Salvador de Madariaga (1886-1978) es un personaje que ha tenido bastante mala suerte a la hora de ser conocido y leído en los últimos tiempos. Por un lado, pesa sobre él la leyenda de que Ortega y Gasset le calificó, en un momento de cabreo, “tonto en tres idiomas” porque, eso sí, era perfectamente trilingüe en español, francés e inglés. Y además, porque fue un representante distinguido de esa tercera España a la que, en la Guerra Civil y en la larga posguerra, denostaron las otras dos Españas. En cualquier caso su España. Ensayo de Historia Contemporánea, que escribió a finales de los años veinte y que consiguió reeditar actualizado justo pocos días después de morir en 1978, no está exento de interés y merece una lectura.
Pero no se trata de hablar ahora de la obra intelectual de este señor, sino de una anécdota que se cuenta de su paso por la política. Porque Madariaga, convencido republicano, ocupó algunos cargos importantes durante la II República; entre otros, fue Ministro de Instrucción Pública (¡cuánto mejor nos iría si se recuperara ese nombre y los políticos actuales pensaran en lo que significa la palabra “instrucción”!) desde el 3 de marzo de 1934 al 28 de abril de ese mismo año, 56 días en total. Puede suponerse que no le dio tiempo a hacer casi nada en esa trascendental cartera, pero dejó una pequeña huella que se ha conservado entre algunos burócratas y funcionarios como una curiosa leyenda. Como era escritor –fue elegido académico de la Lengua en 1936-, le molestaba tropezarse con esa prosa administrativa espesa, confusa y poco clara que a veces llena las páginas de las comunicaciones y boletines oficiales. Y para luchar contra eso parece que dio una orden prohibiendo el uso de los gerundios en todos los papeles que salieran de su ministerio, mientras él fuera ministro. Es evidente que prohibir los gerundios es amputar a nuestra lengua de una muy rica forma verbal, pero también es cierto que el abuso de ellos en el lenguaje administrativo y leguléyico puede hacer los textos pesados e incomprensibles. Así que la idea de Don Salvador no era ninguna tontería.
Político valiente
Ahora la Comunidad de Madrid acaba de crear una Oficina del Español, y ha nombrado director a Toni Cantó. En la presentación de esa Oficina, Isabel Díaz Ayuso ha explicado que ese nuevo organismo busca la colaboración con la Real Academia Española y el Instituto Cervantes, para desarrollar, cito textualmente del documento oficial de la Comunidad, “cuatro estrategias: diálogo con instituciones para impulsar las oportunidades económicas del español; colaboración activa con las entidades, dentro del ámbito de la Comunidad de Madrid, que trabajan por el español; sinergias con entidades culturales internacionales, así como gestión de estudios y encuentros con expertos del sector y líderes de opinión”. Aunque no entiendo demasiado bien qué es lo que va a hacer, parece que esa Oficina está llena de buenas intenciones y en manos de Toni Cantó, que ha demostrado ser, además de un estupendo actor y orador, un político valiente, puede dar buenos resultados.
El sexismo lingüístico
Me atrevo a sugerir a los responsables de la Comunidad y de esta Oficina, que, además de esos objetivos, se propongan uno más humilde pero que puede ser mucho más revolucionario que lo de los gerundios de Madariaga. Se trataría de conseguir que toda la prosa de la Comunidad –¡y mira que en la Comunidad de Madrid se producen documentos todos los días!- se alejara de esa “lengua de madera” que se ha apoderado de ella. Es decir, conseguir que en la Comunidad de Madrid se escriba en español y no en jergas incomprensibles. Sólo con las disposiciones que emanan de la Consejería de Educación, donde campan a sus anchas pedagogos que utilizan términos que los ciudadanos normales no podemos comprender, tiene ya bastante tarea esa Oficina. Como en el combate contra las majaderías del lenguaje inclusivo, para el que, si colaboran con la RAE, cuenten con el informe “Sexismo lingüístico y visibilidad de la mujer” que en 2012 escribió el prestigioso lingüista y académico Ignacio Bosque y al que se adhirieron la mayoría de los miembros de la RAE. Sin olvidar la firmeza con la que la Académie Française defiende su lengua de esas peligrosas majaderías.
En definitiva, que Toni Cantó puede pasar a la historia como un gran defensor de nuestra lengua, sólo necesita ponerse a la tarea.