Mientras unos se desacomplejan, otros se llevan las manos a los bolsillos buscando disculpas de la misma forma en que lo haría alguien que rebaña calderilla ante la factura de una cuenta impagable. El número dos de Vox, Javier Ortega Smith-Molina, dirige la acusación popular contra el secesionismo en el Supremo. Como ya lo hizo antaño en las causas por los ultrajes a la bandera, las pitadas al himno o contra los magistrados del Tribunal Constitucional que votaron a favor de la legalización de Bildu, Ortega Smith procura el lucimiento en los interrogatorios a los acusados. Lleva el estandarte de España, él antes que ninguno, incluidos los magistrados y el propio Pablo Casado, el líder de los populares, que se ha quedado fuera de la foto.
Ortega Smith se pasea por la sala con sus dos metros de altura, la cabellera platinada y el traje impoluto, cual soldado de los tercios que exhibe el arcabuz de su propia españolía. Nieto e hijo de letrado, él mismo hombre de ley y escudo, Ortega Smith blande los 30.000 folios que ha preparado como acusación popular contra los independentistas catalanes, mientras el presidente de la Sala, Manuel Marchena, concede permiso a los líderes secesionistas para llevar el lazo cruzado amarillo... no vayan a pensar en Estrasburgo que en España no se respeta la libertad de expresión. Los acusados ponen cara de cordero de Dios mientras Ortega Smith despliega su túnica y los magistrados cargan la justicia cual sambenito.
Para mayor enfado de Casado, Vox ha decidido hacerse con 'la voz del pueblo' agraviado y abrirse paso, casi a caballo, como ya lo hicieron en la reconquista andaluza
Una electricidad recorre este juicio, que tiene ese chisporroteo de sartén donde alguien fríe cabezas para repartirlas en una romería. Parece el Estado y no los procesados quien ocupa el banquillo de los acusados. En campaña electoral todo vale. Eso lo sabe la formación Abascal, que coge en las Salesas el altavoz de su catecismo para recitar, más alto y con el mejor proscenio, la defensa de la patria ante un Estado medroso. Vox ha decidido hacerse con la 'voz' del pueblo agraviado y abrirse paso, casi a caballo, como ya lo hicieron en la 'reconquista andaluza'. Evocan la pinacoteca y resucitan la historia para mayor gloria de sí mismos.
Del otro lado, en las mejillas de los letrados brota el sonrojo y el salpullido de ser considerados verdugos antes que jueces. Los fiscales Javier Zaragoza y Fidel Cadena intentan fumigar el victimismo del 'procés' con pedagogía: los acusados no están sentados en el banquillo por perseguir ideas, por mucho que Junqueras diga cual profeta subido al monte Sinaí, sino por sus actuaciones presuntamente delictivas; todo diálogo político es posible en democracia, pero no desde la imposición ni fuera de la ley, tampoco no existe una soberanía del pueblo catalán, sino del pueblo español. Los magistrados insisten, como si explicaran la ley de gravedad ante una turba de herejes.
Más que estar en política, Ortega Smith parece estar de servicio, como ya lo hizo antaño como apoderado electoral en una Guipúzcoa hostil
Mientras el Estado apela a lo obvio, avergonzado a veces en sus matizaciones, Ortega Smith, el hombre de Vox en la sala avanza en Misión Mondragón: con el mentón en alto y el megáfono enhiesto. Más que estar en política, parece estar de servicio, como ya lo hizo antaño como apoderado electoral en una Guipúzcoa hostil donde se batió los cobres no por el PP, sino por España. En este juicio, Ortega Smith hará en nombre de Abascal, quiero decir de España, lo que ya ha hecho antes. Sólo le falta la boina verde de sus años mozos en la base de Colmenar Viejo. Un perfume anacrónico envuelve su pose, cual mariscal de campo trepado a un barril mientras finiquita el posado de su retrato ecuestre. La Ley no va a caballo, no organiza cargas de caballería ni planea maniobras patrias con altavoz. A la justicia le toca la discreta infantería de la ley, menos épica cuando ejerce sus razonamientos y que por eso luce arrinconada en este circo que se despliega en la plaza de las Salesas.