No hay imagen más patética que la de soportar el llanto de un político actuando como si hubiera ganado y amenazando desde lo más hondo de la derrota. Sucede que el patetismo se convierte de inmediato en carcajada y ésta en pena. Ese “tomo nota” de Susana Díaz, tan de Juncal, es un lance a toro pasado en el que los diestros que un día fueron figuras se adornan a ver si consiguen el aplauso fácil de quien no sabe de qué va esto. Y esto va de ganadores y perdedores, o sea, el juego de la política, que en España es tan cruel como recurrente.
El que gana decide. Sánchez es el que pone los toros y marca los puestos en el que sus torerillos salen al albero. Es también el presidente del festejo, el que da los avisos, el que devuelve a los toros pregonaos que son desecho de tienta, y el que con toda naturalidad se cisca ante los democráticos pañuelos blancos del pueblo y se niega a dar un trofeo del que ni siquiera ha reparado si es o no justo concederlo.
Pero ¿de qué va tomar nota Susana Díaz? ¿De que perdió y aún no lo sabe? El que tomó nota, y de qué manera, fue Sánchez que hoy hace bueno aquello de Alfonso Guerra de que la venganza es un plato que se sirve frío.
-Esta acabada, lo sabe, pero va por ahí como si le quedara una bala en la reserva, me dice alguien que la conoce bien. Y que añade: Es verdad eso de que al igual que una determinada marca de cerveza sevillana a Susana más arriba de Despeñaperros no la quieren ni la han querido.
Habría que ver hoy cuántos de la cuerda ‘sanchista’ estarían en las listas si Susana Díaz hubiera ganado las primarias
Y a Sevilla ha vuelto con la libreta en blanco, sin nada que decirles a los suyos y decepcionada por la falta de integración en las listas socialistas. ¿Se sorprende a estas alturas? No lo podemos saber, pero habría que ver hoy cuántos de la cuerda sanchista estarían en las listas si la sevillana hubiera ganado. No tome nota, por favor. Mírese al espejo y pregunte si le queda algo por hacer en un PSOE desaparecido, ido de la historia de España y convertido en el Partido de Pedro Sánchez. Eso es todo.
Las listas las hacen los que pueden. En el PP Pablo Casado ha laminado todo vestigio marianista o sorayista. No hay otra lógica para los que han descubierto lo que un día ya sabían nuestros clásicos de la política, que los adversarios están en la bancada de enfrente porque en la tuya y junto a ti se sientan tus verdaderos enemigos.
Decía Tierno Galván que el poder es como un explosivo, o se maneja con cuidado o estalla. A todos los políticos caídos les estalló la bomba del yoísmo, pero antes se dieron el gustazo de hacer las listas con los ingredientes básicos de la política más rancia y vieja: la lealtad perruna, el miedo, la nómina, el qué será de mí si no voy en la papeleta. Los que llegan no son mejores que los que se han ido. No van a renovar nada que no sea la juvenil forma de aplaudir y consentir. Simplemente son los que agradan al emperador.
Hay algunas excepciones. Anima ver que gentes que tienen su vida ganada han dado el paso. Creo que Marcos de Quinto, el abogado del Estado Edmundo Bal o Cayetana Álvarez de Toledo -otra vez en el PP-, sugieren al menos que gentes preparadas, libres y valientes, entran a las listas y no para buscarse la vida u ofrecer pleitesía a quien los han puesto. Lo demás, lo que viene, es más de lo mismo. Puro aburrimiento.