Los ángeles que llevamos dentro saltan a la superficie con facilidad cuando se trata de la clase política. Es un optimismo publicitario que consuma su definitiva conversión en cosas parlantes, sin necesidad siquiera de funcionamiento sináptico. Es solo una respuesta adaptada a los tiempos sociales, a la presión mediática y a la opinión pública.
-¿Qué coño es la opinión pública?
-Yo qué sé. Lo que dice la tele, supongo.
Lo que menos importa ya es la realidad. Lo de la posverdad y todo eso. Se necesita solo una cara, un cuerpo más o menos garboso y un montón de declaraciones que consigan conectar. La conexión es esencial, sobre todo con los agentes que más presión consiguen ejercer en cada momento: ahora con mujeres, discapacitados, ecologistas, antiintelectuales. Lo malo es que esa clase política es reflejo de sus votantes y lo que hay es lo que hay. Los ángeles que llevamos dentro saltaron como resortes hace días en el Congreso de los Diputados, donde no quedan ya muchos cerebros autosuficientes. Se ve que la autodeterminación solo vale para los pueblos.
En el Congreso de los Diputados de España (con perdón) casi todos a una aprobaron que los discapacitados intelectuales pudieran votar. Unos 100.000, según las cuentas. Trabajo de campo: somos el mejor ejemplo de que cualquiera puede, y debe, votar. Aquel Zapatero, modelo de tantas cosas, ya dejó claro que él fue el mejor ejemplo de que cualquiera podía llegar a presidente. De entonces a hoy el progreso ha seguido imparable. Vivir en pleno nominalismo, es decir, donde las palabras crean la realidad en vez de nombrarla, trae cosas como esta. La aceptación pueril de que una alteración genética, una tara cromosómica, no acarrea la mala suerte de tener un cerebro que no funciona bien. Reconocer esa realidad es fascismo. No. Como no se trata de un defecto de fábrica, que digan los científicos lo que quieran, ese deterioro cognitivo es una peculiaridad, una diferencia de lo habitual, una variedad que nadie ―y menos que nadie quienes se arrogan el conocimiento del alma, esa puta élite― tiene derecho a excluir de nada. Hay un paso corto a la teología.
Somos el mejor ejemplo de que cualquiera puede votar. Como Zapatero fue el ejemplo definitivo de que cualquiera podía ser presidente del Gobierno
Pero la masiva aprobación, en realidad, no entraña mucho cambio. Se supone que los afectados son los diagnosticados. Y los políticos han optado por la generalización, sin pararse a distinguir cada caso. Los hombres tomados de uno en uno son como polvo. Se supone que hay discapacitados cognitivos leves que votan ya con más criterio que otras personas de psique corriente. Y se supone que hay discapacitados cognitivos severos que, por más veda que abran unos políticos de escaparate, como aquellas putas de Ámsterdam, no se plantean siquiera ir a votar a nadie. Porque quizá no puedan ir solos y sus acompañantes o cuidadores tienen el sentido común que les falta a sus representantes políticos. Total: una nueva medida populista, que se aprovecha de los tiempos líquidos para mejorar prensa. A ver quién era el guapo que se quitaba de la foto.
El populismo infecto se enseñorea de cada cosa y va creando una realidad superpuesta. Recuerden que los políticos del Partido de Acción Verbal, con su conducator a la cabeza, quisieron que la edad para votar en democracia bajase a los dieciséis. Cuanto más jóvenes más pueblo. Con motivo de los cuarenta años de la Constitución, en algunos colegios están promoviendo una participación política entre niños: hacen una suerte de campaña electoral, votan y el más votado recoge las demandas de sus compañeros y se las expone directamente al concejal o al mismísimo alcalde. Es una educación directa para la ciudadanía. Una niña, por ejemplo, propone que en el patio del colegio pongan un poco de césped. Y otro algo mayor quiere que se incrementen las horas de dibujo, porque el chico es muy aficionado. Los maestros lo hacen con buena intención y bastante tienen con ser maestros. Pero esto es casi dar ideas: los periodistas son capaces de hacer un gran hermano con niños y alcaldes en plena campaña y poner a diputados de espectadores televisados. Puede casi verse su emoción y hasta esas lágrimas que ponen en todas partes el sello de la democracia sentimental. Y ya desatadamente se dirán a sí mismos que, si los discapacitados intelectuales pueden votar, el paso siguiente, y ahí lo están viendo, es que los niños también puedan votar y elegir representantes políticos. La democracia pueril está ya a un paso. Y por fin conseguiríamos esa meta humana del sufragio universal. De cero a ciento veinte pueden ir pasando por las urnas.