Apenas treinta palabras y doce segundos sellaron la España del futuro. La princesa Leonor juró su compromiso con la Constitución en la sede de la soberanía nacional. Una ceremonia desbordada de símbolos y de realidades, de continuidad dinástica en la lealtad hacia la Ley Fundamental que ampara la unidad y la concordia entre los españoles. La naturalidad solemne de la Heredera aliviaba el obligado hieratismo de una sesión para la Historia. Su breve frase, "Juro desempeñar fielmente mis funciones, guardar y hacer guardar la Constitución y las leyes y respetar los derechos de los ciudadanos y de las comunidades autónomas y fidelidad al Rey", precedió a una ovación inusitadamente prolongada -más de cuatro minutos- de un Hemiciclo que quiso mostrar su afecto, adhesión y reconocimiento no sólo hacia la princesa de Asturias sino hacia la Institución encarnada en su padre, que al final de los aplausos, agradeció este fervor llevándose la mano derecha al pecho y solicitando a los asistentes que cesaran en su saludo. Tres ministros morados y todos los partidos socios de Sánchez, enemigos declarados de la Nación, optaron por la ausencia. Que no vuelvan. En el banco azul Iceta, Llop y Bolaños, muñidor del diálogo con la Zarzuela, se quedaron solos en las palmas a la protagonista, con un entusiasmo que provocó incluso incredulidad en algunos de sus compañeros de Gabinete. Eme Jota Montero se los miraba mal. Yolanda Díaz ponía cara de extrañeza.
Armengol se paseó por los inevitables tópicos de la agenda multicolor 2030, lo que sin duda le hizo olvidarse de incluir alguna referencia medianamente encomiable sobre la Monarquía
La presidenta del Congreso, Francina Armengol, se peleó obstinadamente con su desbarajustado discurso, a miles de kilómetros del pronunciado por su predecesor Gregorio Peces Barba hace 37 años con ocasión de la jura del príncipe Felipe. Su gestualidad chabacana, su desigual combate con la prosodia, su desconocimiento de cómo suena el castellano, resultó el único momento pesaroso de la sesión. "Lleva dos semanas repasándolo y no se lo ha aprendido", murmuraba un diputado del cuadro socialista. Cumplió el trámite plurilingüe -catalán, vascuence y gallego- con el recurso a tres poetas regionales, se paseó con entusiasmo por los inevitables tópicos de la agenda multicolor 2030 -el género, el cambio climático, el feminismo, el medio ambiente- lo que sin duda le hizo olvidarse de incluir alguna referencia medianamente encomiable sobre el papel de la Monarquía como elemento común y vertebral de nuestra democracia. Cacareó, eso sí, una frasecilla mitinera, inadecuada para el lugar: "La democracia es el poder del pueblo". Para cerrar su farfullo inconexo, la titular de la Cámara se parapetó en las palabras con las que Peces Barba cerró casi hace cuatro décadas su ejemplar predicamento: "Viva La Constitución, viva el Rey, viva España". Las repitió muy bajito, casi a hurtadillas por miedo a que Pedro Sánchez, ahí al lado, se molestara. Este significado martes hizo pensar a muchos de los 600 parlamentarios presentes en la sala que el Congreso reclama a gritos un relevo en su presidencia. Lástima, no habrá caso.
Los expresidentes del Gobierno no quisieron perderse el acontecimiento. Felipe González, particularmente cariñoso hacia la princesa, conversó luego con algunos correligionarios, muchos de ellos suscriptores del cambalache por la amnistía acordado por su jefe con los dinamiteros de la Constitución. Los Reyes don Juan Carlos y doña Sofía no estaban invitados a la gran ceremonia, cuestión que no dejó de animar un cierto debate. Hubieron de conformarse con saludara la joven protagonista en un ágape familiar celebrado por la tarde en el Palacio del Pardo.
La otoñal mañanita madrileña había congregado a una bulliciosa multitud que se plantificó con entusiasmo y gorritos contra el frío ante los pantallones de la Puerta del Sol y de Callao, dispuestos por la Comunidad y el Ayuntamiento. Los animosos asistentes, que degustaban unos pastelillos obsequiados por algunos establecimientos de la zona, agitaban sus banderitas rojigualdas al paso de la Princesa, vestida de Letizia el día del anuncio de su compromiso matrimonial. Traje pantalón blanco cruzado. "Esa mirada tan limpia". "¿Has visto cómo sonríe?" Esos andares, esa simpatía, esa compostura... Fascinación por la Heredera, que, desde su incorporación a la Academia Militar, ha logrado relanzar la imagen de la Corona después de tantos sobresaltos. Las encuestan otorgan a la institución un respaldo de más del 60 por ciento en tanto que el cariño hacia doña Leonor cabalga cerca del 80. Una recuperación prodigiosa, casi un milagro.
Sánchez le dedicó al Rey una humillante víspera en Bruselas, con el número tres del PSOE postrado ante el golpista y con una enorme fotografía del referéndum ilegal como telón de fondo
Una monarquía es un compendio de elementos como la liturgia, tradición, pomposidad, historia. Pero también utilidad y ejemplaridad. Una Corona que no es ejemplar o que no resulta útil carece de sentido. El Rey Emérito estuvo a punto de arrojar por la borda la Institución. Aconsejado con vehemencia por su hijo, hubo de abdicar un tiempo después de lo debido. Don Felipe, bien aprendida esta lección, ha transmitido a su hija las líneas básicas del comportamiento de quien ostenta la Jefatura del Estado. El resultado ya salta a la vista.
La colosal jornada, que se prolongó en un almuerzo en el Palacio Real con mensaje incluido de la princesa Leonor y del presidente del Gobierno en funciones, se vio precedido por el escarnio de la visita del número tres del PSOE a los dominios de Puigdemont en Bruselas, en la que el enviado de Sánchez posó -cerviz inclinada, mirada huidiza- ante una gran fotografía del referéndum ilegal del 17, una rastrera bofetada al Rey y a su discurso del 3-O.
La sonrisa afable, la mirada inteligente de la princesa suponen, en estos tiempos de pesadumbre y angustia, un resquicio de necesario optimismo, un anhelo de confianza ante un horizonte que mueve al desánimo. "Ha sido un día grande para la Constitución. Un día grande para la esperanza", dijo Peces Barba. "Viva la Princesa", clamaban en el corazón de Madrid los jubilosos espíritus. "Dios salve a Leonor, que la vamos a necesitar", respondían.
Últimas palabras de la Heredera: "Les pido que confíen en mi como yo tengo puesta mi confianza en el futuro España". A su vera, Sánchez le dedicaba esa taimada sonrisilla que precede siempre a lo peor.