Después del annus horribilis de 2020, se habían depositado esperanzas en el 2021 pues iba a ser, tenía que ser, el año de la recuperación. Así nos lo vendieron nuestras autoridades. Recuperación de la normalidad vital y recuperación económica. No ha sido así. En la primera cuestión seguimos atrapados en la tortura que supone el uso de la mascarilla, seguimos soportando restricciones sociales, seguimos escuchando sobrecogidos los alarmantes datos del parte diario de la pandemia, y seguimos percibiendo en nuestro círculo más próximo -en estos días especialmente- la increíble extensión del número de los contagiados.
La situación es aún peor en clave económica. El discurso oficial nos había prometido un año de joyas, pieles, perfumes y, frente a tales augurios, nos hemos chocado con la cruel realidad de una tenue mejora que nos mantiene peor que en la prepandemia y que augura que seguiremos así al término del año recién inaugurado. Tal escenario lo atestigua el indicador económico más sintético: La evolución del PIB, sobre el que las previsiones del Gobierno están siendo y van a ser estrepitosamente derrotadas por los datos reales.
Sucede que la estrategia económica del Gobierno se basa exclusivamente en dos ejes. El primero, subir impuestos, volverlos a subir y preparar nuevas subidas. Hay que estar atentos a la próxima entrega del informe de la Comisión de expertos para la reforma fiscal. El segundo, utilizar el dinero público -el que se nos detrae con las sucesivas subidas impositivas- para pagar las facturas que le emiten sus socios parlamentarios como contrapartida a los servicios prestados en el Congreso de los Diputados. Y no hay más.
En el escenario descrito, no puede extrañar que el ánimo de los españoles se encuentre alicaído y, además, de modo especialmente significativo. Así lo refleja de manera incontestable el Índice de Confianza del Consumidor correspondiente al mes de diciembre que acaba de hacer público el CIS de Tezanos. Vamos a exponer algunos de sus datos.
Los pesimistas que consideran que sus posibilidades personales de ahorro durante 2022 serán menores que las habidas en 2021 doblan a los optimistas que opinan que mejorarán
Para empezar, la confianza general de los españoles en materia económica a final de año ha empeorado un 18% respecto a la que teníamos en el ecuador de 2.021 (81 frente a 97), habiendo empeorado la valoración de la situación actual y, lo que aún es peor, las expectativas de futuro. Si el indicador que las mide era 115 en junio, ahora es solo 92, un 20% peor. Quiere decirse que, en los últimos seis meses, la percepción social sobre nuestro futuro económico ha empeorado considerablemente. En mi opinión, la sociedad se ha percatado de las carencias estratégicas de la acción económica del Gobierno basada exclusivamente en los dos ejes antes reseñados y, como consecuencia inevitable, mira el futuro con pesimismo.
El estudio del CIS proporciona otros datos que abundan en la conclusión expuesta. Así, los pesimistas que consideran que la situación actual de la economía española es peor que la existente hace seis meses triplican a los optimistas que opinan que es mejor, 60% frente a 20%. Los pesimistas que consideran que sus posibilidades personales de ahorro durante 2022 serán menores que las habidas en 2021 doblan a los optimistas que opinan que mejorarán, 31% frente a 16%. El porcentaje de los pesimistas que creen que la inflación va a seguir aumentando es seis veces mayor que el correspondiente a los optimistas que creen lo contrario, 61% frente a 11%. Los pesimistas que consideran que el acceso al crédito bancario va a encarecerse superan abrumadoramente a los optimistas que prevén su abaratamiento, 48% frente a 4%.
Los datos expuestos no dejan dudas. El pesimismo económico inunda el ánimo de los españoles, siendo relevante confrontar este dato con el optimismo ilimitado y en extremo triunfalista que se nos transmite a diario desde el Gobierno. La agudeza política de Pedro Sánchez debiera percibirlo. Que una sociedad no se crea lo que le dice su Gobierno constituye el primer síntoma de una pulsión social de cambio.