El pasado 12 de junio quedó visto para sentencia el llamado juicio del procés, la vista oral de la causa especial 20907/2017 que se ha seguido en la Sala Segunda del Tribunal Supremo contra doce políticos independentistas catalanes acusados por el Ministerio Fiscal de los delitos de rebelión, sedición, malversación y desobediencia. Dada su trascendencia, ha sido un juicio largo, que se ha prolongado cuatro meses y en el que han comparecido más de 400 testigos en la fase probatoria. No era un juicio fácil y se ha desarrollado con todas las garantías procesales, conducido impecablemente por el juez Marchena. Mientras llega la sentencia, su retransmisión en directo ha sido un ejercicio de pedagogía pública, tanto más necesario a la vista de los hechos enjuiciados y de algunos testimonios que hemos escuchado en la vista oral.
La última sesión también fue instructiva por otras razones. Como establece el trámite procesal, los acusados tienen derecho a la última palabra antes de cerrar el juicio y todos hicieron uso de ella. En primer lugar, para expresar sus ideales democráticos y buenos sentimientos. Junqueras se presentó como padre de familia y profesor, animado por "un compromiso irrenunciable con la bondad y el respeto por la dignidad humana", y Romeva animó a todos los demócratas a construir un mundo mejor, "más respetuoso con las diversidades". Como era previsible, no faltaron las apelaciones al diálogo, a los derechos fundamentales, a la no violencia. No son salvas retóricas, no nos engañemos. Sirven para denunciar que se les persigue por sus ideas políticas, no por actos delictivos. Y de la supuesta persecución política se sigue como consecuencia que hay que "devolver la cuestión al terreno de la política". Todos abundaron de una forma u otra en lo mismo: siendo un conflicto político, sólo caben soluciones políticas, nunca una respuesta penal. "Un final sin arrepentidos", tituló Pablo Ordaz su última crónica. En este sentido, Cuixart fue especialmente claro: "No hay ningún tipo de arrepentimiento. Todo lo que hice lo volvería a hacer. Acepto mis actos y también las consecuencias".
Para Sócrates, quien haya sido injustamente condenado por los hombres, que han usado mal las leyes, no puede responder a esa injusticia violando a su vez la ley
Por razones evidentes me llamó la atención el testimonio final de Jordi Sànchez, pues invocó nada menos que a Sócrates. "Hace dos mil quinientos años Sócrates dijo que es mejor sufrir una injusticia que cometerla y creo que esas palabras son hoy difícilmente mejorables", fueron sus palabras iniciales. La mención al filósofo se repite un par de veces más. El dicho socrático le sirvió así para describir su situación y también los principios políticos a los que ha sido fiel como activista. Sin embrago, por más que se considere víctima de una injusticia, resulta sorprendente la invocación a Sócrates en boca de quien se presenta como un desobediente civil.
Un vistazo a los primeros diálogos platónicos basta para darse cuenta de que Sócrates es la referencia equivocada. En el Critón, por ejemplo, el filósofo explica que nunca hay que cometer una injusticia ni responder a la injusticia con otra; un acto injusto no sólo perjudica al que lo padece, sino también al que lo realiza. Pero conviene reparar en el contexto del argumento socrático. Sabiendo que la orden de ejecución llegará al día siguiente, Critón se ha presentado en prisión para proponer a su amigo un plan de fuga, sobornando a los carceleros. Sócrates le sugiere discutir si hay buenas razones que justificarían la fuga y ahí aparece el principio mencionado: si el filósofo ha sido injustamente condenado por los hombres, que han usado mal las leyes, no puede responder a esa injusticia violando a su vez la ley. Descarta por tanto la idea de la fuga invocando el respeto que se debe a las leyes.
Ley frente a tiranía
Sin leyes no hay ciudad, sostiene el clásico. Dicho de otro modo, la ciudad y los bienes que procura dependen del cumplimiento de las leyes, por ello suponen un pacto de fidelidad del ciudadano con la ley, que pasa por que todos se sometan a las mismas leyes y las acaten. Según el filósofo, ante la ley sólo caben dos opciones, "hay que obedecerlas o persuadirlas de lo que es justo", es decir, argumentar para que se cambien; pero no es legítimo desobedecerlas. Cualquiera que sea el pretexto, violar la ley es cometer una injusticia. Poco margen queda para la desobediencia en las palabras del Sócrates platónico.
Si nos vamos a la Apología, vemos que el propio Sócrates predicó con el ejemplo. Allí menciona ante el tribunal aquella vez ‘en que me enfrenté a vosotros para que no se hiciera nada en contra de las leyes y voté en contra’. Vale la pena recordar el episodio. Sucedió tras la batalla naval de las Arginusas, en la que los atenienses obtuvieron una importante victoria sobre Esparta durante la Guerra del Peloponeso. Los generales al mando de la flota dudaron si explotar la victoria o detenerse a recoger a los marinos que habían naufragado durante la lucha; finalmente acordaron enviar barcos a recogerlos, pero una tempestad impidió rescatarlos o recuperar los cuerpos de los fallecidos. La noticia conmocionó a la ciudad y los generales fueron destituidos y llamados a rendir cuentas. Se les sometió a un juicio sumario que estuvo desde el principio plagado de irregularidades por las presiones de la multitud airada y las intrigas políticas. No se les concedió el tiempo para su defensa establecido legalmente y se les juzgó colectivamente, en lugar de individualmente como exigía la ley. Jenofonte describe el tumulto cuando relata que ‘la multitud gritaba que era monstruoso por uno no dejar a la asamblea hacer lo que quería’. A los pocos que se opusieron a torcer la ley se les amenazó con ser juzgados junto con los generales y desistieron por miedo.
Tampoco el Sócrates de Jenofonte es buen ejemplo para quienes defienden el referéndum ilegal del 1 de octubre o apelan a la voluntad popular para quebrantar el orden legal
Por aquellos días Sócrates era miembro del Consejo por sorteo, cargo que había jurado desempeñar de acuerdo con la ley, y presidía la asamblea. Según cuenta Jenofonte en sus Recuerdos, ‘no permitió que se sometiera a votación una propuesta contraria a las leyes, sino que, apoyado en éstas, hizo frente a un intento de la asamblea que no creo que ningún otro hombre habría aguantado’. A pesar de la multitud, el filósofo se opuso en solitario a que se llevará a cabo una votación ilegal y se enfrentó a los deseos de la asamblea popular para exigir que se respetara la ley. Como vemos, tampoco el Sócrates de Jenofonte es buen ejemplo para quienes defienden el referéndum ilegal del 1 de octubre o apelan a la voluntad popular para quebrantar el orden legal.
Por lo demás, si hablamos de cometer injusticias, el episodio del juicio a los generales de las Arginusas es ilustrativo. Tsevan Rabtan lo ha referido como un momento altamente simbólico en la historia política. Estos fueron condenados y ejecutados tras un juicio sin respeto por las garantías procesales que les otorgaba la ley; es decir, se vieron despojados de sus derechos por una multitud indignada, a la que unos agitadores irresponsables animaban a saltarse la ley. La moraleja es relevante: sin el freno de la ley, una asamblea popular se comporta igual que un tirano, pues los derechos de los ciudadanos quedan al dictado o los caprichos de la multitud, que es como decir en manos de los demagogos que la mueven. Pero sería un error oponer sin más la democracia a la ley. Sin un marco legal que fije las reglas de juego y garantice los derechos de todos no es posible determinar la voluntad popular ni asegurar la igualdad entre los ciudadanos que componen el cuerpo político.
Con independencia de cuál sea la calificación penal que la sentencia del Tribunal otorgue a los hechos, ahí está la injusticia fundamental que cometieron o pretendían cometer quienes aprobaron las leyes del referéndum y desconexión para derogar el orden constitucional en Cataluña o animaron a miles de personas a participar en un referéndum ilegal. Que la ley prevaleciera no resta gravedad a lo sucedido. Invocar a Sócrates o el dicho socrático aquí podría parecer un sarcasmo, pero seguramente no es más que un cliché. El homenaje pretencioso que la ignorancia rinde al saber.