Habría sido mucho esperar, y más que aventurado creer en innovaciones retóricas y técnicas por parte de los políticos en liza para esta segunda ronda electoral. Quedaba, sin embargo, un margen de mejora, que más bien ha consistido en empeorar lo empeorable, sobre todo cuando no se abandonan modos y maneras gratuitamente agresivas.
La diferencia podía provenía más bien del ámbito variable de estos comicios: de lo más distante a lo más próximo, de Bruselas y Estrasburgo, a la autonomía, a la ciudad, pueblo o aldea de cada cual. Y a que, pese a todo, no había ese apremio asesino de las generales. Para lo que nos ocupa, hemos visto debates (así, por ejemplo, los de las elecciones europeas), donde los oradores eran hasta nueve, una cifra que es masa, multitud y purgatorio para cualquier asesor de comunicación. Sobresalir entre tantos, identificar al votante y ser identificado por él para comunicar un atisbo de mensaje parece ya de por sí un logro justamente notable.
Pero nuestras observaciones deben ir, con todo, acompañadas de dos salvedades. Primero, la muestra observable se ha limitado para quien esto escribe a los debates televisivos en Madrid (ciudad y región) y Barcelona, además de los correspondientes a las elecciones europeas. Por otro lado, no queremos, y sería un error, establecer relaciones entre las estrategias de comunicación y los resultados obtenidos. A la vista está que resultaría peregrino.
La renovación de las estrategias de comunicación futuras es imprescindible, y no sólo por el bien de los electores: a ellos, a los estrategas, les va la vida en esto
De lo primero, sólo cabe decir que aunque del iceberg sólo vemos una décima parte, lo que está bajo el agua no será visible, pero sí imaginable: todo es hielo, más de lo mismo. Sin menosprecio de otras ciudades y provincias, es improbable que nos hayamos perdido algo muy bueno por no ver más debates de otros lugares.
En cambio, sí fuimos testigos de experiencias más que insólitas. Pongamos por caso algo tan chusco como el debate entre los candidatos a la Comunidad de Madrid organizado por la SER y El País, al que no acudió Díaz Ayuso, candidata del PP, pero sí Errejón (sin los impedimentos de la Junta Electoral). Se discutía en buena medida la ejecutoria del Partido Popular en la última legislatura, con su representante ausente, mientras entre el público se encontraba el último presidente de la Comunidad, Ángel Garrido, ahora pasado a Ciudadanos con armas y bagajes. ¡A ver quién mejora eso!
No menos pintoresco resultó el debate, esta vez en Telemadrid, entre los candidatos a la alcaldía capitalina, en el que la protagonista principal, una Carmena, aupada a un papel, más que carismático mayestático, renunciaba castizamente a debatir en detalle, como por encima del bien y del mal.
Pero entrando en materia, la más suspensa, la asignatura por aprobar, y en el ejercicio práctico,- salvo para los más listos de la clase, y son pocos-, sigue siendo el minuto de oro, el uso con aprovechamiento del minuto final. Hemos visto sesenta segundos -y pueden hacerse muy largos- temblorosos, confusos, aturullados, impotentes.
El peor momento de casi todos los candidatos en las dos últimas citas electorales fue con diferencia el llamado minuto de oro
Ciudadanos ha porfiado, además, en el abuso de elementos visuales. Otra vez fotos, carteles, gráficos, y un ridículo verosímil para Silvia Saavedra, substituta de Begoña Villacís en el debate de Telemadrid sobre la alcaldía capitalina. Con ribetes caricaturescos, muy explotados por las redes sociales, ese Lenin ladeado, acostado como su momia, parecía probar que el comunismo acaso esté muerto, pero el anticomunismo es inmortal.
Y sin embargo, fue Ciudadanos, quien, por boca de Luis Garicano, trajo la novedad más reseñable, verídica además, y no pura invención: la revelación de que las listas de las coaliciones de partidos nacionalistas de la periferia muestran sólo a los candidatos de la autonomía en que se vota para engaño o disimulo frente a eventuales votantes
¿Y el tercer acto, dicho sea teatralmente (o la tercera ronda, más deportivamente)?: ¿Qué nos podemos temer? La continuidad no será ya la de las campañas, sino la de los parlamentos mismos. Sería deseable, por lo menos si se quiere que la estrategia de comunicación política sea la que establezca la diferencia, alguna diferencia, que los responsables de los partidos estudien estas campañas recién pasadas, y se apliquen a remediar lo peor de ellas. No sólo, caritativamente, por nuestro bien: a ellos también les va la vida -política- en esto.