Aseguran los comunicados oficiales que no hay contenciosos de calado en las relaciones entre España y Estados Unidos. Evidentemente, han pasado ya 120 años desde la guerra de Cuba, fabricada torticeramente por Hearst y Pulitzer, y con la que España perdió las últimas joyas de su imperio, desatando de paso todos los demonios nacionalistas en su interior, cuyas secuelas perviven avivadas cada cierto tiempo, como ocurre sin ir más lejos en estos mismos momentos.
La visita oficial a Estados Unidos que los reyes de España van a concluir en la Casa Blanca, es ante todo una operación de imagen, para paliar buena parte del deterioro sufrido por la Marca España con ocasión del procés y del intento de golpe de Estado desde las mismas instituciones catalanas.
El presidente Donald Trump ya se pronunció al respecto con una declaración clara pero escasamente contundente: “España es un gran país y tiene que permanecer unido. Los catalanes aman a su país, aman a España”. Es en todo caso la constatación de que para Estados Unidos, al igual que para la Unión Europea, no es conveniente desde el punto de vista estratégico favorecer, y mucho menos respaldar, las ansias secesionistas de una parte de la población de Cataluña.
El 27 de junio arrancan en Washington múltiples eventos financiados por la Generalitat con los que se quiere patentizar la ‘criminalización’ de la cultura catalana por parte de los ‘diversos regímenes políticos españoles’
Felipe VI, que ya fuera recibido por el anterior presidente Barack Obama en 2015 tras conmemorar también la fundación de San Agustín, la primera ciudad de Estados Unidos, lo es ahora “en reconocimiento de los lazos históricos” entre ambos países. Esos lazos siempre estuvieron no obstante muy difuminados en los centros de poder e influencia de Washington, tanto en favor de los sucesores de los puritanos anglosajones del Mayflower, como de los franceses, que siempre han vendido muy bien su contribución a la independencia americana.
Los españoles, que exploraron y controlaron la práctica totalidad de lo que hoy son los estados del sur norteamericanos, y que implantaron misiones franciscanas desde la Luisiana hasta California, son tildados aún en los manuales de historia como “conquistadores”, frente al calificativo de “pobladores” que aplican a los británicos, una diferencia notable fraguada en la denominada Leyenda Negra.
El Rey ha querido revalorizar nuestro incuestionable legado en la primera parte de su actual gira, asistiendo a la conmemoración del tricentenario de la fundación de ciudades tan emblemáticas como Nueva Orleans (inicialmente francesa, pero española durante cuarenta años) y San Antonio de Valero, antigua misión en Texas y hoy la séptima ciudad de Estados Unidos.
Sentimientos y dinero
Pero, además de las cuestiones de reivindicación histórica y sentimental -importantísimas-, Felipe VI y su séquito, encabezado por el ministro de Asuntos Exteriores Josep Borrell, deberían poner sobre la mesa de Trump algunas cuestiones que pueden espolear los recelos entre ambos países.
En su política de demolición de las instituciones multilaterales, el presidente norteamericano ha iniciado una guerra comercial que también afecta a España. El brutal aumento de los aranceles a la aceituna negra española no solo amenaza con destruir su cultivo sino también preludiar medidas semejantes con respecto al vino, el aceite y otros productos agrícolas, so pretexto de que ostentan buenas cuotas de mercado en Estados Unidos por estar subvencionadas por la Unión Europea a través de su Política Agrícola Común (PAC). España vendió a Estados Unidos 32 millones de kilos en 2016, por valor de 70 millones. Un arancel del 34% puede destruir su acceso al que era su mercado exterior más importante.
Otro contencioso económico-sentimental importante es el que afecta a las tierras radioactivas en torno a la localidad almeriense de Palomares. Obama se marchó sin llegar a firmar el acuerdo por el que esas arenas, contaminadas por las bombas nucleares que se desprendieron de bombarderos americanos, iban a ser trasladadas para su tratamiento en Estados Unidos. No parece que la Administración Trump tenga intención de cancelar finalmente esa deuda moral -y financiera, asumiendo los costes del traslado- con España.
Frente al desprecio de Trump hacia Iberoamérica -“esos países de mierda”-, Felipe VI debe contribuir a que los latinoamericanos sigan sintiendo la protección del país que les dio una lengua común
Por el contrario, Trump será cada vez más exigente respecto a que España, al igual que los demás aliados, aumente sustancialmente su contribución a la defensa de Occidente, pese a que tal concepto aparezca cada vez más difuminado merced precisamente a los giros de la Casa Blanca en política exterior. El Gobierno de Pedro Sánchez tendrá a su vez que operar un giro no menos decisivo para que la opinión pública española acepte que es inexorable aumentar el gasto militar y reforzar la pertenencia a la OTAN. Se supone por tanto que semejante píldora será más fácil de tragar si viene impulsada desde la izquierda.
Iberoamérica, el antiguo “patio trasero” de Estados Unidos, no es el mayor objeto de atención por parte de Trump, aunque para España sigue siendo sin duda mucho más que un familiar lejano pero muy querido. Aunque Trump no aprecie precisamente a “esos países de mierda” (así calificó literalmente a la inmigración procedente de Centroamérica), Felipe VI debiera afianzar la autoridad moral de España para contribuir a que los latinoamericanos sigan sintiendo el afecto y la protección del país que les dio una lengua madre común.
La Generalitat, a lo suyo
Y, en fin, el Rey y la diplomacia española al mando de Josep Borrell, se van a encontrar casi de bruces con otra operación de propaganda orquestada por la Generalitat de Cataluña en el mismo Washington, el Folk Life Festival, una multitudinaria manifestación artística multidisciplinar auspiciada por la prestigiosa Fundación Smithsonian, y que será inaugurada por el mismísimo Quim Torra.
So capa de rendir homenaje a Cataluña, del 27 de junio al 8 de julio la capital federal de Estados Unidos será escenario de múltiples eventos culturales que mostrarán que “Cataluña es un país de acogida, creativo y vital, que luchó desde 1700 para perpetuar su lengua, perseguida por diversos regímenes políticos españoles, que quisieron criminalizar su cultura”. Así reza la programación del Festival, financiado por el Instituto Ramón Llull.