Ahora que la crisis venezolana se quiere leer únicamente en términos de confrontación geopolítica, ¿dónde queda –me pregunto– la extraodinaria hazaña del pueblo venezolano en estos últimos 20 años? Porque han sido precisamente las marchas, concentraciones, asambleas, caminatas, reclamos (acciones todas claramente democráticas) las que han sido ripostadas por el régimen con represión, encarcelamiento, inhabilitaciones, confiscaciones, torturas y hambruna. En síntesis, reflejos republicanos versus coacción policial o militar. Si en los días que corren hemos llegado a un momento esperanzador, recordemos que esto se debe a una larga caminata en el desierto, simbolizada hoy por el paso de los Andes de las olas migratorias. No tendríamos a Guaidó sin la Asamblea elegida en 2015, sin la medición de fuerzas de 2013, sin la Mesa de la Unidad, sin los gobernadores y alcaldes que la Oposición ha logrado ubicar en puestos claves.
Tampoco veríamos hoy algo de luz sin la muerte de tantos estudiantes, sin diputados que han sido golpeados y torturados, sin periodistas que han muerto en el ejercicio de su oficio, sin mujeres manifestantes que han sido pateadas por mujeres soldados, sin los innumerables hijos que hoy lloran tantas madres. ¿Cómo medir la sangre y el llanto, cómo precisar la dimensión del dolor? Que nadie se llame a engaño (a pesar de que ahora sólo se quiera hablar del tablero donde estarían moviendo sus piezas Rusia, China o Estados Unidos): esta ha sido una larga epopeya venezolana, de clamor y desventura, y también será venezolana su resolución o desenlace. ¿Habrá que recordar que, lejos de polarizaciones, la lucha ha sido de David contra Goliat? ¿Habrá que resaltar que pocas veces se ha visto a un pueblo desarmado luchando contra fuerzas que, según el mandato constitucional, son las que precisamente lo han debido defender?
Frente a nostálgicos como Pepe Mujica, que se lamenta de que al régimen no le dejen alternativa, preguntémonos más bien qué alternativa les ha dejado el régimen a los venezolanos
Pero la idea del tablero gusta a cierta izquierda borbónica (aquella que según Teodoro Petkoff “ni aprende ni olvida”) porque le permite no profundizar en los hechos y arrellanarse en las convenciones de la cartilla ideológica. Un triste ejemplo a la mano sería el de Pepe Mujica, quien entrevistado recientemente por la BBC afirma que en Venezuela “el tema central es evitar la guerra”. ¿Pero de qué guerra podríamos estar hablando? ¿Acaso de la que mata de hambre a los venezolanos o acaso de la que los pulveriza con enfermedades que nadie cura? ¿No podría preguntarle Mujica a la Federación Venezolana de Médicos, por ejemplo, cuál es el estado actual de la salud en Venezuela? Porque si se lo pregunta a algunos de sus contertulios locales le hablarán de otra guerra, la que tildan de “económica”, porque para el régimen opresivo siempre la culpa será de los otros. Después de tantos años viendo cómo un país se desangra, ya cansa la aberración de ciertas declaraciones y las mentiras compulsivas con las que el discurso oficial se maneja.
La ruina de Venezuela se debe enteramente al robo sistemático de sus fondos públicos, que hoy pululan por la banca internacional a nombre de jerarcas civiles y militares; se debe a la destrucción de PDVSA y sus veinte mil profesionales expulsados en un solo día; se debe a las expropiaciones y confiscaciones de empresas que hoy están completamente abandonadas; se debe al 60% del parque industrial inoperativo; se debe en fin a una política económica completamente opuesta a los intereses de la nación, pero que sí ha cuidado (hablando de ocupaciones) con especial delicadeza los despachos puntuales de crudo a Cuba sin esperar nada a cambio.
Si queremos seguir en el tablero, entonces al menos pongamos las piezas en orden y digamos que, hasta ahora, la primera gran ocupación ha sido la de Cuba, con su incalculable número de agentes de inteligencia, que por un lado monopolizan los anillos de seguridad de Maduro y por el otro adoctrinan a la cúpula militar hoy corrupta, llevándola al colmo de considerar a sus connacionales como enemigos. Otra podría ser la de China, con sus plantas de generación eléctrica donde sólo entran chinos, especies de colonias lunares en medio de un planeta sombrío. O también la de Rusia, que ha sembrado el país de armas y ahora arrastra una factura que nadie paga. Estas tres como las más prominentes para no hablar de los territorios donde deambulan tropas del ELN o de las mafias mineras que se reparten el oro como el último reducto de un régimen en bancarrota que ha esquilmado hasta el aire que se respira.
Cuba, con su incalculable número de agentes de inteligencia, monopoliza los anillos de seguridad de Maduro y adoctrina a la cúpula militar corrupta
Por razones históricas de peso, Venezuela y la comunidad hispanoamericana de naciones son las primeras en rechazar cualquier tipo de invasión, confrontación o beligerancia. Pero no hay duda de que el escarmiento o la amenaza, de cara a una cúpula militar sin honra alguna, embriagada de dinero mal habido, ha surtido efecto porque lo menos que desean es una guerra. Ahora se trata más bien de negociar y pedir indultos con la esperanza de disfrutar lo robado. En 1945 o 1958, para deshacerse de dictaduras, los militares venezolanos se sumaron al pueblo para asegurar el nuevo orden, pero en 2019 la hazaña será sólo de los civiles, de los que (literalmente) han puesto la carne de cañón para recuperar la república. Venezuela juega fuera del tablero y es la única dueña de su destino. Y si algún nostálgico, como Mujica, se lamenta de que al régimen no le dejen alternativa, preguntémonos más bien qué alternativa les ha dejado el régimen a los venezolanos.