que sigue abierto en canal, amenazado por el riesgo de escisión.
Si el problema de Fernández y su gestora consiste en hacer tragar a la militancia la píldora de la abstención a un Gobierno Rajoy, el del PP reside en cómo gobernar con 137 diputados frente a una Cámara radicalizada dispuesta a tumbar cualquier iniciativa o proyecto de Ley que huela a PP. Lo ocurrido esta semana en el pleno del Congreso es plenamente ilustrativo de lo que podría ocurrir tras la investidura de Rajoy. El PP perdió todos las "Proposiciones no de Ley" planteadas en la Cámara, una situación que ha llevado a pensar a parte del partido si no sería mejor ir de cabeza a nuevas generales en diciembre antes que pasar por el calvario de un Gobierno en minoría que no va a conseguir sacar una sola ley adelante. Es verdad que el presidente del Gobierno dispone de una poderosa carta en la mano: la facultad para disolver las Cámaras, pero muchos piensan que ese sería una viaje inútil que solo conseguiría emponzoñar más la situación en el tiempo. A través de su amigo el ministro del Interior, Mariano a principios de semana lanzó un globo sonda destinado a medir la temperatura de la opinión pública con la exigencia de "un mínimo de garantías" al PSOE para gobernar más allá de la investidura. La respuesta fue tan dura que el propio Rajoy se encargó en Torremolinos de aclarar que "no voy a pedirle ninguna condición. Ya dije que lo mejor es un gobierno de coalición; si no quieren, vamos a pactar 7 u 8 grandes asuntos; y, si no, al menos déjennos gobernar". Ayer mismo y en Zaragoza reafirmó su posición al asegurar que "haré cuanto esté en mi mano para ganarme la gobernabilidad".
La hora de los hombres valientes
El líder del PP parece sincero cuando afirma que no quiere terceras elecciones "Sería una locura, un disparate del que nadie saldría beneficiado". Solo dos hombres, a quienes el destino ha colocado frente a frente en una encrucijada histórica, podrían desatascar una situación endemoniada. Dos seniors, Rajoy (61) y Fernández (68), gallego y asturiano, registrador e ingeniero de minas, con capacidad para reunirse en silencio y en silencio mirarse a los ojos, dejarse de soflamas, y hacer posible lo que un país más exhausto que cansado espera de ellos: un Gobierno que razonablemente pueda hacer algo más que presentar proyectos de ley que sistemáticamente le sean devueltos al corral por la abrumadora mayoría parlamentaria en contra en la Cámara. Los “listos” de turno aseguran que ya está todo cocinado en secreto, pero un paseo por los aledaños de Moncloa resulta suficiente para percibir la incertidumbre que allí se respira. "El PSOE no puede ir a elecciones en diciembre, cierto, pero hoy hay unos cuantos pesoes, el de Sánchez, el de Susana, el de los "popes" tipo Felipe… ¿Quién manda en ese conglomerado? ¿Qué quiere hacer de verdad la sultana andaluza? Es la hora de los valientes, de aquellos capaces de vencer el miedo para cabalgar a lomos del tigre. "Courage is grace under pressure", que dijo Hemingway. Todos pendientes, por tanto, de lo que dos tipos maduros y discretos puedan negociar en silencio, con el interés de España por bandera, antes de salir a las escalinatas de Moncloa para darse la mano en una foto histórica. La cuenta atrás ha comenzado. Apenas quedan tres semanas para evitar el infierno.