Es obvio que el poder se ejerce "generacionalmente", como dicen los clásicos. Felipe González protagonizó su época en la política española, y José María Aznar, José Luis Rodríguez Zapatero y Mariano Rajoy las suyas. Y nadie les puso objeción alguna. Pedro Sanchez -más tras la victoria electoral el 28 de abril- va a hacer el Gobierno a su medida e integrará en su PSOE a quienes quiera de la inmensa nómina de perdedores en aquellas traumáticas primarias que capitaneó contra él Susana Díaz en julio de 2017.
El emocionado adiós a Alfredo Pérez Rubalcaba se lo ha puesto en bandeja, y alguna señal ha emitido -me consta- el inquilino de la Moncloa hacia esos sectores para recuperar, si no complicidades rotas, sí convivencia en las casas del Pueblo y en las instituciones.
La propia Díaz paseó este fin de semana su imagen desconsolada por el viejo caserón de la Carrera de San Jerónimo en Madrid, preguntándose tras la muerte del líder espiritual de eso que se ha venido en llamar el viejo PSOE: "¿Y ahora qué vamos a hacer? ¿A quien vamos a llamar?". Lo tiene fácil, que llame a Sánchez para fijar la hoja de ruta de su marcha que buena parte del PSOE-A y el resto del partido ansía para recuperar convivencia.
Me temo, no obstante, que a Sánchez el “reencuentro” le será mucho más fácil con un José Blanco o una Elena Valenciano, exdirigentes que ya solo responden por sí mismos, que con una expresidenta de la Junta de Andalucía que todavía arrastra a buena parte de un socialismo andaluz modelado a su imagen y semejanza en el antisanchismo.
Susana Díaz tiene que decidir si su salida del poder orgánico va a estar rodeada de la misma tensión que ha presidido sus relaciones con Sánchez desde 2014
Y es ahí donde se la juega el PSOE en su conjunto, porque bien pudiera suceder que el principal partido de la oposición en Andalucía, de seguir en la tentación del enfrentamiento cainita que solo puede tener un ganador -Sánchez-, se tire en la oposición más años de los que cree. Díaz está amortizada. Lo sabe ella y lo saben todos en el PSOE-A; hasta sus afines.
Entre otras razones porque su sucesor al frente de la Junta, el popular Juan Manuel Moreno Bonilla, tiene cuatro años por delante para asentarse en el poder institucional andaluz y desmontar la red clientelar que había tejido el PSOE durante 36 años de ejecutoria y presupuesto.
De lo que ocurra en las elecciones autonómicas y municipales en el resto de España el 26 de mayo va a depender el ritmo de la sucesión andaluza. Si Sánchez mantiene el actual poder autonómico en Asturias, Baleares, Extremadura, Castilla-La Mancha y Aragón, -no digamos si se mantienen los ayuntamientos del cambio en Madrid, Zaragoza y Valencia- el presidente del Gobierno se sentirá más que legitimado para dar el asalto a la principal federación del PSOE. Al tiempo.