Marruecos y Argelia comparten muchas cosas. Una identidad árabe, un dialecto regional y una religión. Para su desgracia, comparten también una frontera. Y pocas cosas aguan tanto una amistad internacional como esto.
Los dos países comparten, a su vez, algo que le resulta útil a todo gobierno cuya población viva aquejada por la miseria y la desigualdad: el recurso a culpar de todos los males a la injerencia extranjera, recordando hasta la saciedad los agravios históricos del pasado. Y eso es problemático, porque ambas naciones tienen muchos agravios de los que acusarse.
El primero de estos llegó en 1963. Aquel año, Occidente asistía boquiabierto al ascenso de una banda hasta entonces desconocida llamada Los Beatles. En el Magreb, mientras tanto, el panorama andaba algo más revuelto. Apenas había pasado un año desde que Argelia lograra independizarse de Francia tras una larga guerra de guerrillas en la que ambas partes habían derramado la sangre de civiles sin tapujo alguno. Al acabar la contienda, los independentistas argelinos aún encontraron el tiempo y las ganas de enzarzarse en una breve y violenta riña de gatos, y los que ganaron aquel último round colocaron como presidente al carismático Ahmed Ben Bella, de rostro barbilampiño y sonriente. Ben Bella se apresuró a proclamar una dictadura para asegurar su posición -dejando a un lado las promesas de democracia que hiciera la guerrilla en su día- pero su presidencia no iba a durar ni cuatro años; principalmente, porque el general que le había dado el poder iba a arrebatárselo con la misma facilidad con la que se lo había otorgado. Durante su breve estancia en el cargo, no obstante, Ben Bella iba a tener el dudoso honor de presidir un episodio histórico conocido como la "Guerra de las Arenas".
Fue un asunto poco glorioso. Con la muerte del rey de Marruecos y el ascenso al trono de Hassan II, la complicidad inicial con las guerrillas argelinas se trocó en enemistad. ¿El motivo? La inmensa frontera de 1550 kilómetros de arena -y ricos minerales bajo ella- que hacía salivar al joven monarca marroquí, ávido de ganancias y gloria patriótica. Aquellos páramos inhóspitos se llenaron con los ecos del repiqueteo de la ametralladora y los estampidos de la artillería. Pero el avance marroquí quedó en nada.
A partir de entonces, los recelos crecieron entre ambas naciones; quizás lo único que crecía en medio de aquella enorme franja desértica. Eran recelos naturales. Si Marruecos era amigo de Occidente, Argelia lo era de los soviéticos. Si Marruecos pregonaba la estabilidad y la monarquía, Argelia prefería publicitar la revolución y abría sus campos de entrenamiento a los terroristas del IRA, la ETA, la ANC o las diversas facciones de la OLP. Su capital, con el tiempo, se convirtió en un destino típico para aviones secuestrados en pleno vuelo.
En 1969, no obstante, el nuevo presidente argelino visitó el país vecino y abrió una etapa de convivencia; una que no iba a durar mucho.
El Frente Polisario entra en escena
El mundo, para entonces, entraba en los locos años setenta, y las relaciones entre los dos vecinos iban a volver a enturbiarse a cuenta de una de las tradiciones más encomiables de aquella década: una guerrilla revolucionaria.
La guerrilla en cuestión se llamaba Frente Popular de Liberación de Saguia al-Hamra y Río de Oro (abreviado Frente Polisario para ahorrar saliva) y había nacido en el Sáhara Occidental, en 1973, para luchar contra los españoles que aún colonizaban el lugar. Hacía tres años, una manifestación había sido reprimida a tiro limpio y muchos saharauis perdieron la esperanza de lograr la independencia de forma pacífica. El líder del partido independentista, de hecho, había desaparecido en medio de un traslado: hoy sabemos que un comando de legionarios lo liquidó en un campo de dunas al oeste de El Aaiún.
El rey marroquí la hizo coincidir con la muerte del dictador Francisco Franco, el 20 de noviembre de 1975, para poder aprovecharse así del momento de máxima debilidad del gobierno español
A su vez, tanto Marruecos como Mauritania miraban con ojos golosos aquel territorio desértico, reivindicándolo como suyo a pesar de las advertencias de la ONU. En 1975, España decidió descolonizar la zona y celebrar un referéndum para que los saharauis decidieran su destino. Marruecos, que no se veía ganadora, decidió resolver la situación por las bravas. Reunió a 350.000 civiles marroquíes (acompañados de 25.000 soldados) y los hizo avanzar en pacífica pero imparable procesión por la colonia: fue la llamada "Marcha Verde", en alusión al color emblemático del Islam. El rey marroquí la hizo coincidir con la muerte del dictador Francisco Franco, el 20 de noviembre de 1975, para poder aprovecharse así del momento de máxima debilidad de un gobierno que se había acostumbrado durante cuarenta años a ser dirigido por aquel César omnipotente de voz atiplada.
A pesar de que la ONU respaldaba el referendo -y que Franco, antes de morir, había ordenado minar el terreno para evitar el paso de la Marcha Verde-, el anémico gobierno de Arias Navarro prefirió abandonar la región en manos de Marruecos y Mauritania. El Frente Polisario, entonces, giró sus cañones contra estos y declaró, un año después, su propia república saharaui, que sería reconocida por no pocos estados.
Mauritania fue la primera en descolgarse: en cuanto su gobierno sucumbió al enésimo golpe de Estado, retiró sus desmoralizadas tropas y cedió el territorio al Polisario. Pero Marruecos no tardó en ocuparlo. Lo cierto es que Marruecos tenía fuerzas muy superiores a las del Polisario, y lo demostró ampliamente haciendo llover napalm y fósforo blanco sobre sus milicianos.
El Polisario reclamaba también las aguas territoriales y, por ello, consideraba toda embarcación pesquera extranjera que se dejara ver por aquellos lares como una "usurpación de la riqueza nacional saharaui". Por este motivo, los pesqueros -incluidos los españoles- comenzaron a ser ametrallados por las lanchas zódiac de la guerrilla, cuando no eran abordados directamente y sus tripulantes secuestrados o, en el peor de los casos, maniatados, apaleados, asesinados y lanzados por la borda.
Ruptura de relaciones
Mientras tanto, las guerrillas habían encontrado un cálido refugio, nunca mejor dicho, del lado argelino de la frontera, en Tinduf. Allí se extendían hasta el difuso y polvoriento horizonte sus tiendas y chozas de adobe, bajo la bandera con la luna y la estrella roja del Polisario. A Marruecos no le hizo particular ilusión que Argelia protegiera a sus enemigos, y respondió cortando de un sonoro tajo las relaciones diplomáticas en 1976.
Aquella contienda se arrastró penosamente hasta 1991. Frenadas sus guerrillas por los inmensos muros de arena erigidos por Marruecos -precedidos a su vez por la que es considerada la mayor barrera de minas del mundo-, el Polisario accedió al alto el fuego de las Naciones Unidas como también lo hizo Marruecos, y por las mismas razones que este: por puro desgaste. Para entonces, habían muerto más de 15.000 personas y Rabat controlaba más de tres cuartas partes de la antigua colonia española. Al Polisario le quedaba poco margen de maniobra, más allá de seguir cortejando la complicidad argelina y las simpatías internacionales mientras languidecía en medio del desierto, emitiendo comunicados oficiales y haciendo desfilar a sus guerrilleros, ataviados con gorra y uniforme verde oliva, sobre sus característicos jeeps con camuflaje de leopardo y potente cañón antiaéreo. Las sufridas tropas de la ONU, mientras tanto, acudieron a hacer de escudo humano entre ambas facciones.
A su vez, las fricciones entre Marruecos y Argelia parecían haberse templado -las relaciones diplomáticas se habían restablecido en 1988- pero si algo era seguro en aquel duelo de egos, es que las simpatías entre los dos países nunca duraban demasiado. En agosto de 1994, dos yihadistas encapuchados entraron gritando en árabe con acento argelino en el hotel Atlas-Asni de Marrakesh y barrieron el hall con sus metralletas, acribillando a dos turistas españoles antes de coger a la cajera por los pelos y obligarle a abrir la caja fuerte. Rabat no tardó en acusar a Argel de estar detrás del ataque, y esta, airada, cerró la frontera terrestre en respuesta. A pesar de que el rey de Marruecos pediría su reapertura en varias ocasiones, Argelia ha mantenido su cierre hasta el día de hoy.
Marruecos toma la delantera
Con la llegada del nuevo siglo, Marruecos iba a saber aprovecharse de la artrosis que aquejaba a la vida política argelina tanto como a los políticos argelinos en sí. El nuevo presidente de la república, Abdelaziz Bouteflika, prefería centrarse en reconstruir el país -devastado por una década de terrorismo yihadista y salvajismo militar que había dejado los caminos llenos de cadáveres degollados y edificios en ruinas- antes que pelearse por un trozo de frontera. La ventaja marroquí aumentó aún más cuando Bouteflika, que para 2019 rara vez aparecía en público tras haber sufrido un infarto cerebral seis años antes, acabó decidiéndose a abandonar el cargo; motivado, probablemente, por el hecho de que las calles estuvieran a rebosar de manifestantes en su contra y de que los mandos militares hubieran advertido de que aquel era un buen momento para jubilarse.
El terreno, de este modo, estaba expedito para que Marruecos moviera ficha sin temer las consecuencias. En noviembre del 2020, en plena pandemia de coronavirus, una protesta del Polisario bloqueó el tráfico de camiones en una importante carretera que pasaba por medio de la nada. Marruecos envió sus tropas a desalojarlo por la fuerza el día 13. Esto fue demasiado para el Polisario: presionado ante la opinión saharaui, sin muchos logros que poder mostrar hasta la fecha y viendo que las protestas de la ONU o Argelia poco podían lograr ante Rabat, el grupo decidió dar por muerta aquella tregua de treinta años. Así lo declaró un día después del incidente. Desde entonces, no es raro que sus guerrillas intercambien algún que otro cohete con los marroquíes, aunque siempre de forma algo desganada.
Donald Trump liquidó la tradicional postura de EEUU en el Sáhara Occidental a favor de las negociaciones internacionales y pactó directamente con Rabat
El gran momento para Marruecos, no obstante, iba a llegar el 10 de diciembre. Ese día, el presidente americano Donald Trump liquidó la tradicional postura de EEUU en el Sáhara Occidental a favor de las negociaciones internacionales y pactó directamente con Rabat, reconociendo sus reivindicaciones. A cambio, Marruecos reconoció por primera vez al Estado de Israel, la bestia negra del gobierno argelino. Cuando el Ministro de Exteriores israelí se presentó en Marruecos, en agosto del 2021, y afirmó su "preocupación" porque Argelia, entre otras cosas, "se estuviera acercando a Irán", los mandatarios argelinos apretaron los puños con ira. Aquello, además, se sumaba al escándalo revelado un par de meses antes por una serie de medios de comunicación, que mostraba cómo Marruecos había utilizado el software Pegasus, comprado a una empresa israelí, para espiar a dignatarios argelinos.
Argel estaba perdiendo la partida, y tendía a sobrerreaccionar; entre otras cosas, porque todo esto le servía para distraer a la población de sus propios problemas internos, o al menos para intentarlo. Cuando los tradicionales incendios anuales devastaron el norte de Argelia aquel verano (matando a no menos de noventa personas) las autoridades trataron de culpar a los independentistas bereberes y -dado que Rabat solía apoyarles públicamente como contrapeso a los apoyos que daba Argelia al Polisario- acusaron también de complicidad a "Marruecos y la entidad sionista"; esto, a pesar de que Rabat le había ofrecido dos de sus aviones anti-incendios canadienses totalmente gratis. Argelia, por cierto, los había rechazado de plano pese a no contar su propia flota, y de hecho prefirió alquilarlos.
El gobierno argelino, a esas alturas, estaba necesitado de un golpe de efecto a la desesperada. El 24 de agosto, anunció solemnemente que cortaba toda relación diplomática con Marruecos.
Argelia juega su última carta
En España y Portugal, todas estas anécdotas históricas interesaban más bien poco. Lo que sí inquietaba al público era la medida en que estas rabietas afectaran al precio la electricidad. Y es que uno de los pocos proyectos en los que Argelia y Marruecos colaboraban, desde 1996, era el Gasoducto Magreb-Europa. El gas argelino extraído por la empresa estatal Sonatrach (que de alguna manera seguía disfrutando de buena salud a pesar de los infinitos escándalos de corrupción), pasaba por el gasoducto común hacia Marruecos, que se quedaba el 7% en calidad de tributo, y de ahí a España y Portugal. Sin embargo, tras el corte de relaciones llegó el cierre del grifo: Argelia hizo que el gasoducto dejara de funcionar en noviembre.
Es sabido que el precio de la luz en España depende en gran medida de la oferta de gas argelino. Y Argelia ya estaba reduciendo esa oferta desde comienzos de año sin admitirlo: tanto el gobierno español como las eléctricas españolas sospechaban que los argelinos preferían exportarlo a China o Japón, que lo pagaban más caro. Si esto ya lo encarecía, el cierre amenazaba con subir aún más el precio.
Argel acordó suministrar a Madrid la misma cantidad de gas que antes, sólo que a través de un gasoducto alternativo, el Medgaz, algo más pequeño y que discurre por el fondo del mar
Los dignatarios españoles se apresuraron a contactar con sus homólogos argelinos, y el asunto se resolvió con rapidez, dado que Argelia se precia de cumplir escrupulosamente sus acuerdos gasísticos. Argel acordó suministrar a Madrid la misma cantidad de gas que antes, sólo que a través de un gasoducto alternativo, el Medgaz, algo más pequeño y que discurría por el fondo del mar. Para igualar los números, se añadirían unos cuantos barcos cargados de gas licuado. Esto, no obstante, encarecería el precio: el comercio mundial de gas licuado se hallaba notablemente atascado.
Argelia sólo puso una condición para cerrar el trato. España no podría revender nada de ese gas a Marruecos, que había confiado en ello para afrontar el panorama de carestía gasística que se le avecinaba. Era un golpe bajo. Por primera vez en el siglo XXI, Argelia parecía haber tomado las riendas de la situación.
Los ánimos revolucionarios
Visto este historial más bien revuelto, cabe preguntarse: ¿podrían llegar Marruecos y Argelia a las manos, o mejor dicho a las armas? Adivinar el futuro suele ser inviable -amén de frustrante- pero aun así cabe deducir que ninguno de los dos vecinos tiene interés alguno en lanzarse a una guerra que podría acabar de arruinarles y excitar los ánimos revolucionarios de sus respectivas poblaciones.
Porque si algo ha quedado claro a lo largo de todo este culebrón político, es que tanto Marruecos como Argelia han utilizado su eterna rivalidad para desviar las iras de su pueblo. Las amenazas y los amagos son útiles en este sentido, e incluso algún que otro intercambio de escaramuzas podría servir también a este propósito. Pero una guerra abierta resultaría impredecible. Y la palabra "impredecible" es la peor pesadilla de todo dictador que quiera seguir dominando las arenas del Magreb.