Recuerdo la canción de Jarcha que apoyó la salida de Diario 16: "Pero yo sólo he visto gente / muy obediente hasta en la cama, / gente que tan sólo pide / vivir su vida, sin más mentiras y en paz". Han pasado 46 años. Lo de entonces era una España golpeada por el terrorismo, la crisis económica y un permanente ruido de sables que amenazaban a una democracia despistada y llena de temores. Yo era un crío, pero recuerdo el nombre de dirigentes políticos en los que se podía y debía confiar, con el Rey Juan Carlos I a la cabeza. Sí, qué le vamos a hacer, así fue por mucho que esta historia haya terminada tan mal para quien fue jefe del Estado casi 40 años.
Y sí, había gente obediente que quería paz, que no quería mentiras. Y sabíamos que había una clase política que deseaba fervientemente la democracia y que contaba con millones de españoles que remaban en esa dirección. Tantos años después, esa gente a la que cantaba Jarcha sigue estando aquí. A algunos se los ha llevado el coronavirus. Y sigue siendo obediente, aunque no toda como vimos el domingo ante la salida masiva y desordenada de millones de criaturas con sus padres. Fue una minoría de padres los que se saltaron las normas, eso dicen. En la radio aseguran que las fotografías y los videos que todos hemos recibido en nuestros móviles parecían los del día después de Reyes. Si esto es lo que va a suceder cada vez que el Gobierno abre la mano, mal vamos todos. Sí, aceptemos que es una minoría, pero una minoría basta para el contagio masivo y comunitario de la misma forma que un tonto es capaz de joder a todo un pueblo. Saltarse las normas y culpar después al Gobierno encaja mal. No encaja.
Y los niños sacaron a sus padres
Visto lo del fin de semana nos advierte el Gobierno que siempre puede dar marcha atrás y confinar a los niños de nuevo. ¿Marcha atrás? Si hubiera un Gobierno firme habríamos esperado al momento en el que los contagiados sean igual a cero. Los que entienden aseguran que solo una población que no registre un sólo caso durante catorce días merece el final del confinamiento. Si lo saben, por qué no lo hacen.
El Gobierno es lo que es. Un grupo de ministros, diletantes de la política, sobrepasados y atascados en una situación que les supera. Mucha ideología, poca educación. La falta de liderazgo tropieza con la calamitosa política de comunicación; las imprecisiones con las mentiras; las improvisaciones con la propaganda. El uso y abuso de las televisiones con un relato que busca esconder la verdadera cifra de muertos, las fotos de los ataúdes, los entierros clandestinos, los sanitarios equipados como si fueran el ejército de Pancho Villa. La corbata roja del presidente con las lágrimas de la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso. Esta gente tan obediente que somos todos aún no conoce un gesto respetuoso y de luto de un Gobierno que cuenta a los muertos por millares.
También los grandes políticos se hacen con gestos que transmiten calor, humanidad. Menos telepronter. Ya vale de frases hechas y absurdas de la factoría Redondo & Cía. Es verdaderamente inútil cuando la política se sustenta en la improvisación y la mentira. Por eso hay que estimar el pronóstico de Guillermo Fernandez Vara: "Esta crisis se llevará a toda la clase política actual". El presidente extremeño verbaliza una realidad que se nos viene encima. Y puede que sea hasta un deseo.
Menos Estado, más alarma
Así es difícil seguir, y mucho menos encarar el desastre que ya estamos viendo: nueve millones de españoles en situación económica de paro, destrucción de riqueza, instituciones inútiles, dirigentes incapaces que aprovechan el momento para seguir desgastando al Estado. Urkullu y Torra. El primero juega a eso después de haber hecho presidente al que desgasta hoy. El segundo no es más que un alma en pena instalado en el aburrimiento porque lo suyo es el envite, la fractura, la destrucción de España. Y lo van consiguiendo: cada vez menos Estado, cada vez más alarma.
Los dos se quejan amargamente porque la pandemia no se puede frenar desde Madrid con un mando único. Y tienen razón, con este mando único, no. Miremos hacia Alemania y veamos cómo la opinión pública -y la publicada- cierra filas con Angela Merkel, una dirigente que ha sabido combatir la pandemia sin necesidad de mentir una sola vez a su población. ¿Cómo será eso, que sienten los alemanes ante una dirigente capaz de unirles y de ser creída? Urkullu y Torra critican el sistema y miran el reflejo de Alemania. Ignoran que en Alemania no hay ningún presidente regional que quiera la muerte del Estado, la ruptura de la nación. Y así se puede trabajar con los resultados que envidiamos los españoles. El 70% de la población teutona está satisfecha con la forma en que Merkel ha gestionado la crisis. Aquí el 70% cree que el Gobierno saldrá muy tocado de esta crisis (ABC/GAD3)
¿Tenemos los políticos que merecemos? No. Tenemos los que votamos.
Aplausos versus cacerolas
Este fin de semana por primera vez las cacerolas han sonado con el impulso de los aplausos. Nunca pensé que se abriera paso la cacerolada de unos cuantas viviendas. Ya no es así. La gente obediente empieza a cansarse. Es un milagro que no haya pasado antes. La crisis que confirman a diario los titulares de los periódicos aún no ha estallado. Está por venir. Cuando lo haga, deberemos estar preparados y prestos para asumir nuestra condición de ciudadanos, esos que luchan y seguirán luchando contra la fugacidad y el olvido. Esos mismos, que no desean que haya contradicción alguna entre lo que piensan y lo que viven. Leonardo Padura lo ha resumido bien en un artículo en El País: resulta que estábamos mejor cuando creíamos que estábamos peor.
Tal cual.