Un día más, Cristiano Ronaldo. Todos los días, Cristiano Ronaldo. No ha sido el mejor futbolista del año (la soledad de Cibeles da fe de ello), pero sí ha sido el personaje del año, el más repetido, el que ha concentrado más portadas y titulares, el más coreado y acariciado. Cero títulos en el club más rico del planeta, muchos goles, una sola final en la que acabó expulsado y se negó a cumplir con el protocolo del perdedor, y millones de pomposos adjetivos y señores arrodillados. Y en confrontación con esa corriente abrasiva, aunque en evidente minoría, también el nombre más discutido bajo esta firma, hoy otra vez (posiblemente la última en 2013).
Cuando aún no había terminado de rechinar ese egocéntrico “merezco el Balón de Oro todos los años” que pronunció Cristiano en primera persona, surgió la figura de su representante (posiblemente el genio al que hay que reconocer la gigantesca campaña de publicidad en la que estamos atrapados) para resumir con una frase la esencia de ese ‘cristianismo’ popular que a tantos entusiasma y que a otros, al parecer unos pocos, irrita. “Si jugara en el Barcelona marcaría 120 goles al año”, afirmó Jorge Mendes, posiblemente con el único afán de hacer de menos a Messi, el gran competidor, restando méritos a sus números. Pero a quien menospreció en realidad fue a todo ese madridismo hoy cegado, fundamentalmente a sus propios compañeros.
La frase es la esencia de una filosofía. El yo sobre el nosotros. Cristiano, que no ha salido a corregir a su agente, que comparte su línea editorial, está convencido de que es lo que es a pesar de los jugadores que tiene al lado. Y que si no es más es por culpa de ellos. O del mundo en general. Y que todo lo que consigue es gracias a él, a sus descomunales prestaciones individuales. Que son más poderosas, en su opinión, que la de cualquier otro jugador del planeta. Yo, yo, yo, yo, yo, yo.
Todo un mundo de distancia frente a ese “los goles son gracias a mis compañeros” que acostumbra a pronunciar el otro jugador para el que el planeta fútbol parece tener ojos. Posiblemente la de Messi sea una frase impostada (ese tipo de falsa humildad que en el artículo de aquí al lado atribuye Enrique Marín a Guardiola y que tanto le incomoda), pero es una acción saludable, que repara al menos por un momento en los demás. Que comprende la necesidad de hacer un guiño a los otros (el nosotros frente al yo), una cortés muestra de agradecimiento a los que han dejado su esfuerzo por una causa que se ponga como se ponga Cristiano (y su ejército de aduladores) es común.
Cristiano celebra todos sus goles, aunque en 2013 no hayan servido para alcanzar ningún título colectivo, señalándose a sí mismo. Siempre. Y quién sabe si ese narcisismo inigualable es el secreto de su extraordinario rendimiento. Pero hay otros jugadores, la mayoría, que nada más marcar buscan con el dedo o el abrazo al compañero que le ha servido el balón. Y sea o no una ceremonia postiza, yo la prefiero.