“Toda política democrática es, en esencia, idear instituciones capaces de impedir que malos gobernantes hagan demasiado daño”
(Karl Popper, La sociedad abierta y sus enemigos, Paidós, p. 311)
Hace unos días Manuel Pimentel publicó un sugerente artículo sobre lo injustamente que trataba el presente calendario electoral a los municipios, pues este nivel de gobierno era, sin duda, el que mayor confianza despertaba entre la ciudadanía. Con unas elecciones municipales tapadas, sus políticas públicas (logros y fracasos) no se podrían visibilizar, borrando así de la escena a la siempre necesaria política local. No es una buena señal. Y, efectivamente, la reflexión es muy acertada. Todo eso se puede aplicar a las políticas autonómicas y de otros niveles de gobierno que se examinan en las mismas fechas. La alta política puede terminar devorando a la política de proximidad. Para evitar ese atropello, dada la cercanía electoral entre las legislativas (dejo ahora de lado la ocurrencia valenciana) y las municipales, así como todas los demás procesos electorales que se celebran el 28-A y el 26-M, no hay mejor receta que diversificar el voto de acuerdo con cada escrutinio.
¿Qué sentido tiene votar al mismo partido en hasta cinco urnas cuando las elecciones son la única forma institucionalizada de echar a los malos gobernantes?
En efecto, la convergencia temporal en menos de un mes de tres, cuatro o, incluso, cinco procesos electorales, según los casos, es una magnífica oportunidad para emitir un sufragio diversificado, y optar así por un ejercicio de ciudadanía responsable, crítica y madura; esto es, ¿qué sentido tiene votar al mismo partido o color político en tres, cuatro o cinco urnas cuando las elecciones no son otra cosa que la única forma que tiene la ciudadanía cada cierto tiempo (como exponía Popper) de echar a los malos gobernantes? Todavía hoy, como afirmó Bernard Manin, tales procesos de votación “aún contienen ese momento supremo en el que el electorado somete a juicio las acciones pasadas de los que están en el gobierno”. Ciertamente, juntar procesos electorales puede ser una opción razonable para evitar estar en campaña permanente y centrarse en la tarea de gobernar, que al fin y a la postre es la que interesa a la ciudadanía; pero tiene el gran inconveniente de que un proceso vela los demás e impide el escrutinio democrático que representa la elección. Para defender la democracia el ciudadano debe siempre -como dijo el filósofo Alain- desconfiar de quienes gobiernan. Y el único poder que tiene es ratificar a los gobernantes en las elecciones si lo han hecho bien o expulsarlos a la mazmorra de la oposición si su gestión política no fue la adecuada.
A esa diversificación del voto debería también contribuir el incremento exponencial de la oferta política-electoral. Del bipartidismo imperfecto, corregido en algunos territorios por expresiones nacionalistas o locales, hemos pasado al multipartidismo fragmentado, donde hay platos para todos los gustos, al menos en apariencia. En todo caso, la oferta política se ha multiplicado, otra cosa es la calidad de los productos: esa vieja secuencia derecha-izquierda llega ya hasta los extremos de ambos lados, mientras que la fragmentación se multiplica territorialmente y no digamos nada en el ámbito municipal, pues allí compiten en no pocas ocasiones candidaturas de independientes, plataformas ciudadanas y listas convencionales. Aún así, a pesar de tanta oferta, habrá ciudadanos que se queden en casa (mala opción) o que voten en blanco (opción legítima) si nada de lo que se les vende llega a atraerles.
Adiós a las fidelidades inquebrantables
La pluralidad de la oferta hace todavía más insano el voto monolítico o uniforme, al menos le resta valor democrático-republicano. Me objetarán que, sin duda, hay infinidad de personas alineadas inamoviblemente, haga lo que haga, con una fuerza política. Lo entiendo de la militancia, sin duda; menos de esa figura tan evanescente como es el simpatizante, aunque a veces se viste de fanático; y nada de quien vota o del ciudadano común. Para refutar lo que aquí expongo también se utilizará la polarización, pues esa oferta tan aparentemente múltiple no es tal, ya que se reduce -salvo excepciones puntuales- a tres ejes en la posición del voto: derecha/izquierda/nacionalismo. Sin embargo, creo que algo está cambiando en toda esta concepción del problema, que envejece a marchas forzadas; aunque aquí, como todo lo que ocurre en este país, tardaremos tiempo en darnos cuenta de ello. La demorada, si bien imparable, llegada del populismo todo lo contamina de forma inmediata, aparte de que haya otros fenómenos nuevos que aún no hemos detectado: el nuevo régimen climático y sus letales efectos sobre la política convencional, como ha tratado de forma impecable recientemente el ensayista Bruno Latour. Y, entre esos tres/cuatro ejes también habrá trasvases, más limitados con toda seguridad, pero puede haber algunas sorpresas.
Las variadas urnas que se abrirán los días 28-A y 26-M representan una magnífica oportunidad para votar opciones diferentes en cada proceso electoral
Las fidelidades electorales, antes inquebrantables, están sujetas a una fuerte volatilidad. Habrá anclajes fuertes, sin duda. Pero también se observa un voto más dúctil, menos fidelizado. Probablemente quienes han diseñado este continuum electoral, busquen que el voto de las legislativas arrastre a los demás procesos. Está por ver que esa tendencia arraigue, y si lo hace sería una muestra más de un demos cautivo y escasamente vigoroso.
Creo que, por el contrario, las variadas urnas que se abrirán los días 28-A y 26-M representan una magnífica oportunidad para votar opciones diferentes en cada proceso electoral o, al menos, en algunas de las elecciones, haciendo así un ejercicio de control democrático individual del poder y valorando, por tanto, quiénes han hecho buena política o quiénes lo han hecho mal o sencillamente no lo han hecho. Diversificar el voto en tres, cuatro o cinco procesos electorales (casi) simultáneos, no es un ejercicio de diletantismo político-electoral, sino que al contrario puede serlo de responsabilidad ciudadana, siempre que implique opciones racionales que comportan una previa evaluación de líderes y de políticas. Pero ya se sabe que esto no es siempre así o no lo es en muchos casos. Hay voto inamovible, voto de castigo, voto de cabreo o voto de pasión, entre otras muchas expresiones. Parafraseando a Weber, pues con esas palabras se refería al gobierno, todo apunta a que hay muchas personas que no votan con la cabeza (racionalmente), sino con otras partes del cuerpo. Pero, al menos, los ciudadanos tienen una magnífica y probablemente inigualable oportunidad de diversificar su voto en función del nivel de gobierno de que se trate. Eso es la democracia, el pluralismo efectivo; sin visiones totales y menos aún excluyentes. No sería mala señal para el sistema democrático, sino todo lo contrario. Luego vendría lo más difícil: formar gobierno. Y, cuando esto se logre, como también recordaba Popper, llegará el triple salto mortal: “¿Cómo podemos sujetar a quienes gobiernan?”. En esto, no hay duda, fallamos estrepitosamente.