Las elecciones del pasado 12 de Diciembre en el Reino Unido dieron una amplia mayoría al Partido Conservador, que puede gobernar sin necesidad de apoyo de ninguna otra fuerza e imponer su programa sin otra limitación que las eventuales protestas populares contra alguna de sus medidas o el posible daño futuro en los siguientes comicios dentro de cinco años si se agota el plazo máximo de la legislatura. Por tanto, Boris Johnson tiene las manos libres para fijar la salida de su país de la Unión Europea el 31 de Enero y para adelantar el final del período transitorio, que no quiere que dure más de un año.
Ahora bien, en relación al asunto de mayor trascendencia que estaba en juego en esta cita con las urnas y que determinará el futuro de los británicos durante décadas, es decir, el Brexit, se ha producido una paradoja lacerante, señalada por Jeffrey Sachs en su reciente análisis del sistema electoral imperante en Gran Bretaña e Irlanda del Norte. De acuerdo con esta normativa, en las más de seiscientas circunscripciones que eligen un único diputado para el Parlamento de Westminster rige el principio mayoritario a una vuelta, es decir, el que consigue más papeletas obtiene el escaño y todos los demás candidatos quedan fuera.
En virtud de este método tan expeditivo, aunque los partidos en favor de un segundo referéndum o de la permanencia en la UE han recibido el apoyo del 52.2% de los votantes y los favorables al Brexit del 46.4%, los conservadores se han hecho con 373 representantes y las formaciones que se oponen se han quedado en 277. El voto opuesto al Brexit se ha dispersado entre muchas opciones a la vez que el eurófobo se ha acumulado casi todo en el Partido Conservador. En un sistema proporcional o incluso mayoritario a dos vueltas muy probablemente los contrarios al abandono de la UE hubieran podido formar una coalición de gobierno y el Reino Unido seguiría siendo un Estado-Miembro.
La atomización de grupos parlamentarios en el Congreso combinada con la presencia determinante de fuerzas nacionalistas, fruto del sistema proporcional, dificulta enormemente la gobernabilidad
Así, el sentimiento pro-europeo de una mayoría de ciudadanos británicos se ha visto frustrado por un sistema electoral que puede, como ha sucedido en este histórico caso, dar el triunfo a la minoría en un tema tan crucial como este. A mayor abundamiento, en circunscripciones abrumadoramente deseosas de continuar en la UE, como algunas del Gran Londres, de Escocia o del Ulster, un 70% o más de sus electores se han visto derrotados al repartirse sus sufragios entre siete u ocho partidos mientras que los brexiteros concentraban su voto masivamente en el aspirante tory. En un sistema proporcional, la distribución de escaños hubiera sido beneficiosa para el Remain.
En España tenemos un problema en sentido contrario y se multiplican los lamentos al respecto. La atomización de grupos parlamentarios en el Congreso combinada con la presencia determinante de fuerzas nacionalistas, fruto del sistema proporcional, dificulta enormemente la gobernabilidad y otorga, además, una sobrerrepresentación muy perturbadora a las siglas que no concurren en todas las provincias, sino que se sitúan un una Comunidad concreta. Así, un partido con menos votos puede reunir más escaños que otro con bastantes más, lo que constituye sin duda una anomalía democrática.
Este tipo de defectos los encontramos también en Estados Unidos, donde el sistema de voto delegado en las elecciones presidenciales permite que un candidato con un número de votos superior al de su rival sea derrotado si el ganador consigue hacerse con determinados Estados clave.
La conclusión es que no existe una ley electoral irreprochable y que en el binomio estabilidad-representatividad uno de los dos términos de la ecuación ha de ser sacrificado en beneficio del otro. Quizá por ello, muchos politólogos abogan por el sistema mixto alemán que combina ambos: una parte del Bundestag se elige por el método mayoritario y la otra por el proporcional de ámbito nacional. Por supuesto, el diablo está en los detalles y la cantidad de escaños atribuida a cada modalidad y la delimitación de las circunscripciones influyen notablemente en el resultado final.
En España, sin embargo, la principal lacra de nuestro sistema es la elaboración de las listas cerradas y bloqueadas de candidatos por los jefes de partido, que convierten así el Parlamento en una asamblea lanar de empleados del líder, pervirtiendo gravemente la naturaleza y la función representativa. Si algún día se hiciese una reforma de la Ley Electoral, deberíamos aprender de las experiencias en otras latitudes y culturas políticas para articular una forma de elegir a nuestros legisladores que sin ser perfecta fuese lo menos mala posible.