Este domingo fue el día más extraño de todos, repleto de sensaciones contradictorias, y estoy obligado a contárselo de otra manera. La mañana empezó reflexiva. Como los adultos siempre hemos podido ir a la compra o a tirar la basura, durante estos cuarenta y tres días nunca había pensado que el confinamiento fuera como una cárcel. Esa metáfora sencilla y recurrente me asedió cuando le comenté a nuestro hijo que en un rato podría volver a la calle. Al principio noté en su mirada vivaz una reacción tan nítida como inesperada de rechazo a la libertad recobrada, como esos secuestrados que padecen el síndrome de Estocolmo porque comprenden y hasta añoran a sus carceleros. ¿Se habrán sentido nuestros hijos secuestrados en una prisión?
El caso es que parecía en primera instancia que nuestro pequeño se había acostumbrado al encierro y que hasta le había cogido el gusto, porque no quería abandonarlo durante una hora. Pocos minutos después, sin motivo alguno, el enano sintió el deseo ferviente de salir, por lo que deduzco que su rechazo inicial debió ser un episodio transitorio debido a que este encierro también cambia sus esquemas. Sospecho que en muchas familias con niños de corta edad sucederían cosas parecidas, si bien en el caso de los mocosos un poco más mayores, como mis sobrinas (nueve y seis años), las ganas de abandonar las rejas del hogar seguramente eran desbordantes desde que sabían que podrían salir. Demasiada ansiedad acumulada durante demasiados días.
Tras las dudas iniciales y a pesar del cielo nublado que amenazaba tormenta, mi pequeño y yo paseamos durante algo menos de una hora. Cincuenta y ocho minutos para ser exactos. La mayor parte del tiempo fuimos de la mano y el resto "aupitas". No tocamos nada ni a nadie. No nos cruzamos a conocidos pero, de haber ocurrido, habríamos saludado con la mano sin acercarnos. Por momentos tuve la sensación de que había demasiada gente en la calle, sobre todo en las colas de las panaderías, pero no vi grupos de personas hablando ni identifiqué a padres tramposos con varios hijos que se separasen en dos mitades para estar todos fuera de casa.
La mayoría de niños que nos cruzamos mantenían las distancias y llevaban guantes pero no mascarillas. Nosotros anduvimos sin un rumbo definido porque buscábamos "excavadoras", "camiones" y "coches limpieza" sin freno ni sentido. Casi al final, encontramos uno de esos ansiados objetivos pero, como pueden ver en la imagen, otras rejas, estas reales y no metafóricas, impidieron cualquier contacto. Con el disgusto del mocoso por no poder tocar la máquina ni verla en acción, volvimos a casa. Pura normalidad.
Hasta ahí los hechos que un servidor vivió. Ahora vamos con la interpretación de los mismos. Alegre, me senté a las cuatro de la tarde para describir nuestra experiencia cuando, de pronto, cometí el error de entrar en Twitter. Triunfaban hashtags como #paisdepandereta, #irresponsables o #subnormales que, como se imaginarán, señalaban a los padres que habían salido junto a sus hijos masivamente y sin cumplir con las medidas de seguridad. El choque fue morrocotudo. Lo que habíamos vivido nada tenía que ver con lo que en esa red social se denunciaba. Leía y leía comentarios y me sentía atolondrado. Era descorazonador.
Para criminalizar los paseos con niños hacían fortuna unas cuantas imágenes de ciudades superpobladas como Madrid, Barcelona y Valencia donde niños y padres no respetaban la distancia de seguridad
Para defender los citados hashtags que criminalizaban los paseos con niños hacían fortuna unas cuantas imágenes de ciudades superpobladas como Madrid, Barcelona y Valencia donde efectivamente niños y padres no respetaban la distancia de seguridad. Mal hecho por su parte. Ojalá les multasen a todos. Pero esos casos representan solo una parte ínfima de los seis millones de niños que salieron junto a sus padres en los ocho mil municipios de España. ¿Se puede criminalizar a todos los padres por culpa de unos cuantos irresponsables? ¿En realidad todos los progenitores se comportaron así? ¿Hay manera de asegurarlo?
Aun en el caso improbable de que fuera cierto que en todos los rincones del país todos los padres hubiéramos sido tan imprudentes, ¿qué se podía esperar del primer día en que los niños podían pisar la calle tras cuarenta y dos días sin hacerlo? ¿Acaso no es relevante que esta primera jornada de libertad para dar paseos fuera domingo (hay gente que entre semana sí va al trabajo pese a la reclusión)? ¿No resulta lógico que en determinados barrios de Madrid o de cualquier otra ciudad se produzcan estas aglomeraciones por mera cuestión de espacio y de número de familias que allí residen?
En las redes, un reflejo de la sociedad que por definición solo es parcial, el cainismo, la mentira y la propaganda de cualquier color se entremezclan para buscar culpables. A muchos les gustan más las rejas (para otros) que los paseos
La criminalización de los padres no se quedaba en tacharlos, o tacharnos a todos, de "irresponsables", sino que nos señalaban como culpables de un hipotético rebrote de la pandemia al tiempo que defendían la gestión del Gobierno. ¿Por qué se podía comprobar que muchos de los que señalaban a los padres como responsables del futuro repunte son los mismos que detestan que algunos partidos culpen al Gobierno de la pandemia por haber permitido el 8-M? ¿Realidad o bulo? ¿Nacían estas campañas simple y llanamente de ese deporte nacional que se llama envidia? ¿El país que se dibujaba en Twitter era el mismo en que yo vivo? ¿Ocurrirá lo mismo la semana que viene cuando el resto de ciudadanos salga a la calle?
Preguntas para las que siento no tener respuestas claras. Sí creo, por buscar alguna explicación, que en estos tiempos líquidos, populistas y frenéticos de las redes sociales hay una diferencia enorme entre la realidad y la representación de la realidad. A menudo hay un abismo entre ambas. Se coge la parte por el todo según interesa. En las redes, un reflejo de la sociedad que por definición solo es parcial, el cainismo, la mentira y la propaganda de cualquier color se entremezclan para buscar culpables. A muchos les gustan más las rejas (para otros) que los paseos. Afortunadamente, el mundo es mejor de lo que se dice en Twitter.