El viaje de Quim Torra a los Estados Unidos obedece a un solo propósito: quitárselo de encima para que no estorbe en la recta final de la negociación de los presupuestos entre separatistas y Sánchez.
“Es un jarrón chino, y me refiero a los que se venden en las tiendas de chinos, claro”, me decía un dirigente neo convergente a propósito del viaje de Torra a los EEUU. En esa especie de Idaho privado en el que Torra se verá con el alcalde de dicha ciudad, colega suyo, descendiente de vascos, separatista ganador del premio Sabio Arana y defensor de derecho a decidir en el País Vasco, el presidente de la Generalitat se siente a sus anchas en el rol de agitador político. Idaho, con una población de doscientas mil almas – Torra podría haber visitado L’Hospitalet, que le cae más cerca, sería más baratito y tiene más habitantes, 254.056 para ser más exactos – es la primera parada del Magical Mistery Tour que el hombre tiene por delante. También tiene previsto destilar su fina oratoria en Stanford, invitado por el Martin Luther King Institute, donde sin duda alguna será seguido fielmente por los medios… catalanes, porque allí lo suyo no despierta el menor interés tras su última jaimitada de hace algunos meses en el Smithsonian.
Los que están en la sala de mando del separatismo piensan que ojalá tuviesen más viajes que ofrecer al ex editor, porque, mientras está fuera, a ellos les es más fácil negociar con los socialistas
Los que están en la sala de mando del separatismo piensan que ojalá tuviesen más viajes que ofrecer al ex editor, porque, mientras está fuera, a ellos les es más fácil negociar con los socialistas. De momento, Sánchez ya ha anunciado una inversión de 2.051 millones de euros para Cataluña en sus presupuestos, un 52% más que en los anteriores, a los que hay que añadir 200 millones más que pactaron Moncloa y Palau en septiembre. A pesar de esto, las cúpulas de PDCAT y Esquerra continúan haciéndose las remolonas. ¿Pretenden con ello presionar para obtener la independencia? No, lo que quieren es sacar la máxima tajada posible sin que se note. El juicio a los separatistas del 1-O está al caer y se trata de no quedar como unos botiflers. Esa es la única razón por la cual no se han deshecho todavía de Torra, de Puigdemont y del grupito que les ríen las gracias. Todavía pueden serles útiles a la hora de encabezar manifestaciones, llantos, manifiestos y demás propaganda.
El nacional separatismo, heredero de la Convergencia del tres por ciento, solo busca que pasen las cuestiones judiciales - Sánchez las habría dado garantías de que el indulto está garantizado, según fuentes separatistas -, hacer pública la consulta sobre la mejora del autogobierno y poder continuar así otros treinta años cortando el bacalao política y económicamente en Cataluña. Un fanático como Torra, evidentemente, no estaría por tales sutilezas y, más pronto que tarde, será apartado del cargo por sus propios compañeros. Artur Mas en persona pilota esta operación a dos años vista en la que volvería a encabezar la neo convergencia, y es bien sabido que con Torra mantiene una escasa química.
No son pocas las señales que indican ese repliegue en el sector de la estelada. Que a Pilar Rahola se le quiera limitar su número de intervenciones en diferentes programas de TV3 es una y, por cierto, no la menor. Ahora bien, ese intento de parecer más moderados no se compadece demasiado con la creciente violencia que los radicales separatistas llevan a cabo en las calles. Quizá la explicación sea la que mi interlocutor, el del jarrón chino, me daba: “Esto se nos ha ido de las manos, pero mientras los que reciban sean los de Vox, no nos preocupa demasiado. Al fin y al cabo, los socialistas y Podemos se encargan que son poco menos que Hitler, Franco y Mussolini reencarnados”.
Es decir, lo de siempre. No conocen ni a su padre cuando de salvaguardar sus intereses se trata, sacrifican a sus propios líderes, pactan por debajo del mantel y, si hay hostias, siempre que se las den a otros, no pasa nada. Ésa ha sido y aún es la clase de gente que dirige Cataluña. Por lo menos, Torra no es un cínico.