Opinión

Los campus antisemitas en EE.UU.

Las aristocráticas universidades de Yale y Columbia han sido noticia estos días por el auge del antisemitismo en sus campus. Han anunciado a sus estudiantes judíos que no pueden garantizar su seguridad, han

  • Estudiantes pro-palestinos continúan acampando en el campus de la Universidad de Columbia

Las aristocráticas universidades de Yale y Columbia han sido noticia estos días por el auge del antisemitismo en sus campus. Han anunciado a sus estudiantes judíos que no pueden garantizar su seguridad, han suspendido a profesores que se han puesto de parte de estos, y permitido instalar campamentos de protesta contra la guerra de Gaza, con la parafernalia de banderas y kufiyas palestinas.

Podría verse como uno de tantos movimientos pacifistas típicamente juveniles y universitarios si no fuera por su carácter descaradamente antisemita. En efecto, muchos de los agredidos, activa y pasivamente, son estudiantes y profesores americanos judíos. Así que no es tanto un movimiento pacifista de rechazo de la ofensiva militar israelí en Gaza como uno para expulsar a los judíos de la universidad americana.

Alemania 1934-Estados Unidos 2024

Las imágenes no es que recuerden a las de acoso y expulsión de los judíos de las universidades alemanas durante el auge del nazismo, es que son prácticamente idénticas, si se exceptúa la ausencia de uniformes y cruces gamadas. Pero ahí están los vídeos de cadenas de estudiantes con kufiya, a la moda palestina, cogidos de la mano para impedir a los judíos acceder a los lujosos campus más pijos y arrogantes del planeta. Hay otro precedente vergonzoso que seguramente no agradará a los nuevos antisemitas progres: el intento de impedir el acceso a los campus a los estudiantes negros tras el movimiento de los derechos civiles y la intervención federal para imponerlo. Pero no es casualidad: también los racistas del Ku Klux Klan son antisemitas devotos y odian a los judíos.

Aunque la cosa viene de antes de la guerra de Gaza, el escándalo ha convencido a las autoridades civiles de que deben hacer algo. Biden ha condenado el antisemitismo universitario, y la policía ha entrado en los campamentos y detenido a casi 100 activistas. Esta especie de movimiento por los derechos civiles al revés, puesto que se niegan a los judíos, asombra a la gran parte de la opinión pública bien pensante convencida de que las universidades son templos del progreso, la tolerancia y el debate democrático. Pero para la cultura de la cancelación nacida en esos mismos campus, y para el antisemitismo woke, el judío actual encarna al nefasto superhombre masculino blanco, portador del heteropatriarcado capitalista, la cultura colonial, la sexualidad natural y otras taras insoportables para esa nueva Inquisición, mucho peor que la histórica.

Las élites reaccionarias

Las élites intelectuales, y en concreto las universitarias, arrastran una marcada propensión a atacar los valores de la Ilustración y la democracia liberal con cócteles ideológicos de composición muy venenosa, con lugar de honor para el antisemitismo. Los españoles deberíamos extrañarnos menos que nadie, porque nuestras universidades protegen a los grupos antisistema separatistas y de extrema izquierda, mientras desamparan y abandonan a su suerte a quienes osen defender la democracia, la nación española (pregunten a los catalanes de S’ha Acabat) y por supuesto a Israel. Han tolerado vergonzosos actos de antisemitismo contra profesores israelíes invitados, y en ninguna es posible un debate racional sobre Israel y su derecho a existir o el “genocidio” de Gaza, tan demostrado como el poliamor, la maldad del capitalismo y la inexistencia de España.

En Estados Unidos, por su parte, las grandes universidades son como el propio país: riquísimas, influyentes y poderosas como pocas gracias a su fama de excelencia y vanguardia científica. Pero en buena medida muchas de esas universidades dieron el gran salto a la élite mundial en los años veinte y treinta del pasado siglo, cuando acogieron a la flor y nata de los científicos y pensadores europeos que, ironías de la historia, huían del fascismo y nazismo. Muchos eran judíos, como Albert Einstein y Leo Szilard entre los físicos, y Hannah Arendt y Leo Strauss entre los pensadores.

El pragmatismo, la filantropía y la perspicacia de algunos mecenas crearon instituciones para acoger a esa élite peregrina, como el famoso Instituto de Estudios Avanzados de Princeton, hogar de acogida de muchos de los matemáticos y físicos claves para el programa Manhattan, del que salió la bomba atómica y otras aplicaciones que revolucionaron ciencia y tecnología.

Los privilegiados concilian mal la contradicción de sus regaladas y seguras vidas con sus aspiraciones revolucionarias elitistas: es uno de los grandes dramas modernos

Parece un sarcasmo de la historia que los actuales beneficiarios de estos campus privilegiados, crecidos al amor del éxodo de inteligencia provocado por el antisemitismo y la brutalidad nazi, sean hoy el invernadero donde rebrotan lujuriosas las viejas flores del mal: antisemitismo, iliberalismo, intolerancia, fanatismo e irracionalidad. Pero en realidad no es tan raro. Los privilegiados concilian mal la contradicción de sus regaladas y seguras vidas con sus aspiraciones revolucionarias elitistas: es uno de los grandes dramas modernos.

Como sugiere Nacho Montes de Oca, también el abundante riego con petrodólares puede haber ayudado, y mucho, a fertilizar esa floración siniestra. No solo la república islámica de Irán y sus proxys palestinos y yemeníes desean exterminar Israel; ricos emires del Golfo se han manifestado a favor de la idea. Y todos los enemigos de la democracia liberal saben muy bien que el huerto más propicio para sus cultivos está en las universidades y la alta cultura. Es donde hay más privilegiados con mala conciencia y propensión al radicalismo descerebrado, animados por pensadores irresponsables al estilo de Noam Chomsky. En esos ambientes, el antisemitismo siempre tiene buena acogida por una razón u otra, ahora como “antisionismo”.

Ocurrió en la Alemania del pasado siglo, donde el nazismo fue acogido con ciego entusiasmo en las románticas universidades de élite alemanas, y pensadores capitales como Martin Heidegger adoptaron el antisemitismo activo rompiendo con colegas y estudiantes judíos (entre ellos, Hannah Arendt, discípula y amante de Heidegger). Menos peligroso y antisemita, pero de anticapitalismo iliberal caprichoso y lunático, fue el proceso de las universidades del mayo del 68, comenzando por la Sorbona, donde estudiantes hijos de la burguesía jugaban a la revolución maoísta atacando a los policías hijos del proletariado.

Arrastrar Europa al desastre

Nietzsche, tan ambiguo o brutal en muchos juicios éticos y políticas, fue intolerante con el antisemitismo, que tachó como la forma más abyecta de inhumanidad europea y un rasgo típico de la cultura decadente y nihilista. Con rara lucidez, pronosticó que el auge del antisemitismo en la alta cultura burguesa, conformista y sumisa pese a sus formas de apariencia radical -como la ópera de Richard Wagner-, arrastraría a Alemania y Europa entera al desastre. Desde entonces, el rebrote de antisemitismo entre las élites intelectuales debería considerarse una alarma de totalitarismo inminente con grave peligro para el pluralismo, la democracia y la libertad.

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