Hay días en los que no tienes ganas de nada. Menos aún de escribir. De sumergirte por enésima vez en el análisis de la raquítica política que se practica en nuestro país. El bajón empezó el sábado, cuando por las primeras noticias ya intuíamos la magnitud del horror. Y fue en aumento, hasta desembocar el martes en una sensación en la que se iban alternando desordenadamente una rabia irreconocible y una impotencia insoportable, todo ello aderezado por un sensación de incredulidad que se acrecentaba a medida que determinados portavoces, por lo general comprensivos con los regímenes de Rusia e Irán (y con algunos otros que no vienen al caso), se situaban en una equidistancia particularmente oprobiosa.
Hace unos años le escuché decir a Shlomo Ben Ami en la Asociación de Periodistas Europeos que Israel era el único Estado del mundo que no se podía permitir perder una guerra. El diplomático y político laborista, segundo embajador israelí en España y más tarde ministro de Asuntos Exteriores en el gobierno de Ehud Barak, quiso remarcar esta circunstancia excepcional, que en gran parte explica, desde que se fundara como Estado, la combativa conducta de Israel. Egipto, Irán o Rusia pueden perder una guerra, pero seguirán siendo, cada una de ellas, una nación. Vencidas, pero nación. Israel no. Si algún día Israel es derrotada militarmente, lo más probable es que desaparezca como sujeto de derecho internacional y sus contornos sean borrados de los mapas escolares.
Para Hamás Israel es un formidable enemigo por el riesgo que representa para su concepción fundamentalista de la vida la presencia de una democracia plena en esa zona del planeta
Al hacer hincapié en esta singularidad, lo que pretendía Shlomo es que sus interlocutores nunca dejáramos de tenerla presente cuando de escribir u opinar sobre Oriente Próximo se tratara. Porque tal singularidad no justifica nada, pero explica muchas cosas. Ante todo explica la reacción unitaria de sus gentes cuando ven amenazado su territorio. Incluso en los momentos de mayor conflicto interno, como el actual. No justifica ningún exceso, pero explica los que produce en ocasiones la obsesión por la seguridad. Y también explica el acoso y la injustificable brutalidad con la que se emplean sus adversarios. Saben que con Israel no hay término medio. Que su derrota será total o no será.
Nada de esto parecen haber entendido los que en España se han precipitado a “explicar” la acción terrorista de Hamás como una consecuencia más de la contundente política de autodefensa que practica el Estado de Israel. Son tan simples que ni siquiera se han parado a pensar que, al masacrar a miles de judíos, lo que ha hecho Hamás es tomar la decisión “política” de sacrificar al pueblo palestino, condenado ahora más que nunca a cargar con su papel de rehén, retrasando como mínimo varios años más su aspiración de crear un Estado soberano e independiente. No nos confundamos: Hamás lo ha calculado todo, y el daño que con su bárbara acción criminal ha provocado en el pueblo palestino no es sólo colateral. Necesita que los palestinos sean más víctimas de lo que ya son, para así cercenar cualquier asomo de acercamiento entre los países de la región.
Al masacrar a miles de judíos lo que ha hecho Hamás es tomar la decisión ‘política’ de sacrificar al pueblo palestino, condenado ahora más que nunca a cargar con su papel de rehén
Para Hamás Israel es un formidable enemigo no ya por su poder económico, militar o tecnológico, sino por el riesgo que representa para su concepción fundamentalista de la vida la presencia en paz, en esa zona del planeta, de una democracia plena como Israel. Para Hamás no hay solución que no pase por una nueva diáspora del pueblo judío y la implantación en el territorio “desocupado” de un régimen asentado sobre el terror religioso y la ausencia de libertades. Eso, y no otra cosa, es lo que se está justificando cuando no se condena sin matices el terrorismo de Hamás. Eso es lo que nuestros melifluos defensores de la causa palestina promueven cada vez que evitan condenar nítidamente a Hamás: la talibanización del pueblo palestino. Un futuro prometedor.