Opinión

Sánchez e Iglesias, ¿quién acabará con quién?

El presidente del Gobierno tendrá que decidir si expulsa a Podemos del edén materializado en el BOE e intenta articular una nueva mayoría escorada a estribor o disuelve las Cámaras

  • Sánchez e Iglesias, ¿quién acabará con quién?

Se puede vivir instalado en la contradicción, incluso en el absurdo y, de hecho, este extraño fenómeno no es infrecuente en política. No hay español, empezando por los que han perpetrado tal dislate, que no esté de acuerdo en que un Gobierno de coalición de un partido cohesionado de ámbito nacional comprometido con el orden constitucional liberal de 1978 -si hemos de creer que Sánchez por una vez ha dicho lo que piensa- con otro formado por un conglomerado confuso y volátil de tribus de extrema izquierda populista que aspira a destruirlo para reemplazarlo por otro de corte comunista e intención totalitaria, es misión condenada al fracaso.

Si a este contrasentido de base, añadimos que la estabilidad parlamentaria de tal engendro está garantizada por formaciones cuyo objetivo prioritario y confeso es liquidar la Nación cuya defensa y preservación se supone debe ser la tarea primordial del Ejecutivo al que sostienen, tenemos todos los elementos para concluir que a los ojos del mundo civilizado España es percibida como un manicomio curiosamente integrado en la UE y en la OTAN y con 26.400 euros de renta per capita el año pasado. Si se celebrase una Eurovisión de la extravagancia, tendríamos muchas papeletas para proclamarnos ganadores.

Es evidente que semejante barbaridad ha sido fruto de varias circunstancias que se han conjugado para posibilitarla: un presidente que tiene como norma de vida el aventurerismo sin contaminación de escrúpulo alguno, un vicepresidente segundo especialista precisamente en cabalgar contradicciones y con el nivel moral de una víbora cascabel, un joven e impetuoso líder de una fuerza emergente de centro que se embriagó de su propia fotogenia y creyó que La Moncloa le abriría sin más sus puertas rendida a su atractivo, una militancia socialista aquejada de un ataque de rupturismo irresponsable y una oposición liberal-conservadora acomodaticia y pusilánime dirigida por un indolente sin ideología y una tecnócrata ambiciosa con la emotividad de un bivalvo que la llevaron a la fragmentación y al hundimiento electoral. En cuanto a las causas remotas de nuestras desgracias presentes, son de gran calado y ya las he comentado abundantemente en otras ocasiones.

La creciente impaciencia e incomodidad de los ministros sensatos, Escrivá, Planas, Calviño, Robles, por verse obligados a aguantar cada semana lo que juzgan como una suma de incompetencia y frivolidad

La incoherencia puede ser embridada, sin duda, pero no indefinidamente. Aunque Sánchez se llena la boca de la solidez y vocación de permanencia de su alianza con lo peor del hemiciclo del Congreso, es evidente que, desde el mismo instante del arranque de este apareamiento imposible, ha sido consciente de su fragilidad. Efectivamente, los signos de que el invento no va a durar mucho empiezan a proliferar. Los airados reproches de Podemos a su socio mayor por su marginación en el asunto del desplazamiento del Rey Emérito a otras latitudes acompañados de una petición de comparecencia de Carmen Calvo para que explique la operación (un Gobierno que se autointerpela, notable innovación); la irritación provocada en las filas moradas al producirse el anuncio por parte del veraneante en La Mareta del aplazamiento de las subidas de impuestos tan deseadas por las ansias confiscatorias de Iglesias; la decepción causada por el serio tropiezo de la titular de Economía en Bruselas, clara demostración de que hay compañías que limitan mucho el recorrido en Europa; la dura condicionalidad que se avecina asociada al acceso a los tan necesarios 140.000 millones comunitarios, que han convertido el programa firmado para sellar la coalición en papel mojado, especialmente la derogación de la tan denostada por los chavistas reforma laboral del PP; la creciente impaciencia e incomodidad de los ministros sensatos, Escrivá, Planas, Calviño, Robles, por verse obligados a aguantar cada semana lo que juzgan como una suma de incompetencia, amateurismo, ignorancia y frivolidad de sus compañeros bolivarianos de Gabinete y, en definitiva, la obvia inviabilidad de un Gobierno que, más que de coalición de dos partes complementarias, es de yuxtaposición de dos conjuntos disjuntos y escasamente compatibles.

Romper la baraja

La incógnita, que no tardará mucho en despejarse, es si Iglesias aguantará la larga lista de incumplimientos ante sus electores y de humillaciones que le aguardan con tal de seguir como vicepresidente de un Gobierno en el que contará muy poco, a lo que se añadirá su colapso en las urnas en las próximas generales, como han presagiado los recientes comicios autonómicos gallegos y vascos, o romperá la baraja precipitando el fin de la legislatura para salvar los votos que aún le quedan. Sánchez, el otro implicado en este juego de espadas flamígeras, tendrá que decidir si expulsa a Podemos del edén materializado en el BOE e intenta articular una nueva mayoría escorada a estribor o disuelve las Cámaras y se lanza a reforzar sus huestes parlamentarias.

La situación ha alcanzado un punto en el que la apuesta es si Iglesias acabará con Sánchez antes de que éste le apuñale o, por el contrario, será el presunto doctor el que le propine un puntapié hacia las tinieblas exteriores. Dicen que su relación personal es excelente y que departen con frecuencia y gran confianza. Dadas las características de los dos personajes, es bastante probable que se profesen mutuo afecto mientras preparan sus respectivas ejecuciones. Al fin y al cabo, ambos consideran el bien y el mal, la verdad y la mentira, la lealtad y la traición y la honradez y la indecencia conceptos discutidos, difusos y discutibles.

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