- ¡Mamá! La merienda, porfa.
Pepito Núñez del Botijo vuelve del cole, exultante porque la profesora les ha explicado que acaba de salir la Ley de Bienestar Animal y que sí que permite tener hámsters en casa. Atrás quedan los tiempos en que se veían contando en TV, con cara de pena, que “la madre es chihuahua, pero hubo problemas en el parto”, para remover conciencias inclusivas, y evitar que cualquier inspectorcillo arrancara a Peludito de sus vidas.
José Luis, el padre, entra en la cocina y pone la TV; en un especial sobre la nueva investidura, sale Jisperson diciendo:
- “Lo que sí que me gustaría era proponer al partido popular el que podamos desterrar el insulto y la descalificación de la conversación y la disputa política. A ver; podemos discrepar sin deslegitimar al oponente. Podemos sostener posiciones opuestas sin tener que perdernos el respeto y me propongo hacer todo lo posible para que así sea.”
- ¡Y lo dice el que puso un jabalí en la tribuna!, José Luis estalla y pega un golpe en la encimera, desequilibrando a Peludito, que anda quemando rueda en la jaula, y casi se piña.
-José Luis. Ya vale. Diciendo barbaridades, te pones a su altura. Yo así no puedo, replica Maribel.
Pepito se va a su cuarto y enciende el ordenador para hacer los deberes.
El 4 de octubre es el Dia Mundial de los Animales. Entre eso, y lo de la ley, la tarea hoy es elegir un animal y hablar sobre él. La profesora le ha dicho en un aparte que “otro trabajo sobre hámsters, no”, así que se pone a pensar, y después de lo del jabalí en la tribuna, recuerda la frase de “es como echar margaritas a los cerdos; estos tíos son incapaces de gestionar nada”, que dice siempre su padre cuando salen noticias sobre los fondos europeos, y elige el cerdo. Abre la web de ChatPPté, teclea “háblame de los cerdos”, y descubre cosas tan fascinantes como que:
- Los cerdos comparten el 90% del genoma con nosotros y sus órganos son muy parecidos en tamaño a los nuestros, por lo que son un chollo para investigación biomédica. Como hitos recientes, de un año a esta parte, están el primer trasplante de corazón de cerdo a un humano, y el cultivo en el cuerpo de un cerdo de un órgano humano (un riñón) para después trasplantarlo.
- En comportamiento, también se parecen: se adaptan, colonizan territorios, y desarrollan unos lazos sociales muy fuertes.
Pepito flipa y empieza a pensar que si los cerdos tienen sentimientos y cosas así. “Háblame del cerdo en España”, teclea. La IA obedece:
- Hay dos: el blanco, que vive en granjas, y el ibérico, que es el autóctono, y vive en la dehesa. Uno da pena sostenible, y el otro un jamón que produce nostalgias organolépticas. Algunos cerdos en España tienden a asilvestrarse y pasan a ser cerdos cimarrones, que se parecen más al jabalí que a otra cosa, y es aquí donde empiezan los problemas…
Pepito, que está en pleno copia-pega, presta atención a lo del jabalí, por la reciente cólera paterna.
- El jabalí, grado extremo de salvajismo dentro de la familia que comparte con el cerdo, los Suidae, está incluido en la lista “100 de las especies exóticas invasoras más dañinas del mundo”. Cuando se enfada, se le eriza la crin que va de la frente al rabo. Es un animal con tendencia a soliviantarse. Se organiza en grupos matriarcales, y cuando la jabalina entra en celo, el macho se pelea con otros y se reboza en el barro para fijar, por emplastamiento, olores corporales en pro de la cópula.
Pepito siente un poco de repulsión. ChatPPté se desmelena virtualmente del todo y finaliza con:
- La subespecie parlamentaria (Sus scrofa matónica), en su versión machoálfica, gusta de reproducir comportamientos hostiles mediante la verbalización improcedente de ideas falsas, la gesticulación amedrentadora, las caricias faciales no consentidas, y gruñidos que cualquier pinganillo traduciría por frases del tipo “Pero a ti ¿qué más te da?”. La jabalina parlamentaria, por su parte, es más de comer frutos secos en las mociones de censura, amilanar señoras mayores que le preguntan por su patrimonio inmobiliario (“me he podido comprar con mi dinero la casa que me dé la gana”) y sondearse el cerebro a través del orificio nasal. En premio a estas lindezas, el jefe, que pertenece a la elitista subespecie del cerdo trufero (aquel que busca cosas valiosas debajo de las piedras, ora trufas, ora votos, guiado por su infalible olfato para detectar ingresos económicos), repartirá puestos en el dream team negociador de privilegios para cerdos cimarrones y demás subespecies sediciosas.
“Joé, qué mal”, piensa Pepito, que ve que es la hora de cenar y da por zanjado el asunto escolar.
Tras entregar los trabajos corregidos, vuelve sobre la Ley Animal, para explicarles a los alumnos lo felices que van a ser los animales en España gracias a este goaverno “de progreso”, también zoológico
Pepito buena nota no saca; la profesora vota a Jisperson por guapo, y rechaza toda crítica a él y a su banda. “Y dile a tu padre que deje de hacerte los trabajos; que nos conocemos”, le dice con cara de jotía en mitin. Tras entregar los trabajos corregidos, vuelve sobre la Ley Animal, para explicarles a los alumnos lo felices que van a ser los animales en España gracias a este goaverno “de progreso”, también zoológico.
Obviamente no les habla del efecto “soltador” que, como otras leyes de las jotías, tiene esta ley: van a la calle tanto las actuales mascotas de gente que huye de imposiciones legales o que no tiene can-sitter para poder ir al supermercado, como dueños y empleados de pajarerías (sólo podrán vender los criadores, y la ley no anima el mercado de piensos, collares y jaulas). Tampoco les habla de que, por la querencia del goaverno a la chapuza legislativa, materializar estas imposiciones, es hoy imposible en muchas comunidades (registrar, pongamos, periquitos). Ni de que la motivación legisladora de esta gente es tan “noble” como para, (sirva de ejemplo el del animalista impulsor de la ley), habiendo prometido dimitir si esta no incluía a los perros de caza, cosa que ocurre, seguir cobrando el sueldo como si nada.
Llegada la clase al punto del “listado positivo” de animales que se podrán tener, la profesora da la palabra a Lucas, que ha levantado la mano y cuenta que un amigo suyo tenía un cerdo vietnamita, y que el año pasado lo tuvieron que devolver porque lo prohibieron como animal de compañía, y un poco también porque pasó de minipig a pesar 100 kg y la madre se quejaba y el cerdo le gruñía.
Pepito, tras lo del vietnamita, sale de clase con renovada preocupación por el destino de Peludito.
Preocupación que cabría tener por el de todos; porque de un goaverno que premia gruñidos parlamentarios, jalea coces verbales, y que hoza con porcina ansiedad en la Constitución, para encontrar cabida a la cochinada que para España es la amnistía, no se puede uno fiar.