El descubrimiento del grupo de 'tierraplanistas', que años atrás me hubiera provocado risas, me ha llenado ahora de inquietud más allá de la perplejidad. Los que creen que la tierra es plana cuentan con 88.000 seguidores en su canal de YouTube y desde su sede en el estado norteamericano de Carolina del Norte han celebrado el noviembre pasado su primer congreso -Flat Earth International Conference-. Significativo el que se agrupen en esta época, a finales de la segunda década del siglo XXI. La decisión más curiosa de esta Conferencia consistió en la promoción de un crucero, que zarparía el año próximo, con el objetivo de viajar hasta el muro de hielo que flanquea la Tierra.
¿Cómo afronta usted el diálogo con una persona que considera que la Tierra es plana? ¿Qué se necesita para negar la evidencia de que es redonda? En otro tiempo se hubiera considerado una rareza personal sin mayores consecuencias. No olvidemos que hace siglos algunos sufrieron condenas muy severas por sustentar que era curvo lo que las autoridades eclesiásticas aseguraban que no podía ser más que plano según la canónica doctrina de Aristóteles. Pero, ¿y ahora? Las teorías conspiranoides están convencidas que los viajes a la Luna no son más que una pantomima, pero esos teóricos de la desconfianza son efímeros y unas veces creen y luego lo dejan.
En Cataluña sufrimos un gobierno de tierraplanistas que llama “bestias” a los que creen que la tierra es redonda y habitable, y no excluyente
Lo de la Tierra plana en el siglo XXI guarda características de una secta y de ahí se pasan al contubernio, palabra maldita en castellano desde 1962 gracias a los propagandistas del Viejo Régimen. Araña usted un poco y aparecen los judíos, masones y rojos que consolidaron, al parecer, la hasta ahora evidente constatación de que la tierra es redonda.
Un debate entre los 'tierraplanistas' y el resto de la ciudadanía ilustrada resulta inverosímil. Volvemos a la discusión entre la fe, las convicciones y la racionalidad democrática. ¿Quién nos iba a decir que esto se encarnaría en el debate político? En Cataluña, sin ir más lejos, sufrimos un gobierno de tierraplanistas encabezados por un presidente que no se corta de llamar “bestias” a los que creen que la tierra es redonda y habitable, y no excluyente. Pero se divierten a nuestra costa.
La comparación entre el 23-F de Milans-Tejero-Armada y el 'procés' de independencia no deja de ser una frivolidad de campaña electoral. Cada golpe de Estado, exitoso o fracasado, es diferente. Estos dos solo tienen en común el intento de romper la legalidad para imponer que la Tierra es plana, y cualquiera que se oponga es un enemigo a abatir. Pero hay ocasiones en que el poder necesita alimentar a los tierraplanistas para convencer a los ilustrados de la Tierra Redonda de que sin él nos adentraríamos en las cavernas. Y entonces los tierraplanistas se convierten en una herramienta susceptible de apoyar subrepticiamente al poder gracias al valor supremo que les concede deteriorar al adversario en plena campaña electoral.
Vox no es más que esa excrecencia de la extrema derecha alimentada por nostalgias del franquismo y la ignorancia frente a la complejidad de una tierra redonda. Pero cabe cebarla desde el poder concediéndoles una importancia desmesurada. Como el lugar natural de estos conspiranoicos es la derecha diezmada por la corrupción y la torpeza, tenemos el bordón permanente de los compañeros de viaje y negocio preguntando a todo militante de PP o de Ciudadanos qué piensan de Vox. Están en su derecho, incluso en su deber profesional, pero de ahí a no preguntar nunca si Sánchez está dispuesto a pactar con los de la “Tierra plana” catalanista, hay un trecho. Esta desproporción convierte las elecciones en un combate marrullero en el que parecen competir Sánchez frente a Vox, y como señuelos de la batalla amañada unos desvaídos Casado, Rivera e Iglesias.
Las elecciones parecen una marrullería en la que compiten Sánchez y Vox, con Casado, Rivera e Iglesias como señuelos desvaídos de la batalla amañada
Entretanto, la vida catalana es dominio exclusivo de los tierraplanistas. Pueden arrasar la sede central de un partido y ocupará una secuencia de tres segundos con cero comentarios. Fue el caso de Ciudadanos en Barcelona, pero las preguntas de nuestros audaces entrevistadores seguían siendo sobre Vox. Conviene recordar que es la extrema derecha la que gobierna en Cataluña y lo del lenguaje inclusivo y la bondad en la cara no es más que el barniz de una realidad muy distinta, que ellos no sufren en la plácida equidistancia. El argumento, o como se lo quiera llamar, de que quien no manifiesta sus opiniones en público no tiene nada que temer, fue ya una monserga oficial durante el tardofranquismo.
Hablando claro y sin metáforas: Vox es una amenaza, pero el independentismo en Cataluña, además de una limitación para las libertades de media Cataluña, es un poder real, chistes incluidos. Hay que aislar a Vox y que ocupe el lugar que les corresponde a los tierraplanistas. ¿Pero cómo afrontamos la violencia institucional y cotidiana del independentismo, los “Tierra plana” de aquí? La fórmula de hacer como si no lo vemos es válida para quienes lo contemplan a quinientos kilómetros y hablan solo del peligro de la extrema derecha españolista. Es letal la omisión premeditada de la extrema derecha catalanista que nos gobierna, no menos racista, xenófoba y nacionalcatólica que la otra -la mayoría de los gobernantes de Cataluña, empezando por Quim Torra, Oriol Junqueras y Carles Puigdemont, son de misa diaria-. A nadie debe extrañar que Elsa Artadi, número dos del cinismo en Cataluña, comparara, en una sentida declaración “a lo Vox”, que los catalanes son hoy como los judíos del Holocausto. ¡Ni una pregunta en los medios adictos y los columnistas salomónicos! Solo una cita para el bronce.
La izquierda tuerta no alcanza a mirar lo que se le viene encima, y por ampliación nos aturde a muchos de nosotros, que lo estamos sufriendo. Se alimentan de Vox para zurrarle al enemigo que aún no es más que una amenaza y se esfuerzan por atemperar el fragor de quienes acabarán con ellos y, de paso, con la cada día más improbable alternativa de izquierda en España. Después de haber visto pasar tanta agua como la que nos trajo hasta aquí, hay que ser muy cándido para creer que “los viernes sociales” de la precampaña del presidente Sánchez forman la base de sus principios. Marxista de la facción Groucho, “si no gustan, tendrá otros para ofrecer”.
Lo único que no conseguirán ni Vox ni Sánchez es que nos convirtamos en creyentes de la fe basada en que la Tierra es plana, ni siquiera de manera utilitaria. Quizá la clase política esté dispuesta a renegar de la Tierra Redonda; nosotros no.