La moda constituye un fenómeno mucho más interesante de lo que, a simple vista, pudiera parecer. De hecho, los indicadores que subliminalmente incorpora, permiten la realización de un profundo análisis del momento que vive una sociedad. De la misma manera que la foto de la portada de Anatomía de un instante inspiró a Javier Cercas a realizar una de las más jugosas reflexiones sobre la transición española, un determinado look de un adolescente “habla” de su portador con tal profusión de detalles como para ilustrar todo un tratado de sociología.
La elección de un determinado estilismo es una opción personal absolutamente respetable sobre lo que pinta poco la opinión ajena. No juzgo, pues
Aclaro, previamente y sin complejo ninguno, que me reconozco una defensora a ultranza del componente más inmediato de lo fashion, esto es, la pura y simple estética personal. La moda supone un aporte impagable de dinamismo, frescura, juegos visuales, versatilidad, sorpresa y energía. Jugar a “vivir otras vidas” y “probarse otros trajes” (gran Sabina dixit) transforma la rutina diaria del vestir en un ejercicio de realce del atractivo de nuestra imagen y en una fuente de valores añadidos muy a la carta de las diferentes personalidades. El juego requiere, por supuesto, haber superado la consideración de la moda como algo insustancial circunscrito a entornos hedonistas o exclusivo de clases privilegiadas. Esta arcaica idea, castrante de creatividad y fruto de la obra de Veblen (La teoría de la clase ociosa, 1899), no se ha percatado aún de que la moda se ha democratizado para transformarse en una multifuncional herramienta al servicio de cualquiera. Bien manejado, el “disfraz” con que nos presentamos ante el mundo puede ser un estupendo aliado para encarar la batalla de la vida. Antes de que nadie se me tire a las carótidas, aclaro que me estoy refiriendo a una moda concebida con raciocinio, esto es, como la entendemos la mayoría de los ciudadanos sensatos que valoramos, ante todo, nuestro entorno natural y entendemos de conceptos ecológicos como la capacidad de carga. Excluyo, consecuentemente, la visión delirante de la producción industrial de países asiáticos donde la responsabilidad o la sostenibilidad son conceptos que ni están ni se les esperan. Por otra parte, y dado que estamos en un país libre (cosa que conviene no olvidar), la elección de un determinado estilismo es una opción personal absolutamente respetable sobre lo que pinta poco la opinión ajena. No juzgo, pues. Sin embargo, es interesante recordar algunas de las características conceptuales de la moda como manifestación cultural:
1.- La primera es que la moda, por definición, es un fenómeno efímero, pasajero y transitorio. Por ello, puede ser realmente reducido el tiempo transcurrido entre una arriesgada puesta en escena y un desconsolado arrepentimiento. Su obsolescencia no tiene piedad: el aplauso que desencadena un determinado aspecto (o, a veces, pinta) corre serios riesgos de traducirse en risas y bochornos al ser contempladas años después. Porque se trata precisamente de eso: de que lo que hoy está de moda, mañana está completamente pasado de moda.
Que los pelos que causaron furor en la época de los Jackson Five hoy horroricen es, ni más ni menos, que concomitante al concepto de moda. Pero lo bueno de este juego es que no te la juegas. El pelo de “The Age of Aquarius” se corta, los calentadores de Eva Nasarre se bajan al trastero y no hay maquillaje gótico que resista un buen jabón facial. Conclusión: el único tributo que vas a pagar por ir hoy a la moda es que tus hijos se partan de risa mañana al contemplar la foto de sus padres décadas después.
Hemos pasado de parecer jugadores de fútbol americano en los ochenta a emular las espaldas escurridas de las esculturas de Giacometti
2.- La segunda es que la moda siempre es subjetiva. No hay complemento bello en valor absoluto ni existe el corte de chaqueta favorecedor en estado puro. El tiro del pantalón es un ejemplo que ilustra perfectamente esta idea. He presenciado colectivos importantes de alumnos en mi facultad andando con las piernas en un ángulo imposible para evitar la caída de un pantalón satánicamente diseñado para ajustar bajo las caderas.
Había sólo que esperar un pequeño descuido para contemplar cómo la anatomía, ayudada por la gravedad (biología y física), se imponían sobre las tiranías del estilista de turno para dejar con los calzones en los tobillos a más de un fashion victim. Curiosamente, solo unos pocos años después, la lucha ha cambiado de ubicación morfológica. Es asombroso comprobar cómo unos pocos centímetros han revolucionado completamente la batalla. Ahora se trata de embutir dentro del vaquero las lorzas que emergen desde más arriba de la cintura (lo que, a más de uno, le va a acarrear en breve, como mínimo, una hernia de hiato). Y qué decir de las hombreras. Hemos pasado de parecer jugadores de fútbol americano en los ochenta a emular las espaldas escurridas de las esculturas de Giacometti. Afortunadamente, ahora respiramos un pequeño intervalo de cordura en lo que a distancia entre deltoides se refiere.
3.- La moda es un reflejo de la forma de sentir de una generación. Es, junto con la música, lo que más identifica a los jóvenes de una determinada década. La moda es la manifestación más inmediata de una determinada forma de entender la vida. Ilustrativo como pocos era el look de la década de los setenta, donde las flores en ropa, pelo y complementos representaban perfectamente la ideología revolucionaria del pacifismo.
Muy bien, pues analicemos el elemento de moda más de moda del momento: los tatuajes.
La humanidad ha sido sometida en numerosas ocasiones atormentos varios por parte de modas inquisitoriales, como los corsés que impedíanrespirar o los stilettos que te van quitando la alegría de vivir
Es completamente asombroso lo que está pasando con este particular complemento estético. De entrada, lo que era un signo de cuasimarginalidad, característico de estibador portuario en Manhattan (en el mejor de los casos) y que fue utilizado en los campos de concentración como humillante sistema de marcaje de los prisioneros, ha pasado a ser un elemento apreciado y demandado por gran parte de la población, independientemente de su nivel económico, profesión o edad. Lo más fascinante, desde mi punto de vista, no es que te guste más o menos (me reservo mi opinión personal por aquello de ser fiel a mi concepto de respeto para con los gustos del personal), ni que tengas que pasar por una pequeña tortura para introducir esas tinturas en la dermis. De hecho, la humanidad ha sido sometida en numerosas ocasiones a tormentos varios por parte de modas inquisitoriales, como los corsés que impedían respirar o los stilettos que te van quitando la alegría de vivir conforme avanzan los minutos. Tampoco es lo más sorprendente el que las nuevas tinturas (rojas, verdes, amarillas y azules) se estén introduciendo en tejidos biológicos sin saber los efectos que,
a largo plazo, puedan tener sobre nuestras células el sulfato, el dicromato potásico, el
cadmio o las sales de cobalto, respectivamente.
Y tú, con el corazón con “Antonio” tatuado, aunque Antonio ya no forme parte de tus filias e,incluso, haya engrosado las listas de tus fobias
Para mí, lo más alucinante de todo es que es una moda que desafía al propio concepto de moda desde el momento en que es permanente. No te lo puedes quitar como un pantalón de dancing queen, ni desabrochar como los tornillos que adornaban las sienes de muchos emuladores del monstruo del Dr. Frankenstein hace pocos años, ni tan siquiera rapar como las rastas de los seguidores de Bob Marley. Lo tienes que llevar contigo para el resto de tu vida, aunque ya ni siquiera recuerdes el motivo que te llevó a grabártelo.
Lo llevarás como una condena cuando te pase lo más normal y frecuente de la vida: que cambies. Porque nada es permanente. Lo cultural, lo emocional e incluso lo biológico es mutante, las formas de pensar evolucionan y los amores (especialmente los de juventud) rara vez sobreviven al paso de las décadas. La vida, seguro, segurísimo, cambiará. Y tú con el corazón con “Antonio” tatuado, aunque Antonio ya no forme parte de tus filias e, incluso, haya engrosado las listas de tus fobias. Y tú con el corazón con “Antonio” arrugado, porque la fisiología es implacable y la tersura de la piel de los veinte años se ha ido para no volver. Y tú, con el corazón con “Antonio” obsoleto, porque lo que antes era ornamento in pasará a ser, sin ninguna duda, accesorio completamente out. Si todo esto se sabe, ¿por qué se insiste en el tatuaje? No tengo explicación para ello pero me fascina contemplar su portentoso auge en las tendencias de sectores de población tan amplios. ¿Tan decididamente se ha instalado el Carpe diem en nuestra sociedad? ¿Tan absolutamente nada importa el mañana? ¿Tan completamente cortoplacista es el planteamiento que estamos haciendo de nuestra vida en Occidente?
Es curioso ver cómo se reciclan las ideas a lo largo del tiempo. El famoso “Abraza el día y confía mínimamente en el futuro” que Horacio escribió en siglo I a de C. en su Oda I, 11 está de rabiosa actualidad, aunque la mayoría de los tatuados no hayan oído hablar en su vida de este reflexivo y maravilloso escritor.
Petrarca
La moda existe desde siglos atrás. Mis estudios del siglo XIV en Europa nos dan buena cuenta de ello. Los trajes guerreros fueron a la par o se adelantaron a lo que fue la moda, tanto cortesana como la de los burgueses, artesanos (los pobres tenían unas simples sayas que lavaban y se volvían a poner). Flandes, París, Florencia fueron las regiones que ornamentaban al resto, Inglaterra, España. Los viajes eran largos y duros pero se importaban tejidos de Oriente. Aquí compartimos muchas veces las majestuosas ropas de los moros. La moda no era tan efímera antes y podía durar un decenio, pero se iba dando y se copiaba de uno a otro país. Lo que no acabo de entender es el tatuaje, que ra una cosa carcelaria, que puede ser venenosa para la piel y que un día, el portador-estoy de acuerdo-, puede arrepentirse y sentirse ridículo. Pero hay problemas de moda mucho más peligrosos: los comprtamientos de cada vez más hombres y mujeres que se integran-creo que en el 80% de los casos es moda-, en la mesa redonda del círculo LGTBIQ+ Esa moda sí puede destruir, no solamente a la persona individual, sino a toda la sociedad.
Moncho
Espere a que se ponga de moda el estilo de estirar el cuello, como en Tailandia, O los labios inferiores, Etiopía. O algunos tipos de desorejamiento....
COROVLU
Yo me emparejaría antes con una prostituta que con una tatuada. Cuestión de gustos.
David Luque
Creo que la autora delata su opinión al respecto de los tatuajes cuando da por sentado que la mayoría de los tatuados no conoce a Horacio, como si estar tatuado fuese de la mano con la ignorancia o la incapacidad reflexiva. Pondría la mano en el fuego en que el porcentaje de gente no tatuada que desconoce a Horacio u otros autores clásicos no es menor que el de la gente tatuada, la ignorancia en nuestra sociedad parece un mal endémico que no entiende de tatuajes ni modas. En lo que cada cual quiera pensar de la gente que se tatúa, no me meto. No obstante, creo que es muy desafortunado y moralmente reprochable juzgar a una persona por el hecho de que esté tatuada. He de decir que estoy tatuado y me arrepiento de alguno de mis tatuajes porque me lo hice con 17 años, por puro capricho y de manera irreflexiva, aunque no es algo que me quite el sueño, al fin y al cabo, "polvo eres y en polvo te convertirás" (Gen 3:19). Finalmente, en cuanto al origen marginal del tatuaje, tengo mis serias dudas habida cuenta de que este ha funcionado como un elemento tribal, como símbolo de ritos tribales. No me imagino a alguien tatuado que ha superado uno de estos ritos tribales siendo marginado, de hecho parece que es todo lo contrario.
aprendiz de todo
A veces no hace falta esperar años para arrepentirse de una decisión tomada. Uno puede raparse el pelo e inmediatamente al ver la realidad, echarse a llorar. Yo llevo un tatuaje, desde hace muuuucho. No me arrepiento por que no lo decidí por una moda. Se irá deteriorando conmigo, y no importa, porque no lo llevo para lucir. Se arrugará como la comisura de mi boca y mis patas de gallo. Quiero decir que hay personas que llevan uno o dos tatuajes que tienen una razón de ser. Sin embargo, hoy se ha desvirtuado el tatuaje, se ha convertido en moda. Si preguntas cuál es el motivo por el que ahora alguien se hace un tatuaje, a lo mucho que llegarán es a encogerse de hombros y decir:" Todo el mundo lo lleva". Y en ese sentido estoy de acuerdo con lo que opina doña Victoria. Un saludo
errefejota
Los tatuajes están funcionando como su sentido primitivo: la muestra de pertenencia a una tribu. Si eres joven te tienes que tatuar y si quieres parecerlo también. Mi sobrino parece el wáter de un bar universitario y cuando yo me cachondeo del aspecto que tendrá cuando tenga más de 50 con la tinta desfigurada, me dice que serán sus tatuajes desfigurados. Me rindo. Lo más curioso del caso es que en Benidorm los septuagenarios y octogenarios se tatúan profusamente como si quisieran molar. Lo dicho, me rindo. PD: yo tengo un pequeño tatuaje en el omóplato izquierdo, hecho a pura aguja en la mili. Pero aquello sí que era de gente bragada. En realidad no pude terminar.
Uno cualquiera
Cada vez que considero hacerme algún tatuaje, veo cómo absolutamente todo el mundo a mi alrededor va pintado como puertas de lavabo de discoteca y se me acaban pasando las ganas. Me pasa lo mismo con casi todas las modas, será que ya me tocó llevar uniforme en el colegio de monjas y me ha quedado el trauma, o algo.
vallecas
Yo también odio los tatuajes, no entiendo que la gente se tatúe la piel de modo permanente. Aborrezco los tatuajes y a la gente que se tatúa. Jamás dije nada, sabía que si lo hacía mi hija haría lo contrario. De nada me sirvió, el otro día apareció con un visible tatuaje en las tetas.