Pues ya está. Tenemos hombre de estado. Se llama Arnaldo Otegi Mondragon. Un buen tipo, de admirable presente y prometedor futuro. Que, como buen estadista, ha ofrecido el sincero y desinteresado apoyo a los próximos Presupuestos Generales del Estado. Un hombre de paz, sin mácula, que ofrece su "mano tendida" ante el bloqueo pertinaz de la derecha recalcitrante.
Es la España de 2020. No solo tenemos hombre de estado. Tenemos "dirección del Estado". Para empezar, la tramitación de los Presupuestos ya ha superado el primer escollo. El barco se mueve. Pero los ciudadanos no tenemos derecho a saber hacia dónde se mueve. Ahora no toca. La política es ahora el "arte de lo que no se ve", dice el vicepresidente Pablo Iglesias, el mismo que escaló hacia Moncloa como sumo sacerdote de la "luz y los taquígrafos" en la negociación política.
Ejerce el vicepresidente de seleccionador antinacional, como un oscuro reverso de Vicente del Bosque. Se arremanga y sale al abrazo enérgico de Otegi y Rufián, y de quien haga falta
Ejerce el vicepresidente de seleccionador antinacional, como un oscuro reverso de Vicente del Bosque. Se arremanga y sale al abrazo enérgico de Otegi y Rufián, y de quien haga falta. Licencioso, se reúne y fotografía con ellos, los adula en público y les ofrece lo inconfesable en privado. Todo vale. Se excusa todo en nombre del bien mayor, que no son las cuentas, sino su mera supervivencia en el poder. La propia y la de su jefe de filas, el impoluto Pedro Sánchez. Siempre está bien que se quemen los demás.
Este Gobierno maneja un extraño concepto del perdón: usted puede ser un asesino -ya lo decía el dramaturgo Alfonso Paso- y aprobar los Presupuestos. Ya encontró Moncloa motivos de comprensión y rehabilitación en aquellos que protagonizaron groseras rupturas antidemocráticas del orden constitucional en Cataluña (¿qué fue de aquella cursi "agenda para el reencuentro", diputado Rufián?) y ahora, extraordinariamente acuciado, se lanza a reinventar la historia de EH Bildu y de su líder. Que es mucho reinventar.
No hay que dejar de recordar sobre qué bases de dolor, extorsión y muerte se edifica la acción política de los herederos del terrorismo. Está en los libros. Está en los documentales. Incluso ya se novela y se ruedan series de ficción detallando y recordando qué fue ETA, a cuántos inocentes mató y la honda fractura que ha supuesto. Un cáncer para una sociedad que ahora no mata, pero que extraordinariamente latente.
Hablamos de delitos. Condenados en los tribunales. Para PSOE y Podemos, Otegi, Rufián, Puigdemont y compañía son gente de paz y de orden. De mano tendida. Que aprueban las cuentas porque les interesa que España funcione, que todo vaya bien. Nada comparable con Ciudadanos y PP, por no citar ya a Vox. Cuánto mal hay en la crítica política, cuánta línea roja. Los rapsodas del sanchismo y del pablismo insisten. No se puede dialogar con quien ejerce la oposición con la palabra, con quien se hace fotografías en Colón. Pero sí con quien rompe la ley y con quien iba defendiendo por ahí el reguero de crímenes que dejó ETA. El delito es un pecado venial, sacrificable en nombre del bien mayor.
Quién sabe, Arnaldo Otegi quizás termine esta senda blanqueadora recogiendo el premio Nobel de la Paz, las lágrimas cayendo por sus mejillas. Sus hagiógrafos, empezando por el vicepresidente Iglesias, ya están tardando en exigir su candidatura en los alfombrados despachos de la academia sueca. Que podría tener su gracia si no fuera por un detalle: que no tiene puñetera gracia.