Andan en la PSOE con el corazón en un puño (y una rosa) con el quilombo de Koldo y Ábalos, y Armengol, y Marlaska rasca que rasca y el sumsum corda. Como son de los que opinan que el miedo guarda la viña se pasan el día amenazando a periodistas – le sucedió a Risto Mejide al que el jefe de comunicación de dicha razón social le ha enviado un mensaje diciendo que mientras dependa de él no irá a su programa nadie de su partido – porque no defienden al sanchismo, o espoleando a su equipo de opinión sincronizada para lanzar cortinas de humo que oculten la caída en picado de Sánchez y su banda. Vamos, que están desmadrados. Los partidos, todos, no suelen ser complacientes con quienes desde gacetillas, micrófonos y cámaras discrepamos de ellos. Esto es tan antiguo como sabido. Qué poco entienden que su destino es pasar y el de lo escrito es quedar.
Recuerdo, a propósito de esto, que Poincaré – me refiero al presidente francés, Raymond, no a su primo Henri, prestigioso científico - se encaró con el director de un periódico que lo combatía ferozmente apostrofándole que ya se cuidaría él de hundirlo, a lo que el periodista contestó “Me alegra que para hundirme a mí y a mi modesto diario tenga que intervenir tan alta magistratura de la nación; usted, en cambio, se basta solo para hundir su ya de por si escaso valor como persona”. A Sánchez, que no es ni Poincaré ni siquiera un gacetillero de provincias encargado de las necrológicas, le molesta también la prensa adversaria a sus tesis que resumidas son: Sánchez todo lo hace bien y si se equivoca es culpa de la derecha.
Evidentemente, cuando hay periodistas que se pliegan al deseo insaciable de su señorito en la felación adulatoria diaria es porque ese mismo señorito odia la libertad de expresión, acaso la más valiosa de todas pues en ella se sustentan casi todas las demás. Y, repito, sin negar la evidencia de que todos los partidos aprietan las tuercas a los medios cuando mandan, debo reconocer por experiencia personal que quienes más ejercen esa siniestra condición han sido siempre los socialistas. Lo viví en RNE, lo viví en TVE, lo viví trece años en la extinta emisora local COM Radio, y eso que por entonces se suponía que yo era de los suyos. Pero como siempre creí que la verdad es la verdad, la diga Agamenón o su porquero, recibía constantemente broncas, presiones, amenazas, intentos de soborno, en fin, la de Dios. Huelga decir que me las pasé todas por el arco del triunfo y así me fue, porque me echaron.
No me gustan esos jefes de prensa o de gabinete que, cual vocingleros y estultos cabos reenganchados, trompetean a diario en lo oídos de quienes trabajamos en los medios. Me indigna ver ese tipo de amenazas y me provoca una náusea infinita escuchar a compañeros de oficio que hablan por boca del que manda. Estoy pensando en algunos que, cuando intervienen en una tertulia, en lugar de “He dicho”, deberían finalizar sus intervenciones con un “Me han dicho que diga”.
Es un baremo infalible: a mayor acoso a la prensa libre, mayor es el miedo del que gobierna; a mayor número de manifiestos de los eternamente subvencionados a favor de obra, peor le están yendo las cosas al que los riega con nuestro dinero. Así pues, aunque desde Moncloa o Ferraz se desgañiten los burócratas que solo saben sumar con los dedos y repitan lo de la fachosfera, y se pongan en todos sus estados no hay que hacerles ni caso. Pero cuidado, tampoco se deben dejar pasar en blando sus mentiras, sus consignas, sus trampas. Hay que vencerlos en el terreno del debate público con la verdad y con datos. Eso, si tienen ustedes paciencia. Si no, se los envía a hacer puñetas y aquí paz y después Ayuso. Creo que se me entiende.