Opinión

Ucrania, año dos: ¿es posible la paz?

Se cumplen dos años del comienzo de lo que ya se conoce como “Guerra de Ucrania”, conflicto con unas raíces históricas atávicas que acotaremos a 1990. Ese año, y aprovechando la grave crisis política y económica soviética (la UR

  • Vehículos militares rusos escoltan a los autobuses que transportan a los militares ucranianos evacuados de Azovstal. EFE / EPA / Alessandro Guerra.

Se cumplen dos años del comienzo de lo que ya se conoce como “Guerra de Ucrania”, conflicto con unas raíces históricas atávicas que acotaremos a 1990. Ese año, y aprovechando la grave crisis política y económica soviética (la URSS dejaría de existir oficialmente en la Navidad de 1991), Ucrania recupera el multipartidismo político y aumentan los actos a favor de la independencia del país. El 16 de julio de 1990 el nuevo parlamento recién electo firma la Declaración de Soberanía Estatal del país, primando la ley ucraniana sobre la soviética en el territorio. Curiosamente es una copia de la que hizo Boris Yeltsin unas semanas antes respecto a la soberanía de Rusia por encima de la URSS, presidida por Mijail Gorbachov. Este intentó mantener el país unido hasta su dimisión a finales de 1991 pero durante ese año (que incluyó un golpe de estado de los nostálgicos del comunismo en agosto y que fue frenado en gran parte gracias a Boris Yeltsin sacando gente a las calles de Moscú contra el alzamiento militar), los movimientos nacionalistas de diferentes repúblicas fueron imponiéndose. En el caso de Ucrania, y precisamente motivados por el miedo a una involución tras el golpe, declaran la independencia el 24 de agosto de 1991. El referéndum posterior dio una mayoría abrumadora (92%) a ese nuevo status.

Sin embargo, un asunto muy delicado quedaba pendiente: en ese momento Ucrania disponía del tercer arsenal atómico más grande del planeta, superior incluso al de China. Armas que en la práctica eran soviéticas, que reclamaban los rusos como supuestos herederos de la URSS, y que provocaban un gran temor también en Occidente, más cuando la grave crisis económica del reciente país impedía un exhaustivo control y mantenimiento de todo ese armamento, aparte de la tentación de hacer negocio con él. Empiezan unas negociaciones que acaban en 1994 con el “Memorando de Budapest”. Básicamente en él se llega a un acuerdo, avalado por Reino Unido y los Estados Unidos (que es el que financia toda la operación debido al miedo que tiene a un mal uso de las alrededor de 1.900 ojivas) por el que Ucrania renuncia a todo su arsenal nuclear a cambio de que Rusia acepte y garantice la soberanía e integridad territorial del nuevo país. Rusia se saltó este acuerdo internacional al invadir Crimea en 2014. A pesar de eso, la Alemania de Angela Merkel, que en ese momento apoyó las sanciones económicas por aquel incumplimiento, siguió en su proceso de dependencia energética de la Rusia de Putin, y eso que ya había demostrado que no se podía confiar en él. Un error político de gran magnitud que probablemente llevó a que el dirigente ruso creyera que podría seguir desafiando la legitimidad internacional sin castigo.

Ucrania ha frenado el expansionismo ruso con un gran desgaste humanitario y un elevadísimo coste (tanto directo como indirecto) de Occidente

Y Putin se lanzó a la guerra. La agresión rusa es indefendible, que sus excusas para iniciar el conflicto bélico son absurdas y que Putin es un criminal de guerra. Desde el primer momento, el imperialismo ruso creyó que podría anular la independencia ucraniana y, como de hecho ya ha consumado con parte del territorio, anexionarlo; de ahí que en febrero de 2022 no se limitara a la zona este, sino que intentara ocupar rápidamente el país, disparando misiles desde el primer día contra la población de la capital, Kiev. Eso anula el argumento del temor a tener en sus fronteras a un posible miembro de la OTAN, puesto que, si hubieran completado la ocupación de Ucrania, habrían llegado a hacer frontera con Polonia, miembro de pleno derecho hace años. En cualquier caso, la jugada les ha salido tan mal que Finlandia y Suecia, movidas por el temor razonable a otra agresión, van a ser otros dos países, limítrofes con Rusia, de la OTAN.

El fracaso de los planes bélicos de Putin se hizo evidente en 2022. No esperaban ni la fuerte resistencia ucraniana ni el decidido apoyo militar y económico de los Estados Unidos y la Unión Europea. Como suele ocurrir, las guerras se sabe cuándo empiezan pero nunca cuándo acaban. Ucrania ha frenado el expansionismo ruso (si hubieran conquistado el país en semanas, es fácil suponer que a estas alturas ya habrían invadido alguna otra exrepública soviética en su afán imperialista de tintes nostálgicos) con un gran desgaste humanitario y un elevadísimo coste (tanto directo como indirecto) de Occidente y, en términos económicos, de todo el mundo, puesto que intensificó y alargó las presiones inflacionistas iniciadas en 2021. Sin embargo 2023 ha demostrado también el fracaso de los planes bélicos de Ucrania: ni con toda la ayuda que ha recibido, ni con los problemas internos rusos (recordemos el episodio del Grupo Wagner), ha conseguido demostrar que puede expulsar del país a las tropas rusas. Y con la situación económica más estabilizada y, sobre todo, el apoyo económico chino y el militar norcoreano e iraní, Rusia parece poder aguantar una guerra de desgaste sin problemas, máxime cuando ha “desaparecido” al mayor símbolo opositor y en un mes Putin será reelegido por su pueblo incluso a pesar del evidente error de haber metido al país en un conflicto bélico que sólo ha traído desgracias y una resurrección de la Guerra Fría contra Occidente que tanto daño hizo a la URSS durante décadas.

En resumen, ya da igual lo justo o lo injusto, o quién es el culpable de qué, si la guerra no va a ser ganada por ningún bando y sólo trae consecuencias negativas a todos los bandos, debe acabarse cuanto antes. Ese además será uno de los argumentos de Trump en las elecciones de noviembre, ya que lo práctico, aunque duela (a mí el primero) que Putin no pierda esta guerra, es llegar a un compromiso para que finalice, y eso pasa por negociar sobre hechos consumados, aceptar que Rusia se quede con la parte que ocupa (quizás bajo una supervisión temporal de la ONU o algo así) a cambio de aceptar la independencia de Ucrania y su entrada en la OTAN (que será lo que le garantice que no la invadan de nuevo en un futuro cercano). Una solución así, u otra similar que no deje a ningún bando humillado, será sin duda injusta porque no castiga al agresor, pero no creo sea factible para nadie que la guerra se enquiste durante años. 

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