Como en esas películas de miedo en las parece que el zombi nunca muere, el monstruo de la crisis ha vuelto a desperezarse y enseñar sus fauces. En contra de las previsiones de todas las casas de análisis, el Gobierno inauguró el año inflando las expectativas sobre el comportamiento de la economía, y los datos de enero y febrero incluso respaldaron esas tesis que abrían la puerta a un leve optimismo hacia finales de 2013. El capital retornaba y la confianza reverdecía regada por los bancos centrales…
Hasta hace sólo unos días. En cuestión de un par de semanas, cual recordatorio de que esta crisis está muy viva, las estadísticas han dado más de un susto. En Europa, el consumo y la producción industrial y de servicios han vuelto a sufrir un fuerte deterioro lastrados por las dificultades periféricas. Aunque tranquiliza la mejora del paro del jueves, la recuperación de Estados Unidos avanza a golpe de estímulos y ha ofrecido otra vez signos de agotamiento, en especial después de haber bloqueado 85.000 millones de fondos gubernamentales por la falta de acuerdo entre republicanos y demócratas. Y China ha avisado de que debe crecer a ritmos más bajos para que su desarrollo sea sostenible. La economía mundial ha pisado el freno, y el FMI ya prevé que el 2013 no registre mejores guarismos que el 2012.
A la luz de un enfriamiento del escenario global, empiezan a proliferar los informes que apuntan a que la contracción de la economía española puede persistir incluso pasado el 2013. La Comisión Europea alertó este miércoles de que el retroceso del PIB podría extenderse al 2014. Y el BBVA envió a la SEC estadounidense la estimación de que la economía española podría continuar en recesión en los próximos trimestres. Frente a una previsión del Gobierno que ahora se sitúa en el entorno del -1 por ciento, la media de los economistas augura un desplome del -1,5 por ciento. El consenso de los analistas considera que habrá contracción hasta el último trimestre del ejercicio, en el que la economía por fin se estabilizará sobre el 0,1 por ciento, a duras penas en el terreno positivo. Durante 2014 y 2015, los crecimientos serán anoréxicos y carentes del dinamismo necesario para generar empleo, por más que el Ejecutivo hable de mejoras en el mercado laboral.
Los expertos vaticinan que la próxima EPA puede superar los 6 millones de parados y encaramarse hasta el 27 por ciento de desempleo, unos números sólo atenuados porque muchos se marchan del país o abandonan la búsqueda de trabajo. Uno de cada cuatro parados en Europa es español y uno de cada dos desocupados españoles es joven.
Tras cinco años de crisis, corremos el riesgo de producir una generación perdida, atrapada en el paro de forma permanente, sin formación laboral pero rayando en la treintena, y que puede precipitarse con facilidad hacia una espiral de frustración y revueltas sociales en cuanto perciba que esto va para largo.
Y semejante perspectiva pone muy nerviosos a muchos miembros del Gobierno, que miran desesperados hacia Europa como la única solución. En el Ejecutivo se aferran al conformismo, aducen que ellos ya no pueden hacer más y que todo depende de un cambio de políticas en Europa y el BCE. De modo que entre el harakiri y la pared europea, Rajoy y compañía han reiniciado una ofensiva contra el muro de Bruselas para que se nos relaje el déficit y el banco central actúe. Por el momento, lo único claro de este experimento es que sin crecimiento resulta harto imposible amortizar las deudas.
Sin embargo, los mercados siguen subiendo porque anticipan la llegada de nuevas inyecciones de los bancos centrales para reanimar al paciente. Los inversores han calculado que el yen se devaluará y han huido hacia un euro y una deuda soberana de la periferia europea que brindan suculentas rentabilidades, lo que a su vez se ha traducido en un balsámico techo para la prima de riesgo española.
En tanto que los intereses de los bonos del sur de Europa se encuentren tan elevados, no habrá incentivo alguno para que la liquidez de la que disponen los bancos vaya a financiar proyectos de la economía real. El divorcio entre la economía real y la financiera es mayor y más perverso que nunca y se antoja complicado que el tirón bursátil tenga una prolongación consistente en la economía.
Para colmo, los cuidados paliativos que ofrece Mario Draghi se antojan insuficientes. El BCE baja los tipos de interés y provee liquidez cuando el problema estriba en el exceso de deuda. Prescribe aspirinas cuando en realidad hay que extirpar. Para hacerse una idea de la situación, basta comparar a los bancos con una tienda en la calle Serrano de Madrid que lleva cinco años sin vender y que, por lo tanto, precisa recapitalizarse para compensar todas las pérdidas que acumula. Las entidades destinan esa liquidez del BCE a tapar agujeros, no pueden emplearla para conceder crédito a plazos más largos y si la prestan lo harán a precios inaccesibles. Por ello, cualquier empresa de la periferia ha de financiarse a tipos mucho más caros que una compañía germana. ¿Acaso en eso consiste el mercado único?
Así las cosas, la deuda de las familias no se reduce al sufrir el desempleo, la pérdida de salarios y la consiguiente disminución de la renta disponible. Ergo el ajuste se eterniza. Las empresas sí consiguen recortar su carga financiera, pero el endeudamiento público sigue sin domeñarse y remitir. En definitiva, estos zombies están muy vivos.