Curzio Malaparte dejó escrito que quien gana un golpe de Estado fallido no es el que defiende de forma radical el orden constitucional, sino quien se atribuye el papel de moderador entre golpistas y represores. No siempre, claro, pero es un resabio fácilmente aplicable a lo que quiere hacer Pedro Sánchez. No digo el PSOE, porque el partido como tal ha dejado de existir para convertirse en una plataforma personal. Esta tergiversación de lo que debería ser un partido de gobierno es lo que está marcando la fecha de los comicios.
Todo el ambiente apunta a un adelanto electoral para el 28 de abril, aunque carezca de la lógica que anima a un político ambicioso que solo quiere perpetuarse en el poder, y que querría utilizar al máximo los resortes gubernamentales para el ornato de su proyecto personal. Ahora bien, ¿a quién beneficia o perjudica esa convocatoria adelantada?
Al PSOE, o mejor, a Sánchez, a pesar de todo, no le viene mal. Si las elecciones generales son antes de las autonómicas y municipales, el presidente del Gobierno se aseguraría la paz interna y el apoyo de los barones. Esto no sería así si, realizadas antes las locales, los primates socialistas pierden sus feudos. Es claro que todos señalarían a Sánchez como el culpable -ya pasó en Andalucía- y éste tendría a un partido echado al monte contra él, lo que es la peor situación para hacer una campaña. Es más; según los estatutos del PSOE, el candidato electoral debe pasar unas primarias, por lo que si las generales son antes que las locales serán un paseo militar para Sánchez.
En esta posición de ventaja, Sánchez puede utilizar las dos armas que le quedan al PSOE. La primera es presentar una batería de decretos con la agenda social para “revertir los recortes de Rajoy”. No importa que estén cerradas las Cortes, porque la Comisión Permanente podrá convalidar dichos decretos. Esto puede dar una pátina izquierdista al sanchismo que anule aún más a Podemos. La segunda arma es ofrecerse a España como el centro dialogante entre dos extremos: las “tres derechas” y los independentistas. Volveré sobre esto más adelante.
Sánchez ha dejado a Podemos sin discurso; el único papel de relieve que le queda a Pablo Iglesias es el de muñidor con los golpistas, incluido el fugado Puigdemont
A la agrupación de Pablo Iglesias no le gustan ya las elecciones. Ninguna. Lejos quedan los días en los que defendían que los comicios les fortalecían, que necesitaban la lucha electoral para visibilizar las contradicciones del régimen del 78, fabricar hegemonía y asaltar el Palacio de Invierno. Eso se acabó. El momento populista dio paso al aburguesamiento, y la fórmula se agotó. Es lo que tienen los populismos: buen diagnóstico, mala resolución.
Podemos se deshizo con la entrada de Izquierda Unida, que impidió un proyecto populista puro, y con el caudillismo que surgió de Vistalegre II. Estos errores estratégicos indispusieron a Bescansa y Errejón, y solo éste último ha tenido los redaños suficientes como para emanciparse e irse con Carmena. El resultado es que no tienen candidato a la Comunidad de Madrid. A esto se ha unido el desastre en Andalucía, y la autonomía creciente de las confluencias.
Al mal momento organizativo y anímico de los podemitas se une el que el sanchismo les ha dejado sin discurso. Los de Sánchez han hecho suya la fraseología contra los ricos y los españolazos, la búsqueda de la justicia social y el progreso idílico, el feminismo radical, el ecologismo irredento y el buenismo con los inmigrantes. ¿Qué puede ofrecer Podemos? ¿La República? A estas alturas el único papel que puede representar Pablo Iglesias es el de muñidor con los golpistas, incluido el fugado Puigdemont. Esta posición, amén de la división, no renta en las urnas, como indican todas las encuestas.
A Ciudadanos, tampoco le interesan las elecciones ya. El gobierno en Andalucía en coalición con el PP y con el auxilio parlamentario de Vox ha colocado a Cs en una situación estratégica delicada. Los de Albert saben que la clave de un partido de centro es encontrar el punto medio entre extremos. En consecuencia, definir los polos es primordial. No es lo mismo ser el punto medio entre los dos del “viejo bipartidismo”, la solución a los problemas de dos partidos crispados y crispantes, que ser encasillado en uno de los lados y perder la centralidad.
Por esto, el PSOE de Sánchez trata de convencer al electorado de que los socialistas se sitúan entre las “tres derechas” y el independentismo. Ante dos extremos llenos de ruido y furia, dicen, banderas y eslóganes excluyentes, están ellos, los del diálogo. Ese vínculo de Ciudadanos con el PP y Vox, ese “extremo” que no es cierto, se fortalece cada vez que alguien analiza una encuesta y habla gratuitamente de un tripartito en toda España.
Con Cs algo descolocado, el PSOE de Sánchez tratará de convencer al electorado de que los socialistas están en el punto medio, entre las ‘tres derechas’ y el independentismo
Esa percepción disgusta a Ciudadanos. El equipo de Rivera pensaba reducir el efecto andaluz, esa “mala imagen” que, creen, proporciona ir con Vox, tras las elecciones del 26 de mayo. Usarían los resultados para pactar en unos sitios con el PP y en otros con el PSOE, y volver así a ser el centro. Unas elecciones anticipadas, sin embargo, desbaratan esa posibilidad. Esto pone muy nervioso a los de Ciudadanos porque ahora no pueden quedarse atrás en su labor de oposición ni en su competición con el PP, y el PSOE solo les ha dejado una opción: pedir elecciones. Los tracking de los partidos y las encuestas de los periódicos, además, auguran una caída de Ciudadanos que inquieta todavía más.
Al nuevo PP de Pablo Casado le convienen las elecciones. La elaboración de las listas permitirá a su equipo configurar más a su gusto el grupo parlamentario, algo que ahora crea cierta tensión. La guerra contra el sorayismo no concluyó en el congreso de julio, sino que, además de los evidentes focos de Andalucía, Galicia, Cantabria y País Vasco, su inspiradora está constituyendo una plataforma para volver a la vida política. El adelanto electoral permite a Casado cambiar los nombres del PP en provincias, y desarmar, en la medida de lo posible, a la oposición interna.
Además, el casadismo, a diferencia de Ciudadanos, tiene bien definida la estrategia y el discurso. No tiene reparos a la hora de pactar con Vox -quien más desea las elecciones, claro-, ni con Ciudadanos; y defiende el orden constitucional, la represión del golpismo, junto a un claro programa liberal-conservador en lo económico, político y social. Además, no tiene hipotecas europeas con aliados que impongan tácticas, como ocurre con Macron y Rivera, y puede aprovechar el estancamiento de Ciudadanos.
Ahora solo queda esperar la decisión personal de Sánchez.