A estas alturas de la crisis sanitaria provocada por el Covid-19, todos tenemos claro que se han hecho muchas cosas mal. El socavón económico que está produciendo va a traer unas consecuencias sociales y geopolíticas sin parangón. Muchas personas se van a quedar en las cunetas de la economía, sin apenas recursos para sobrevivir. Y no solo las que ya llegan a esta nueva crisis trastabilladas desde el agujero negro de 2008. También colectivos de personas que, disfrutando de la clase media, van a verse arrastradas a unas condiciones mucho peores por la desaparición de sus empresas y, por ende, de sus puestos de trabajo. Y sin trabajo, tampoco podrán disfrutar de un Estado del bienestar que, tras años de recortes y austericidios, va a ser rematado por esta pandemia. A estas alturas de película, con millones de empleados en ERTEs sin saber por cuánto tiempo y cientos de miles directamente en el paro, pensar que en unos meses se volverá al escenario de 2019 es terriblemente ingenuo.
En este escenario, solo las instituciones comunes pueden hacer algo por aliviar la situación. Claro, que cuando durante años se ha criticado, reducido y aminorado los servicios que estas daban, no se encuentran en el mejor momento para exhibir músculo y proteger a la ciudadanía. Sirva solo como ejemplo que en Madrid, Navarra, Canarias y Baleares han desaparecido, según la Organización Médica Colegial, cerca del 30% de las camas hospitalarias durante la última década a pesar de que la población se ha incrementado en todas estas comunidades.
A estas alturas de película, pensar que en unos meses se volverá al escenario de 2019 es terriblemente ingenuo
Ponernos ahora a discutir si hechos puntuales como la celebración de eventos deportivos, congresos políticos o manifestaciones feministas la semana previa al confinamiento fue un acierto o un error, que lo fue y mayúsculo, es señalar a la luna y mirar al dedo. Sirven para llenar Twitter de ‘me gusta’ y retuits de los propios y para desgastar al contrario. Pero para nada más. Y, desde luego, no para solucionar los problemas graves a los que ahora se enfrenta y se va a enfrentar la sociedad española.
Este momento, sin que por ello haya que dejar la crítica política ni abandonar las labores de oposición siempre que sea leal y constructiva, requiere de medidas audaces, unidad, liderazgo -que puede perfectamente ser compartido- y coraje para reformar todo aquello que no funciona y dotar a nuestras instituciones de una función útil de protección a la ciudadanía, impulso a la economía y generación de oportunidades en especial para quienes más difícil acceso tienen a las mismas.
En un país sin proyecto como España, que lleva entre dimes y diretes buena parte del siglo XXI, es ahora más necesario que nunca plantear entre todos, o al menos una gran mayoría, un escenario de futuro. Reiniciar el sistema para orientarlo a acabar con las desigualdades; generar oportunidades de riqueza y empleo a los emprendedores y empresarios; y dotar de las herramientas necesarias a través de la sanidad, la educación y las prestaciones sociales a los vectores más desprotegidos de la sociedad.
Adela Cortina: “Tenemos que sacar todos nuestros arrestos éticos y morales y enfrentarnos al futuro con gallardía, porque si no mucha gente va a quedar sufriendo por el camino
Es una tarea necesaria, tener un plan de futuro, un horizonte común que nos una como sociedad y dé sentido a la pertenencia a un país. La filósofa Adela Cortina, catedrática de la Universidad de Valencia, lo definía así en una entrevista publicada esta misma semana en la Agencia Efe: “Tenemos que sacar todos nuestros arrestos éticos y morales y enfrentarnos al futuro con gallardía, porque si no mucha gente va a quedar sufriendo por el camino, y a eso no hay derecho”. Y añadía que ese reto hay que decidir entre hacerlo en una sociedad unida para que la gente esté mejor o ahondar en la separación y el ir “unos contra otros”
Hay que sentarse y dialogar para acordar qué hacemos con una España de 17 comunidades. Acabar con el ‘emetreintismo’ madrileño y aceptar que en este país caben otras miradas, otras formas de sentirse español, vasco, catalán o andaluz tan válidas como las de los ‘agitabanderas’. Pero también terminar con la sinrazón de tener 17 teléfonos distintos para los afectados por el coronavirus. O 17 autonomías compitiendo entre ellas para comprar material médico que, por supuesto, no compartirán con el vecino hasta que hayan atendido al último de ‘los suyos’. Las autonomías primero miran el DNI del enfermo.
Hay que analizar si es necesario el café para todos o hay que hacer desarrollos diferentes, que garanticen la igualdad de oportunidades, para distintas autonomías. Y hacerlo ya, sin miedos ni complejos. Lo que parece claro es que tener 17 leyes orgánicas reconocidas por la Constitución, que son los estatutos de autonomía, que no se cumplen, generan fricción permanente, que separan y no solucionan sino que complican la vida de los ciudadanos es un desgaste social, político y económico tan absurdo como inasumible.
Europa carece de una estructura política, militar o fiscal que lidere, que oriente o sirva de contrapeso a las decisiones monetarias del BCE
Pero si hacia dentro de nuestras fronteras tenemos mucho que hacer, no se quedan atrás las instituciones comunes europeas. La incapacidad de dar una respuesta conjunta a la crisis del Covid-19 de la UE hace plantearse para qué sirve la Unión. Ahora mismo, Europa es un conjunto de países con una moneda común que vive pendiente, incluso acogotado, de las decisiones del Banco Central Europeo. Pero carece de una estructura política, militar o fiscal que lidere, que oriente o sirva de contrapeso a unas decisiones monetarias que ya apostaron por salvar a la banca, sus clientes, y se olvidaron de las personas hace ahora unos diez años. Europa tiene que dar pasos que demuestren su verdadera utilidad, que la tiene, o casos como el Brexit dejarán de ser anecdóticos. Ver a países negar la venta de material sanitario a sus conciudadanos europeos da tanta vergüenza como miedo de lo que nos depara el futuro de la Unión.
Es imposible resumir en un artículo todo lo que habría que reiniciar. Cada uno de los párrafos escritos da pie a miles de matices, posibilidades y opiniones. Pero si algo nos deja claro esta crisis que se posa sobre las cenizas de la anterior es que hay que hacer algo urgente, de calado y con el bienestar de las personas en el centro de la acción. Todo lo que no sea eso es dar pasos hacia atrás en el progreso que tanto nos ha costado conseguir.