Desde que comenzaron las protestas por la subida del precio del metro en Chile, que entró en vigor el pasado seis de octubre, la sucesión de saqueos, quema estaciones de metro, hospitales, iglesias y otros edificios, actos en los que, claramente, hay que se levanta cada día como si su trabajo fuera salir a ver que destruye, propios y extraños se preguntan qué ha pasado en Chile, país hasta entonces paradigma del éxito económico latinoamericano y, sobre todo, qué se puede hacer para remediar esta situación que parece interminable.
En España tenemos la fortuna de contar con un gran periodista hispano chileno, John Müller, doblemente "exiliado", quien además dirigió uno de los principales periódicos de Venezuela durante los inicios del chavismo y que, de forma cotidiana, nos cuenta el drama de su tierra natal. Lógicamente, no pienso explicarle lo que allí ocurre pero, como quiera que en un debate que tuvimos en Twitter me animó a publicar mis investigaciones sobre la Teoría Generacional, he pensado que podía poner mi granito de arena sobre el particular desde la óptica de dicha teoría, aunque sin entrar en las profundidades que hicimos al ver el caso venezolano. Veámoslo entonces.
Fernando VII y Napoleón
Como tal vez recordarán, la Teoría Generacional nos dice que cada, más o menos, cien años, ocurre una crisis mayor en que cambia el orden (social, político, económico, cultural e incluso religioso) y el pensamiento (o zeitgeist) establecidos. Lógicamente, antes de su independencia, sus eras seculares, o ciclos generacionales, eran los mismos de España y del resto de la Hispanidad, tema que vimos en "Las Eras de Hispania" (enlace).
El ciclo anterior al actual viene de la crisis de Imperio Español, que se inicia en 1810 con la detención de Fernando VII por la tropas napoleónicas, provocándose un vacío de poder en ultramar. La resuelven con su independencia y ya para 1833 debían tener un orden nuevo, pues entra en vigor la constitución de aquel año. Es un ciclo o siglo interesantísmo, clave, pero aquí no podemos extendernos más en él.
¿Cuánto dirían Ustedes que duró la vigencia de aquella Constitución? Pues un siglo (más o menos), o ciclo generacional, ya que se sustituyó por otra, la de 1925, que hubiera estado vigente de no ser por el pre-chavismo de Allende y el golpe militar. Tuvo un fractura inicial, pues Chile, ya muy globalizado, fue el país más afectado por el crack de 1929, fractura durante la cual tuvieron una república socialista tras un golpe de Estado; se controla la sedición pero deja dos vectores de poder, uno patriótico y liberal y otro que supedita Chile al internacionalismo y al socialismo radical, hoy ya puro mesianismo globalista de momiópatas y élites corruptas.
Destaca una cualidad que diferencia a los chilenos del resto de la Hispanidad y es que, cada vez que han cambiado de ciclo generacional, son los que consiguen, dentro de sus convulsiones políticas (terribles terremotos aparte), el orden más estable, que diría José Rodríguez -Iturbe. Hoy, puntuales a la cita secular, entran en la última fase del ciclo actual, algo que, lógicamente, no se resuelve con simples retoques del orden imperante.
El despegue y el despertar
La Teoría Generacional define cuatro fases para el ciclo generacional y la segunda, tras la de "despegue" (del nuevo orden; también mal traducida en Wikipedia), en la que, olvidada la "crisis" (última fase del ciclo anterior), se cree que todo es posible, se produce un "despertar" espiritual tanto religioso como intelectual; el "despertar" más radical y con mayor influencia histórica fue el que llevó a la Revolución Francesa.
Consolidada la nación, el primer despertar en Chile llevó al fin del conservadurismo (hacia 1860) y a los intentos liberales de ir al sufragio universal, uno de sus principales ideales y algo más serio que el mero "sufragismo" del que también se apropian los "progresistas", así como a otros avances relativos al reconocimiento de derechos políticos y sociales que se plasmaron en enmiendas constitucionales.
En España, como en Chile, en el ciclo generacional actual, esta fase empezó con los efectos de la revolución cubana, siguió con el Concilio Vaticano II, el Mayo Francés, el movimiento hippy, etc.; aquí terminó con el golpe de Tejero y en Chile yo diría que con la constitución de 1980 y cuando los economistas de la Universidad Católica (alma mater de Müller) sustituyen a los Chicago boys. Esos años los exploramos aquí hace tiempo en "La experiencia chilena" (enlace), donde tratamos el "bogotazo", el "caracazo", Castro en Chile, etc., un artículo que conviene releer.
La fase del despertar es de suma importancia pues en ella forman su personalidad como adultos la generación que lleva el orden a sus límites, la generación con arquetipo "profeta" y máxima responsable de la crisis secular, donde el orden y el pensamiento dominante son radicalmente disfucionales (véase España hoy). A esta generación también le hemos dedicado bastante trabajo, la última vez en el artículo "¿Generación sociópata?" (enlace), lo cual nos lleva al siguiente punto.
Lo peor por venir ocurriría cuando su Establishment impusiera (o retomara) el sistema electoral proporcional de listas de partido, que roba la soberanía al pueblo
Un elemento a añadir a la Teoría Generacional es la aparición de un Establishment, formado por políticos, intelectuales, grandes medios de comunicación, think tanks, empresas, líderes religiosos, educativos, etc. que controlan el orden y el pensamiento dominante y que, como llevados por una llamada histórica o divina, o por simple corrupción, se creen con derecho a señorear los destinos de la patria. La solución a esto es un sistema electoral representativo del votante.
Añadido ese factor, podemos retomar la teoría que nos dice que, en la fase de crisis, la propia existencia de la nación está en peligro, algo que parece un esperpento, pero cuando uno ve los casos de Reino Unido, infectada de nacionalismos inventados aliados del Establishment anti Brexit y de la UE, o España, o la UE al gusto del Establishment francés, que puso a Macron (y a Le Pen), y que destroza a las naciones europeas, o Venezuela hoy, o Estados Unidos, con el duro enfrentamiento contra Trump, entonces ya no parece esperpéntico lo dicho por la teoría.
La cabeza visible del Establishment chileno hoy se encuentran Piñera, un socialdemócrata de derechas, y Bachelet, patanegra con pedigrí, socialdemócrata de izquierdas, ya de salida, niña mimada del progresismo encantado con sus dinastías, que es la eminencia gris que mueve los hilos tras Álvaro Elizalde, su sucesor. Piñera y Bachelet se han alternado en el poder desde 2006 y desde entonces han acelerado la implantación de esa fábrica de salvajes que es la agenda globalista, de ahí que les asignaran la cumbre del clima, hasta que les explotó en la cara su invento.
Nueva constitución
Siempre que me preguntaban por el futuro de Chile les respondía que, lo peor por venir, ocurriría cuando su Establishment impusiera (o retomara) el sistema electoral proporcional de listas de partido, que roba la soberanía al pueblo y la traslada a los partidos, creando una partitocracia que destruye a la nación; a la tercera lista tendrán su Zapatero, más "bien" Allende 2. Pues bien (o "muy mal"), lo hicieron en 2015 y ahora el Establishment puede hacer una de las grandes aspiraciones del "progresismo", que es que, según sus palabras, "gobierne una aristocracia socialista donde los votos no cuenten", tema que vimos en "El progresismo y sus trampantojos" (enlace). Por supuesto, ese cambio electoral dañará también la excelente posición internacional (séptimos mejores) por baja corrupción que tenían antes (ver ranking 2015, siguiente tabla).
El Establishment quiere una nueva constitución pero lo que no se pregunta nadie es qué constituye una "constitución". La nación no y el Estado tampoco, pues ambos son anteriores al hecho constituyente. Lo que constituye es la "forma de gobierno", de la que hay tres: dictadura (caso venezolano), oligarquía (caso chileno y español) y democracia y, para que la forma de gobierno sea democrática debe existir representación del ciudadano y división de poderes (no de funciones). Representación no habrá, pues siguiendo la doctrina partitocrática, que explicitó Gerhard Leibholz (ver también Dalmacio Negro: puntos 23, 28 y 32 del enlace), dado el sistema electoral proporcional, ésta no existe, con lo que la pretendida constitución chilena no será democrática. Aparte que, como alerta Müller con toda la razón del mundo, sacarse de la manga una carta magna por imposición de los violentos (tema muy español e hispano) es un completo despropósito.
El factor exterior y los 'repúblicos'
No podemos extendernos más y hemos de dejarnos muchos temas de interés en el tintero ("pensiones vs salarios diputados", democracia cristiana, tecnología y revueltas, Iglesia chilena, el foro de Sao Paulo, Zapatero y el Grupo de Puebla, etc.), pero no dejaré de mencionar la impronta rusa en el continente y su interés por desestabilizarlo, tema al que solo puedo dirigirles hacia mi artículo: "Choque de civilizaciones: Rusia contra América Latina" (enlace), desestabilización que promueve utilizando sus cipayos regionales, enemigos jurados de los políticos chilenos y de los demócratas en general. En Chile, como en España, donde seis sujetos deciden quién puede ser diputado, es una perita en dulce para el intervencionismo extranjero y los delincuentes y pirómanos de la política; de ahí vendrán sus mayores conflictos.
Finalmente, está el tema clave de los repúblicos, ya extendidos por Hispanoamérica pero escasos o inexistentes donde, hasta ahora, la bonanza económica ocultaba las carencias políticas; ellos son los mejor preparados para lograr un cambio de orden democrático y funcional - lo vimos en "Fabianos contra repúblicos en la generación Greta" - y para solventar correctamente las crisis existenciales del globalismo, estadio final del orden mundial socialdemócrata que ya muere. Quién sabe, a lo mejor John Müller es el primero de sus repúblicos. Esperemos que sí, por el bien de los chilenos y del resto de la Hispanidad.