Moral e inmoral son palabras graves, importantes. Y sobre todo lo son aún más cuando alguien tiene que colocarlas delante o detrás, de un apellido. Los dos adjetivos serían una abstracción si antes los seres humanos no tuviéramos una idea clara de lo que es el bien y el mal. Al menos de sus consecuencias. El bien, es decir la verdad, y la mentira lo contrario. El bien es actuar desde la verdad cuando esa verdad interesa a tú persona o al resto. Desde este punto de vista la política en España es un verdadero muladar en el que se ha asentado a modo de maldición bíblica la indecencia. Y no es lo peor que esto sea así. Lo peor, lo que no tiene nombre, es la manera en que estas conductas se olvidan y perdonan. Y lo que es aún peor: se premian.
Cumplía ayer lunes con mi ritual matinal. Paseaba con Kaiser, mi perro bretón, por el Paseo de Coches del Retiro e iba -también a modo de ritual- picando en las tertulias de la radio. Había escuchado un rato a Colmenarejo, en Onda Madrid, después a Herrera en la Cope, para pasar a continuación a Alsina en Onda Cero. Por lo general, y salvo en algunas ocasiones, suelo irme de la sintonía de una emisora cuando anuncian una entrevista. Y no es desconfianza en mis compañeros, desde luego que no, es en los entrevistados. Siempre -seamos justos: casi siempre- que escucho a un político en la radio se me representa en mi cabeza la imagen del mejor torero intentando sacar un pase a un toro invalido y amorcillado en tablas. Por arriba, por abajo, por el derecho, por el izquierdo, con la muleta baja. Da igual. Ya podría resucitar Mazzantini que antes le sacaría uno de pecho a un toro de Guisando. Pues eso mismo.
"Mañueco no es un hombre de bien"
Pero no fue el caso. Pasaban unos minutos de las nueve y hablaba el vicepresidente del Junta de Castilla y León, Francisco Igea. Lo que estaba diciendo me interesaba. Primero, como médico que es. Segundo, porque me paralizó cuando dijo que la curva de infectados por Ómicron no es una curva, que es una pared. Por lo mismo, no me extrañó que alguien dijera que tras las Navidades todos estaremos afectados por esta nueva variante de la covid. Es como si el Ensayo sobre la ceguera de Saramago se hiciera realidad. En España la ficción supera con creces a la realidad.
En eso estábamos. Igea se despide. Los tertulianos hablan de lo dicho en la entrevista, en la que el político ha dado por hecho que habrá presupuestos regionales y que serán aprobados. Así hasta que Alsina anuncia que inopinadamente el presidente de Castilla y León acaba de anunciar -¡por twitter!- que adelanta las elecciones para el 13 de febrero. Tras la noticia, de nuevo Igea en antena. Pero Igea no sabe nada. Igea queda como un trapo, puesto que es el vicepresidente del Gobierno. Igea desconcertado, y seguramente que sobrepasado, afirma que Mañueco es un inmoral. Igea va más lejos: el presidente no es un hombre de bien. Lo dice una vez, dos, y tres. Igea, más que sobrepasado y cabreado, humillado.
Las encuestas como razón de ser
Igea no encuentra otra razón que las encuestas para que se haya producido un adelante electoral, que en los mentideros madrileños se daba por seguro desde hace semanas. Quizá no de la forma en que se ha producido, cesando a los cuatro consejeros de Ciudadanos, entre ellos a la de Sanidad, Verónica Casado. El movimiento recuerda en parte el de Díaz Ayuso en Madrid, si bien la madrileña tenía razones fundadas de la deslealtad de Ciudadanos en Murcia y sus consiguientes réplicas en Madrid y Andalucía. Aquí, la conspiración que se inventa el PP es sobre una confabulación ente PSOE, Ciudadanos y un partidillo local abulense para negociar unos nuevos presupuestos, suena a broma.
Igea sabrá cómo digerir el espantoso ridículo de ser saludado como vicepresidente en una radio y a los cinco minutos vuelto a saludar como exvicepresidente. No sé como decidió olvidarse del honrado oficio de galeno y entregarse a la política. Es su problema. Cuando una trata con tipos que han hecho de la imprecisa voluntad que las encuestas marcan la impronta de su acción política es lo que pasa. La inmoralidad sube de grado cuando queda en evidencia que a Mañueco lo que ciertamente le importa son las elecciones y no la pandemia. Cambiar de caballo cuando se está atravesando el río es una barbaridad que los castellanoleoneses, si tuvieran memoria y les importara algo este juego infantil -pero tan ominoso- de sus políticos, castigarían como se debe. No sucederá.
La inmoralidad no se castiga. Quizá no se premie. Pero desde luego se ignora. Que Mañueco lo disfrute con una mayoría holgada que le permita gobernar sin necesidad de Ciudadanos. Quizá no sepa que la bronca política es en toda España de una agresividad que deviene inevitablemente en autodestrucción. Goethe sostiene que la única manera de crecer es limitarse. ¡Pero quién lee en estos tiempos a un escritor romántico!
La política tiene sus ritmos que la pandemia no puede detener. Primero, el partido. El poder. El Gobierno. La nueva mayoría. Luego, una vez más, los ciudadanos. Es como aquello del torero: Primero yo, luego naide, en despué tos los demá.
Vuelven las homilías de Sánchez
Toda inmoralidad tiene un precedente. Antes de escuchar a Igea yo tenía en la cabeza escribir sobre la última aparición de Pedro Sánchez en la tele. Su última homilía. Su ultimo relato, sermón o prédica tan vacua, cansina y tan conjetural como un impreciso adjetivo. Sánchez busca a estas alturas un plan B, y como no lo tiene urge a las Comunidades. Y por eso, porque urge mucho, convoca a los presidentes regionales para el miércoles, el día del Gordo. ¿Y por qué no el mismo sábado, o el domingo? Pero el presidente no dice nada.
Se recrea en los altos índices de vacunación, que es mérito de muchos, y vuelve a recordarnos nuestra responsabilidad. De la suya bien poco sabemos. No hay una ley de pandemias. No hay una acción conjunta, y todo queda al albur de lo que decidan las Comunidades y sus respectivos tribunales territoriales. La pregunta es simple y provoca rabia: ¿Qué está haciendo el Gobierno de España en este momento? Nadie sabe cuál es el objeto de la reunión de mañana por la tarde. Y nadie sabe muy bien para qué compareció Sánchez el sábado. Como a todos los políticos inmorales, a los que la verdad les importa lo justo o nada, le sobra ideología y le falta habilidad para la gestión. Lo suyo es lo propio de los diletantes, puro placet experiri, placer por experimentar.
Alberto Núñez Feijóo, un político escrupuloso y de lógica certera, espera que la reunión sea para algo serio y no solo para hacerse una foto. Si hasta Feijóo tiene alguna esperanza es que las cosas están peor de lo que pensamos. Sorprende que ningún presidente del PP haya puesto como condición conocer de qué se va a hablar y que se va a tratar antes de sentarse. Pues claro, Alberto, claro: ¿algo serio? Pero cuándo lo vas a aprender. Esto va de socializar responsabilidades. Y sobre todo, de una foto, que ya se sabe que la gente no lee, pero mira los monitos de los papeles y siempre algo queda. Una foto sonriendo al de siempre. Al único. Al genuino. Al más inmoral de todos. Que ahora tiene urgencia y prisas, dice.